/ sábado 13 de noviembre de 2021

Amado Nervo: Gran peta desconocido

Pocos, muy pocos por desgracia, conocen a fondo la obra de un gran poeta mexicano, Amado Nervo, quien nació en Tepic el 27 de agosto de 1870, y falleció en Montevideo, Uruguay el 23 de mayo de 1919.

Por cierto, la fecha de su muerte coincide con la fecha en la cual se formó en la ciudad de Nueva York un comité internacional de banqueros (diez de los EU, cinco de Inglaterra y cinco de Francia) con el propósito de proteger los intereses de inversionistas de las referidas naciones en México; y la misma fecha en que el Gobierno Federal se dirigió a los gobernadores fronterizos pidiendo que conjuraran el peligro que representaba la sucia acción de enganchadores que contrataban verbalmente a braceros mexicanos con el objeto de llevarlos a los Estados Unidos, cobrándoles por pasarlos a aquel país algunas cantidades de dinero dejándolos después abandonados a su suerte; según refiere la información noticiosa de aquel tiempo.

Nervo hizo sus primeros estudios en el Colegio de Jacona, pasando después al Seminario de Zamora, en el Estado de Michoacán, donde permaneció desde 1886 hasta 1891.

Cuando tenía nueve años murió su padre, dejando a la familia en situación económica comprometida. Los problemas económicos que atenazaron a su familia, un hogar de clase media venido a menos, le forzaron a dejar inconclusos sus estudios eclesiásticos, sin que pueda descartarse por completo la idea de que su decisión fuera también influida por sus propias inclinaciones. En cualquier caso, siguió alentando en su interior una espiritualidad mística, nacida sin duda en estos primeros años y que empapó su producción lírica en una primera etapa; en ella meditó fundamentalmente sobre la existencia humana, sus problemas, sus conflictos y sus misterios, y sobre el eterno dilema de la vida y la muerte.

Abandonados los estudios, Amado Nervo empezó a ejercer el periodismo, profesión que desarrolló primero en Mazatlán, en el Estado de Sinaloa, y más tarde en la propia Ciudad de México, adonde se trasladó temporalmente en 1894. Sus colaboraciones aparecieron en la Revista Azul.

En 1900, el diario El Imparcial lo envió como corresponsal a la Exposición Universal de París, donde residiría durante dos años. Entabló allí conocimiento y amistad con el gran poeta nicaragüense Rubén Darío, quien más tarde diría de Nervo: "se relacionó también con el grupo de literatos y artistas parnasianos y modernistas, completando de ese modo su formación literaria."

En París conoció a la que iba a ser la mujer de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, con la que compartió su vida más de diez años, entre 1901 y 1912, año de su prematuro fallecimiento, y que fue el doloroso manantial del que emanan los versos de La amada inmóvil, que no vio la luz pública hasta después de la muerte del poeta, prueba de que éste consideraba su obra como parte imprescindible de su más dolorosa intimidad.

Cuando regresó a México, tras aquellos años decisivos para su vida y su formación literaria y artística, ejerció como profesor en la Escuela Nacional Preparatoria.

En 1918 recibió el nombramiento de ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay, el que iba a ser su último cargo. Amado Nervo murió en Montevideo, la capital uruguaya, donde había conocido a Zorrilla de San Martín, notable orador y ensayista con el que trabó estrecha amistad y que, a decir de los estudiosos, influyó decisivamente en el acercamiento a la Iglesia Católica que realizó el poeta en sus últimos momentos, un acercamiento que tiene todos los visos de una verdadera reconciliación.

"Nervo, el gran poeta mexicano, ha muerto" cableaba lacónicamente la agencia Havas desde Montevideo. Él había sido embajador en Buenos Aires y acababa de presentar sus credenciales al gobierno uruguayo. Leopoldo Lugones dijo que Amado Nervo supo llevar la lira sobre el corazón, como esos buenos frailes del medievo que corrían las calles para consolar a los afligidos y sanar a los enfermos. Todos lo querían por el penetrante encanto de su palabra diáfana y cordial, reflejo de su vida armoniosa. Son palabras de Lugones, pero así lo sentían también Gutiérrez Nájera y Urbina, luego de que supieran quien era el autor del Éxodo y las Flores del Camino.

Rubén Darío, como un grande del talento, confirmaba: “lo que Amado Nervo sabrá siempre es infundir en sus versos - que se visten de sencillez y de claridad como las horas de cristal que anuncian la paz de los amables días - un misterio delicado y comunicativo que nos pone en contacto con el mundo armonioso que crea su voluntad intensa. "Serenidad" y "Plenitud" fueron, quizás los últimos libros de Amado Nervo: sencillez y claridad en el verso libre y único del último canto”.


Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx

Pocos, muy pocos por desgracia, conocen a fondo la obra de un gran poeta mexicano, Amado Nervo, quien nació en Tepic el 27 de agosto de 1870, y falleció en Montevideo, Uruguay el 23 de mayo de 1919.

Por cierto, la fecha de su muerte coincide con la fecha en la cual se formó en la ciudad de Nueva York un comité internacional de banqueros (diez de los EU, cinco de Inglaterra y cinco de Francia) con el propósito de proteger los intereses de inversionistas de las referidas naciones en México; y la misma fecha en que el Gobierno Federal se dirigió a los gobernadores fronterizos pidiendo que conjuraran el peligro que representaba la sucia acción de enganchadores que contrataban verbalmente a braceros mexicanos con el objeto de llevarlos a los Estados Unidos, cobrándoles por pasarlos a aquel país algunas cantidades de dinero dejándolos después abandonados a su suerte; según refiere la información noticiosa de aquel tiempo.

Nervo hizo sus primeros estudios en el Colegio de Jacona, pasando después al Seminario de Zamora, en el Estado de Michoacán, donde permaneció desde 1886 hasta 1891.

Cuando tenía nueve años murió su padre, dejando a la familia en situación económica comprometida. Los problemas económicos que atenazaron a su familia, un hogar de clase media venido a menos, le forzaron a dejar inconclusos sus estudios eclesiásticos, sin que pueda descartarse por completo la idea de que su decisión fuera también influida por sus propias inclinaciones. En cualquier caso, siguió alentando en su interior una espiritualidad mística, nacida sin duda en estos primeros años y que empapó su producción lírica en una primera etapa; en ella meditó fundamentalmente sobre la existencia humana, sus problemas, sus conflictos y sus misterios, y sobre el eterno dilema de la vida y la muerte.

Abandonados los estudios, Amado Nervo empezó a ejercer el periodismo, profesión que desarrolló primero en Mazatlán, en el Estado de Sinaloa, y más tarde en la propia Ciudad de México, adonde se trasladó temporalmente en 1894. Sus colaboraciones aparecieron en la Revista Azul.

En 1900, el diario El Imparcial lo envió como corresponsal a la Exposición Universal de París, donde residiría durante dos años. Entabló allí conocimiento y amistad con el gran poeta nicaragüense Rubén Darío, quien más tarde diría de Nervo: "se relacionó también con el grupo de literatos y artistas parnasianos y modernistas, completando de ese modo su formación literaria."

En París conoció a la que iba a ser la mujer de su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez, con la que compartió su vida más de diez años, entre 1901 y 1912, año de su prematuro fallecimiento, y que fue el doloroso manantial del que emanan los versos de La amada inmóvil, que no vio la luz pública hasta después de la muerte del poeta, prueba de que éste consideraba su obra como parte imprescindible de su más dolorosa intimidad.

Cuando regresó a México, tras aquellos años decisivos para su vida y su formación literaria y artística, ejerció como profesor en la Escuela Nacional Preparatoria.

En 1918 recibió el nombramiento de ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay, el que iba a ser su último cargo. Amado Nervo murió en Montevideo, la capital uruguaya, donde había conocido a Zorrilla de San Martín, notable orador y ensayista con el que trabó estrecha amistad y que, a decir de los estudiosos, influyó decisivamente en el acercamiento a la Iglesia Católica que realizó el poeta en sus últimos momentos, un acercamiento que tiene todos los visos de una verdadera reconciliación.

"Nervo, el gran poeta mexicano, ha muerto" cableaba lacónicamente la agencia Havas desde Montevideo. Él había sido embajador en Buenos Aires y acababa de presentar sus credenciales al gobierno uruguayo. Leopoldo Lugones dijo que Amado Nervo supo llevar la lira sobre el corazón, como esos buenos frailes del medievo que corrían las calles para consolar a los afligidos y sanar a los enfermos. Todos lo querían por el penetrante encanto de su palabra diáfana y cordial, reflejo de su vida armoniosa. Son palabras de Lugones, pero así lo sentían también Gutiérrez Nájera y Urbina, luego de que supieran quien era el autor del Éxodo y las Flores del Camino.

Rubén Darío, como un grande del talento, confirmaba: “lo que Amado Nervo sabrá siempre es infundir en sus versos - que se visten de sencillez y de claridad como las horas de cristal que anuncian la paz de los amables días - un misterio delicado y comunicativo que nos pone en contacto con el mundo armonioso que crea su voluntad intensa. "Serenidad" y "Plenitud" fueron, quizás los últimos libros de Amado Nervo: sencillez y claridad en el verso libre y único del último canto”.


Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx