/ sábado 2 de diciembre de 2017

Alto poder | Resurge el priismo del dedazo y el aplausómetro

Finalmente el Partido Revolucionario Institucional destapó a su candidato presidencial a la vieja usanza.

Fue el líder de la CTM, Carlos Aceves del Olmo, quien se proclamó abiertamente a favor de José Antonio Meade como su candidato presidencial, al igual que lo hizo durante varios sexenios el eterno (aunque difunto) Fidel Velázquez.

El PRI, una vez más, se reconcilió con el pasado y dio la cara a los pretendidos transformadores que querían sacarlo de su parque jurásico, de dinosaurios y mamuts.

Los simbolismos de la vieja guardia, resurgieron como cada seis años. Desde el dedazo presidencial, hasta lo pintoresco de los cetemistas.

Meade Kuribreña, en un arrebato de priista (que nunca ha sido), se despojó de la corbata y la sustituyó por una color rojo, símbolo de la CTM y el priismo.

Un escenario grandioso, como el Palacio Nacional, donde se encuentra la oficina del secretario de Hacienda, sirvió para entronizar de golpe y porrazo a José Antonio en un “príncipe” que a partir del 1 de diciembre de 2018, será el “rey”.

Sin embargo, contrariamente a lo ocurrido en la mejor época del priismo, Meade deberá ganar en unas competidas elecciones, especialmente a Andrés Manuel López Obrador, que de momento lleva hasta 10 puntos por encima del PRI y del Frente Ciudadano por México.

El glamur de antaño y la seguridad del triunfo en las urnas, ya terminó. Posiblemente no vuelva a ocurrir un “destape” como el de José López Portillo, que no tuvo ninguna competencia y, como único candidato, llegó a Los Pinos.

El mismo López Portillo bromeó sobre su situación de candidato único al decir: “Bastará que mi madre vote por mí, para ser Presidente.” Esa época ya quedó atrás, o al menos eso parecía.

PRIISTAS SE DICIDIERON POR UN NO PRIISTA

La “cargada” está con Meade. La disfrazarán de democracia incluyendo otros candidatos. Pero lo cierto es que, por primera vez, por falta de políticos de altura, los priistas tuvieron que impulsar y lanzar a un servidor público que nunca ha militado en su partido.

No hubo trompetas, confeti ni fanfarrias, pero sí vítores y puños en alto, de cetemistas, campesinos y organizaciones populares que dieron su respaldo a José Antonio.

En la época dorada del priismo, bastaba con que fuera ungido el candidato para que actuara y se le considerara “presidente electo”. El poder se quebraba en dos facciones. El que llegaba y el que se iba.

En ese aspecto, hoy no hay diferencia. La mitad del poder de Peña Nieto, hoy está en manos de Meade Kuribreña. Falta únicamente la seguridad de la victoria el 1 de julio de 2018.

Las divisiones al interior del PRI fueron apaciguadas. Pero, en medio de los rostros de la alegría, hubo uno muy serio. El del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, que se creyó que encabezando las encuestas de los priistas, sería el “elegido”.

Pero en este caso, fue muy inteligente “el gran dedo” porque entre Meade y Osorio hay un abismo de honorabilidad, capacidad e inteligencia.

Meade, el candidato priista a fuerza, debe eliminar su estrategia de mimetismo con el pasado y emprender el presente con las ideas y los actos de gobierno que no hicieron los priistas antañones para transformar y hacer más fuerte al país.

Lo cierto es que a Meade no se le conoce ningún escándalo público y, mucho menos, actos de corrupción, como otorgar contratos de obras y servicios a compañías que le concedieran “el moche”, esa práctica criminal en un pueblo que tiene más de 70 millones de ciudadanos en algún grado de pobreza.

VIDEGARAY Y NUÑO, LOS AMIGOS DE MEADE

Puede decirse que Meade ya se dio baños de pueblo durante su estancia como secretario de Desarrollo Social en el gobierno de Peña Nieto. No está llegando a la candidatura priista desde el sonrosado y perfumado ambiente de la Secretaría de Hacienda, ni de Relaciones Exteriores, sino en donde el pueblo sufre y no ha habido quien lo rescate de la vida empobrecida.

Luis Videgaray y Aurelio Nuño, los otros dos aspirantes al dedazo de Peña Nieto, tienen la dualidad de ser también muy buenos amigos del candidato Meade.

Las cualidades profesionales de José Antonio lo llevaron a convertirse en un político bipartidista, porque estuvo seis años como alto funcionario del gobierno panista de Felipe Calderón y seis de Peña Nieto.

Lo que el pueblo espera es que no se le dé más de lo mismo. Posiblemente, en estos momentos en que ya se conoció la candidatura de Meade, una buena parte de los mexicanos confíe que el próximo gobierno no será un club de amigos, porque Meade no pertenece a los exquisitos dueños del dinero, aunque lo haya manejado a raudales en la Secretaría de Hacienda.

No puede negarse que hay fogonazos del ayer en el hoy de Meade. Los viejos priistas están al acecho de volver a los cargos públicos, donde puedan robarse el dinero de las arcas nacionales. Pero este mal no fue exclusivo del PRI, lo hicieron con gran descaro Vicente Fox y Felipe Calderón que llevaron la etiqueta panista muy bien adherida.

La población nacional hierve, en estos momentos, esperanzada en un candidato priista al que no conocen, porque los puestos que ha ocupado Meade, salvo el de Sedesol, no han sido precisamente donde se resuelven los problemas de la población mexicana.

No será fácil para quien sea el próximo Presidente, Meade o cualquier opositor, gobernar sin problema porque resulta de gran dificultad tener que manejar una democracia con 70 millones de pobres.

En el mundo no existe político capaz de realizar semejante hazaña. Ojalá se pueda en México.

El próximo Presidente, que posiblemente sea Meade porque si llegara a tener más votos López Obrador (por las razones que usted pueda imaginarse) no despacharía nunca en Los Pinos, se enfrentará a problemas que solo un hombre con experiencia puede resolver.

Meade tiene la experiencia, pero no es el único y eso se decidirá en las urnas el próximo 1 de julio.

Y hasta la próxima semana, en este mismo espacio.

manuelmejidot@gmail.com

Finalmente el Partido Revolucionario Institucional destapó a su candidato presidencial a la vieja usanza.

Fue el líder de la CTM, Carlos Aceves del Olmo, quien se proclamó abiertamente a favor de José Antonio Meade como su candidato presidencial, al igual que lo hizo durante varios sexenios el eterno (aunque difunto) Fidel Velázquez.

El PRI, una vez más, se reconcilió con el pasado y dio la cara a los pretendidos transformadores que querían sacarlo de su parque jurásico, de dinosaurios y mamuts.

Los simbolismos de la vieja guardia, resurgieron como cada seis años. Desde el dedazo presidencial, hasta lo pintoresco de los cetemistas.

Meade Kuribreña, en un arrebato de priista (que nunca ha sido), se despojó de la corbata y la sustituyó por una color rojo, símbolo de la CTM y el priismo.

Un escenario grandioso, como el Palacio Nacional, donde se encuentra la oficina del secretario de Hacienda, sirvió para entronizar de golpe y porrazo a José Antonio en un “príncipe” que a partir del 1 de diciembre de 2018, será el “rey”.

Sin embargo, contrariamente a lo ocurrido en la mejor época del priismo, Meade deberá ganar en unas competidas elecciones, especialmente a Andrés Manuel López Obrador, que de momento lleva hasta 10 puntos por encima del PRI y del Frente Ciudadano por México.

El glamur de antaño y la seguridad del triunfo en las urnas, ya terminó. Posiblemente no vuelva a ocurrir un “destape” como el de José López Portillo, que no tuvo ninguna competencia y, como único candidato, llegó a Los Pinos.

El mismo López Portillo bromeó sobre su situación de candidato único al decir: “Bastará que mi madre vote por mí, para ser Presidente.” Esa época ya quedó atrás, o al menos eso parecía.

PRIISTAS SE DICIDIERON POR UN NO PRIISTA

La “cargada” está con Meade. La disfrazarán de democracia incluyendo otros candidatos. Pero lo cierto es que, por primera vez, por falta de políticos de altura, los priistas tuvieron que impulsar y lanzar a un servidor público que nunca ha militado en su partido.

