/ sábado 22 de agosto de 2020

América Latina: caudal asombroso

Alguien decía que América Latina es como un barco que contiene el caudal asombroso de la Historia: que su naturaleza indómita se ofrece con todo el prestigio de su variedad grávida y profunda y que ello sucede lo mismo en el paisaje que en el campo del pensamiento.

Hay, se dice, un sentimiento vital, complejo y sencillo a un mismo tiempo, que defiende al habitante de América contra los riesgos del retroceso espiritual, permitiéndole estimar cuanto posee y es profundo y va por dentro verificando la leyenda y la historia de las que emerge con vitalizada energía. Habría que recoger las palabras de sus sabios: el pueblo latinoamericano es como un árbol. Recibe en su tallo la herida de la espina, en la fronda la caricia de la flor y en la raíz la savia de su fuerza y permanencia.

Si hasta hace pocas décadas el fatalismo y el atraso cultural constituían las pesadas lápidas de las limitaciones, la ciencia y la técnica de nuestros días han roto los velos del aislamiento. A cada momento se hace y rehace el camino con una nueva connotación, con una interpretación más apegada a criterios de pertenencia e identidad.

Todavía – escriben sus literatos – hay selvas inexploradas y hay mucho por descubrir y conocer cabalmente. El colombiano Germán Arciniegas (1900-1999), puntualizaba siempre que no creía que América Latina fuera fabulosamente fértil ni desoladamente estéril. Decía que de todo tenemos en nuestro vasto territorio y que para transformarlo, más que de capitales se necesitaba fe, la inmensa fe de los aventureros que transformaron el paisaje caribeño. Por ello – subrayaba el notable escritor – lo importante en América es ser americano, no dejarse ilusionar por los cambios de la cultura, sino ser capaces de convencernos de que dentro de nuestra tierra lo esencial es comprenderla, aprovecharla y enriquecerla. En eso consiste el porvenir, finalizaba Arciniegas.

Los países latinoamericanos tienen, como elemento común de definición, la característica de constituir, con la sola excepción de Cuba, sociedades explotadas, especialmente desde el punto de vista económico, por los países desarrollados, y más concretamente por los Estados Unidos, los cuales imponen relaciones de dependencia a la vez que un complejo de condiciones causantes del colonialismo interno.

En 1949 Pablo Neruda decía que la conducta imperialista de Estados Unidos en América Latina no hacía más que, por un lado, continuar con un discurso tradicional de la izquierda latinoamericana, y por otro, sentar que en tiempos de Guerra Fría la denuncia del imperialismo iba a ser un ejercicio recurrente. Esa vez en México, Neruda habló de la extorsión de Estados Unidos a las economías latinoamericanas y de la esclavización sufrida por Puerto Rico, Panamá y Guatemala.

Ante la Revolución Cubana, Estados Unidos propuso tuvo que reaccionar para que no se repitiera un episodio similar en algún otro país latinoamericano; y si por un lado la reacción supuso un redoblamiento del recurso militar del que dan cuenta tanto la invasión frustrada en Bahía Cochinos como la intervención en Santo Domingo, por otro se elaboró una respuesta económica orientada a mitigar los ímpetus revolucionarios en el continente a través de la colaboración monetaria.

Así nació así la Alianza para el Progreso, que fue rechazada de plano por los intelectuales de izquierda, no tanto por considerarla una ayuda insuficiente, sino más bien por su carácter de paliativo antirrevolucionario.

Carlos Fuentes, presente en Punta del Este, sede de la Conferencia en que se anunció el plan, escribiría una carta a su amigo Neruda que denotaba todo el repudio que generó la propuesta inspirada por John Kennedy: “Cuanto te diga de la farsa de Punta del Este sería poco (…) Las presiones, los chantajes y la compra de votos se efectuaba a la luz pública, entre manotazos y gritos de los senadores norteamericanos encargados de ‘ablandar’ a los ministros latinoamericanos. ¡Qué tragicomedia! No sabía uno si reír o llorar frente a esa comparsa de guatemaltecos y salvadoreños, nicaragüenses y paraguayos, beodos, iletrados, incoherentes, cobardes”.

Hay cientos, miles de intelectuales latinoamericanos que han dejado y dejan huella con su dicho y su presencia. Menciono, por razón de espacio, solo algunos: Alicia Bárcena, Martín Caparrós, José Mujica, Rómulo Gallegos, Mario Benedetti, Elena Poniatowska, Juan Villoro, Laura Restrepo, Mario Vargas Llosa, Eduardo Galeano, Christiana Figueres, Theotonio Dos Santos, etc.

América Latina ha sobrevivido, por lo menos dos siglos a la opresión de los Estados Unidos, recibiendo humillaciones e imprecaciones.

Si América Latina ha sufrido el más estéril pesimismo y la anarquía más disolvente, no en vano dispone de un territorio espléndido y de pueblos que valen mucho para salir al mundo interdependiente a decir su propia palabra, su proyecto de futuro, y el idealismo de sus intelectuales.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx


Alguien decía que América Latina es como un barco que contiene el caudal asombroso de la Historia: que su naturaleza indómita se ofrece con todo el prestigio de su variedad grávida y profunda y que ello sucede lo mismo en el paisaje que en el campo del pensamiento.

Hay, se dice, un sentimiento vital, complejo y sencillo a un mismo tiempo, que defiende al habitante de América contra los riesgos del retroceso espiritual, permitiéndole estimar cuanto posee y es profundo y va por dentro verificando la leyenda y la historia de las que emerge con vitalizada energía. Habría que recoger las palabras de sus sabios: el pueblo latinoamericano es como un árbol. Recibe en su tallo la herida de la espina, en la fronda la caricia de la flor y en la raíz la savia de su fuerza y permanencia.

Si hasta hace pocas décadas el fatalismo y el atraso cultural constituían las pesadas lápidas de las limitaciones, la ciencia y la técnica de nuestros días han roto los velos del aislamiento. A cada momento se hace y rehace el camino con una nueva connotación, con una interpretación más apegada a criterios de pertenencia e identidad.

Todavía – escriben sus literatos – hay selvas inexploradas y hay mucho por descubrir y conocer cabalmente. El colombiano Germán Arciniegas (1900-1999), puntualizaba siempre que no creía que América Latina fuera fabulosamente fértil ni desoladamente estéril. Decía que de todo tenemos en nuestro vasto territorio y que para transformarlo, más que de capitales se necesitaba fe, la inmensa fe de los aventureros que transformaron el paisaje caribeño. Por ello – subrayaba el notable escritor – lo importante en América es ser americano, no dejarse ilusionar por los cambios de la cultura, sino ser capaces de convencernos de que dentro de nuestra tierra lo esencial es comprenderla, aprovecharla y enriquecerla. En eso consiste el porvenir, finalizaba Arciniegas.

Los países latinoamericanos tienen, como elemento común de definición, la característica de constituir, con la sola excepción de Cuba, sociedades explotadas, especialmente desde el punto de vista económico, por los países desarrollados, y más concretamente por los Estados Unidos, los cuales imponen relaciones de dependencia a la vez que un complejo de condiciones causantes del colonialismo interno.

En 1949 Pablo Neruda decía que la conducta imperialista de Estados Unidos en América Latina no hacía más que, por un lado, continuar con un discurso tradicional de la izquierda latinoamericana, y por otro, sentar que en tiempos de Guerra Fría la denuncia del imperialismo iba a ser un ejercicio recurrente. Esa vez en México, Neruda habló de la extorsión de Estados Unidos a las economías latinoamericanas y de la esclavización sufrida por Puerto Rico, Panamá y Guatemala.

Ante la Revolución Cubana, Estados Unidos propuso tuvo que reaccionar para que no se repitiera un episodio similar en algún otro país latinoamericano; y si por un lado la reacción supuso un redoblamiento del recurso militar del que dan cuenta tanto la invasión frustrada en Bahía Cochinos como la intervención en Santo Domingo, por otro se elaboró una respuesta económica orientada a mitigar los ímpetus revolucionarios en el continente a través de la colaboración monetaria.

Así nació así la Alianza para el Progreso, que fue rechazada de plano por los intelectuales de izquierda, no tanto por considerarla una ayuda insuficiente, sino más bien por su carácter de paliativo antirrevolucionario.

Carlos Fuentes, presente en Punta del Este, sede de la Conferencia en que se anunció el plan, escribiría una carta a su amigo Neruda que denotaba todo el repudio que generó la propuesta inspirada por John Kennedy: “Cuanto te diga de la farsa de Punta del Este sería poco (…) Las presiones, los chantajes y la compra de votos se efectuaba a la luz pública, entre manotazos y gritos de los senadores norteamericanos encargados de ‘ablandar’ a los ministros latinoamericanos. ¡Qué tragicomedia! No sabía uno si reír o llorar frente a esa comparsa de guatemaltecos y salvadoreños, nicaragüenses y paraguayos, beodos, iletrados, incoherentes, cobardes”.

Hay cientos, miles de intelectuales latinoamericanos que han dejado y dejan huella con su dicho y su presencia. Menciono, por razón de espacio, solo algunos: Alicia Bárcena, Martín Caparrós, José Mujica, Rómulo Gallegos, Mario Benedetti, Elena Poniatowska, Juan Villoro, Laura Restrepo, Mario Vargas Llosa, Eduardo Galeano, Christiana Figueres, Theotonio Dos Santos, etc.

América Latina ha sobrevivido, por lo menos dos siglos a la opresión de los Estados Unidos, recibiendo humillaciones e imprecaciones.

Si América Latina ha sufrido el más estéril pesimismo y la anarquía más disolvente, no en vano dispone de un territorio espléndido y de pueblos que valen mucho para salir al mundo interdependiente a decir su propia palabra, su proyecto de futuro, y el idealismo de sus intelectuales.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx