/ martes 28 de junio de 2022

América Latina en la izquierda

Mtra. Almendra Ortiz de Zárate*

Prácticamente toda América Latina (AL) se ha decantado por gobiernos de izquierda en fechas recientes, el caso más cercano es Colombia con la victoria de Gustavo Petro, el primer presidente de izquierda del país. La preferencia de la sociedad hacia modelos más alejados del centro tiene diferentes explicaciones, aunque la principal se relaciona con los elevados índices de pobreza y desigualdad.

Desde hace más de setenta años, los gobiernos de AL adoptaron modelos de gobierno compatibles con los de Estados Unidos o con los de la Unión Soviética. Su sistema político respondió al contexto internacional y no a las necesidades propias de cada sociedad. Terminada la Guerra Fría, cada país de la región había construido sus instituciones “democráticas” sobre terrenos de arena; la mayoría, caracterizadas por una corrupción endémica, independientemente de su orientación política. En general, los modelos fueron tan inestables que en la década de los ochenta hubo una drástica oleada de cambios que declinaban más hacia el modelo neoliberal, centrado en un proceso de industrialización similar al que se desarrolló en diversas economías asiáticas.

Por más de veinte años, el neoliberalismo se impuso en AL con ciertas peculiaridades. En general, se trató de un modelo que se olvidó del bienestar social y se abocó en construir sociedades modernas, capitalistas y globalizadas, con oportunidades de crecimiento y producción. Desafortunadamente, la promesa de desarrollo no llegó para todos y la polarización fue cada vez más evidente. Las instituciones mantuvieron los mismos niveles de corrupción y la inequidad social agudizó en la medida en que el modelo se fue desgastando, hasta que llegó a un punto en que las sociedades buscaron nuevamente un cambio.

El siglo XXI atestiguó una nueva ola de gobiernos de izquierda con promesas similares entre sí: acabar con la corrupción y la pobreza. Sin embargo, la realidad social no vislumbró muchos cambios. Hoy, AL es la región más desigual del mundo. La corrupción y la pobreza se mantienen, al igual que la desigualdad social y la falta de oportunidades. La pandemia profundizó los problemas de estancamiento de la región y ni la izquierda ni la derecha han podido encontrar soluciones capaces de lograr un viraje en el destino de la región.

La evidencia expone que no se trata solamente de encontrar el modelo político idóneo. El desarrollo involucra una enorme cantidad de variables que, de no atenderse, no se alcanza un sistema eficiente. Se debe apostar por la educación, pero también por la productividad, sin dejar de lado el bienestar social. Hace más de una década, Daron Acemoğlu, economista del MIT, señaló la importancia de las instituciones en su obra “Por qué fracasan los países”, donde reflexiona sobre las diferencias entre los Estados ricos y pobres. En su texto señala que no es la cultura, ni el clima, ni la geografía o la historia, sino la solidez institucional lo que lleva a la prosperidad. En AL ni la izquierda ni la derecha han sabido resolver los problemas de raíz que limitan el andamiaje institucional, es decir, la corrupción y la desigualdad, que es fundamental para vislumbrar un futuro más próspero en la región.

* Coordinadora de la licenciatura en Relaciones Internacionales

Mtra. Almendra Ortiz de Zárate*

Prácticamente toda América Latina (AL) se ha decantado por gobiernos de izquierda en fechas recientes, el caso más cercano es Colombia con la victoria de Gustavo Petro, el primer presidente de izquierda del país. La preferencia de la sociedad hacia modelos más alejados del centro tiene diferentes explicaciones, aunque la principal se relaciona con los elevados índices de pobreza y desigualdad.

Desde hace más de setenta años, los gobiernos de AL adoptaron modelos de gobierno compatibles con los de Estados Unidos o con los de la Unión Soviética. Su sistema político respondió al contexto internacional y no a las necesidades propias de cada sociedad. Terminada la Guerra Fría, cada país de la región había construido sus instituciones “democráticas” sobre terrenos de arena; la mayoría, caracterizadas por una corrupción endémica, independientemente de su orientación política. En general, los modelos fueron tan inestables que en la década de los ochenta hubo una drástica oleada de cambios que declinaban más hacia el modelo neoliberal, centrado en un proceso de industrialización similar al que se desarrolló en diversas economías asiáticas.

Por más de veinte años, el neoliberalismo se impuso en AL con ciertas peculiaridades. En general, se trató de un modelo que se olvidó del bienestar social y se abocó en construir sociedades modernas, capitalistas y globalizadas, con oportunidades de crecimiento y producción. Desafortunadamente, la promesa de desarrollo no llegó para todos y la polarización fue cada vez más evidente. Las instituciones mantuvieron los mismos niveles de corrupción y la inequidad social agudizó en la medida en que el modelo se fue desgastando, hasta que llegó a un punto en que las sociedades buscaron nuevamente un cambio.

El siglo XXI atestiguó una nueva ola de gobiernos de izquierda con promesas similares entre sí: acabar con la corrupción y la pobreza. Sin embargo, la realidad social no vislumbró muchos cambios. Hoy, AL es la región más desigual del mundo. La corrupción y la pobreza se mantienen, al igual que la desigualdad social y la falta de oportunidades. La pandemia profundizó los problemas de estancamiento de la región y ni la izquierda ni la derecha han podido encontrar soluciones capaces de lograr un viraje en el destino de la región.

La evidencia expone que no se trata solamente de encontrar el modelo político idóneo. El desarrollo involucra una enorme cantidad de variables que, de no atenderse, no se alcanza un sistema eficiente. Se debe apostar por la educación, pero también por la productividad, sin dejar de lado el bienestar social. Hace más de una década, Daron Acemoğlu, economista del MIT, señaló la importancia de las instituciones en su obra “Por qué fracasan los países”, donde reflexiona sobre las diferencias entre los Estados ricos y pobres. En su texto señala que no es la cultura, ni el clima, ni la geografía o la historia, sino la solidez institucional lo que lleva a la prosperidad. En AL ni la izquierda ni la derecha han sabido resolver los problemas de raíz que limitan el andamiaje institucional, es decir, la corrupción y la desigualdad, que es fundamental para vislumbrar un futuro más próspero en la región.

* Coordinadora de la licenciatura en Relaciones Internacionales