No hubo trompetas, confeti ni fanfarrias, pero sí vítores y puños en alto, de cetemistas, campesinos y organizaciones populares que dieron su respaldo a José Antonio.

En la época dorada del priismo, bastaba con que fuera ungido el candidato para que actuara y se le considerara “presidente electo”. El poder se quebraba en dos facciones. El que llegaba y el que se iba.

En ese aspecto, hoy no hay diferencia. La mitad del poder de Peña Nieto, hoy está en manos de Meade Kuribreña. Falta únicamente la seguridad de la victoria el 1 de julio de 2018.

Las divisiones al interior del PRI fueron apaciguadas. Pero, en medio de los rostros de la alegría, hubo uno muy serio. El del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, que se creyó que encabezando las encuestas de los priistas, sería el “elegido”.

Pero en este caso, fue muy inteligente “el gran dedo” porque entre Meade y Osorio hay un abismo de honorabilidad, capacidad e inteligencia.

Meade, el candidato priista a fuerza, debe eliminar su estrategia de mimetismo con el pasado y emprender el presente con las ideas y los actos de gobierno que no hicieron los priistas antañones para transformar y hacer más fuerte al país.

Lo cierto es que a Meade no se le conoce ningún escándalo público y, mucho menos, actos de corrupción, como otorgar contratos de obras y servicios a compañías que le concedieran “el moche”, esa práctica criminal en un pueblo que tiene más de 70 millones de ciudadanos en algún grado de pobreza.

VIDEGARAY Y NUÑO, LOS AMIGOS DE MEADE

Puede decirse que Meade ya se dio baños de pueblo durante su estancia como secretario de Desarrollo Social en el gobierno de Peña Nieto. No está llegando a la candidatura priista desde el sonrosado y perfumado ambiente de la Secretaría de Hacienda, ni de Relaciones Exteriores, sino en donde el pueblo sufre y no ha habido quien lo rescate de la vida empobrecida.

Luis Videgaray y Aurelio Nuño, los otros dos aspirantes al dedazo de Peña Nieto, tienen la dualidad de ser también muy buenos amigos del candidato Meade.

Las cualidades profesionales de José Antonio lo llevaron a convertirse en un político bipartidista, porque estuvo seis años como alto funcionario del gobierno panista de Felipe Calderón y seis de Peña Nieto.

Lo que el pueblo espera es que no se le dé más de lo mismo. Posiblemente, en estos momentos en que ya se conoció la candidatura de Meade, una buena parte de los mexicanos confíe que el próximo gobierno no será un club de amigos, porque Meade no pertenece a los exquisitos dueños del dinero, aunque lo haya manejado a raudales en la Secretaría de Hacienda.

No puede negarse que hay fogonazos del ayer en el hoy de Meade. Los viejos priistas están al acecho de volver a los cargos públicos, donde puedan robarse el dinero de las arcas nacionales. Pero este mal no fue exclusivo del PRI, lo hicieron con gran descaro Vicente Fox y Felipe Calderón que llevaron la etiqueta panista muy bien adherida.

La población nacional hierve, en estos momentos, esperanzada en un candidato priista al que no conocen, porque los puestos que ha ocupado Meade, salvo el de Sedesol, no han sido precisamente donde se resuelven los problemas de la población mexicana.

No será fácil para quien sea el próximo Presidente, Meade o cualquier opositor, gobernar sin problema porque resulta de gran dificultad tener que manejar una democracia con 70 millones de pobres.

En el mundo no existe político capaz de realizar semejante hazaña. Ojalá se pueda en México.

El próximo Presidente, que posiblemente sea Meade porque si llegara a tener más votos López Obrador (por las razones que usted pueda imaginarse) no despacharía nunca en Los Pinos, se enfrentará a problemas que solo un hombre con experiencia puede resolver.

Meade tiene la experiencia, pero no es el único y eso se decidirá en las urnas el próximo 1 de julio.

Y hasta la próxima semana, en este mismo espacio.

manuelmejidot@gmail.com