/ martes 21 de mayo de 2019

Anáhuac Global | Desglobalización

Desde marzo de 2018 se ha detonado la mayor guerra comercial en la historia económica mundial, con la implementación de aranceles de entre 5% y 25% a más de 310 mil millones de dólares en productos chinos y estadounidenses (aunque el número es mayor si se incluyen otras regiones del mundo que también han visto las barreras arancelarias elevarse en los últimos 18 meses). Se trata de una confrontación directa entre las dos economías más grandes del mundo (China y Estados Unidos) que ha reducido los volúmenes de comercio global a su nivel más bajo desde la crisis de 2008 y amenaza con empujar al mundo a una nueva recesión.

La razón de la disputa está resumida en una investigación de la Oficina del Representante de Comercio de los Estados Unidos (USTR), que concluye que las políticas y prácticas de China relacionadas con la transferencia de tecnología, propiedad intelectual e innovación afectan los intereses económicos de EU. Esta postura proteccionista de la administración Trump responde a una percepción (equivocada) de “injusticia” comercial que le ha costado a los estadounidenses empleos y bienestar. Una afrenta al proyecto de globalización vigente desde los años ochenta y una declaración firme de intenciones a la potencia emergente de Asia.

El conflicto comercial ha comenzado ya a provocar disrupciones en las cadenas productivas a nivel global. Para evitar el pago de aranceles, empresas exportadoras e importadoras buscan reestructurar sus cadenas de suministro, evitan territorios con elevados costos arancelarios y reconfiguran la distribución del comercio global. De persistir el conflicto, podríamos estar viendo el comienzo de un cambio estructural en las redes de comercio internacional, que ahora podrían orientarse en torno a dos polos económicos: Estados Unidos y China. Una desglobalización, desintegración del mercado global en dos mercados paralelos y mutuamente excluyentes; reminiscencia de la guerra fría de los años de posguerra.

Lo fascinante del conflicto es que no se reduce a lo meramente económico y comercial. Tanto a nivel económico como político y militar, las acciones internacionales de EU tienen como objetivo primordial obstaculizar el ascenso de China como una potencia mundial. La influencia china se ha expandido en años recientes más allá de Asia y comienza a consolidarse en África, Europa, Centro y Sudamérica. China ha vetado intervenciones militares promovidas por EU en Naciones Unidas (Siria) y apenas hace unos días mostró públicamente su respaldo al gobierno iraní ante sanciones unilaterales estadounidenses que buscan ahorcar al país islámico. Dinámicas similares se muestran en Venezuela, Corea del Norte o el mar de la China Meridional, todos conflictos que vinculan de manera directa o indirecta a ambas potencias.

Este tipo de conflicto no es nuevo y en la academia se le ha dado el nombre de “La trampa de Tucídides”. El término, acuñado por el politólogo estadounidense Graham T. Allison, se refiere a los crecientes conflictos entre una potencia global instaurada y otra en ascenso que amenaza con suplirla. El resultado, en muchos de los casos (no todos), es la confrontación militar directa; pero durante el proceso de conflicto, destaca la gradual polarización tanto política como de mercados: “desglobalización”, en nuestro caso, que augura un cambio sustancial en la estructura de las relaciones internacionales.

*Miembro del claustro de profesores de la Facultad de Estudios Globales, Universidad Anáhuac México

Desde marzo de 2018 se ha detonado la mayor guerra comercial en la historia económica mundial, con la implementación de aranceles de entre 5% y 25% a más de 310 mil millones de dólares en productos chinos y estadounidenses (aunque el número es mayor si se incluyen otras regiones del mundo que también han visto las barreras arancelarias elevarse en los últimos 18 meses). Se trata de una confrontación directa entre las dos economías más grandes del mundo (China y Estados Unidos) que ha reducido los volúmenes de comercio global a su nivel más bajo desde la crisis de 2008 y amenaza con empujar al mundo a una nueva recesión.

La razón de la disputa está resumida en una investigación de la Oficina del Representante de Comercio de los Estados Unidos (USTR), que concluye que las políticas y prácticas de China relacionadas con la transferencia de tecnología, propiedad intelectual e innovación afectan los intereses económicos de EU. Esta postura proteccionista de la administración Trump responde a una percepción (equivocada) de “injusticia” comercial que le ha costado a los estadounidenses empleos y bienestar. Una afrenta al proyecto de globalización vigente desde los años ochenta y una declaración firme de intenciones a la potencia emergente de Asia.

El conflicto comercial ha comenzado ya a provocar disrupciones en las cadenas productivas a nivel global. Para evitar el pago de aranceles, empresas exportadoras e importadoras buscan reestructurar sus cadenas de suministro, evitan territorios con elevados costos arancelarios y reconfiguran la distribución del comercio global. De persistir el conflicto, podríamos estar viendo el comienzo de un cambio estructural en las redes de comercio internacional, que ahora podrían orientarse en torno a dos polos económicos: Estados Unidos y China. Una desglobalización, desintegración del mercado global en dos mercados paralelos y mutuamente excluyentes; reminiscencia de la guerra fría de los años de posguerra.

Lo fascinante del conflicto es que no se reduce a lo meramente económico y comercial. Tanto a nivel económico como político y militar, las acciones internacionales de EU tienen como objetivo primordial obstaculizar el ascenso de China como una potencia mundial. La influencia china se ha expandido en años recientes más allá de Asia y comienza a consolidarse en África, Europa, Centro y Sudamérica. China ha vetado intervenciones militares promovidas por EU en Naciones Unidas (Siria) y apenas hace unos días mostró públicamente su respaldo al gobierno iraní ante sanciones unilaterales estadounidenses que buscan ahorcar al país islámico. Dinámicas similares se muestran en Venezuela, Corea del Norte o el mar de la China Meridional, todos conflictos que vinculan de manera directa o indirecta a ambas potencias.

Este tipo de conflicto no es nuevo y en la academia se le ha dado el nombre de “La trampa de Tucídides”. El término, acuñado por el politólogo estadounidense Graham T. Allison, se refiere a los crecientes conflictos entre una potencia global instaurada y otra en ascenso que amenaza con suplirla. El resultado, en muchos de los casos (no todos), es la confrontación militar directa; pero durante el proceso de conflicto, destaca la gradual polarización tanto política como de mercados: “desglobalización”, en nuestro caso, que augura un cambio sustancial en la estructura de las relaciones internacionales.

*Miembro del claustro de profesores de la Facultad de Estudios Globales, Universidad Anáhuac México