/ martes 23 de julio de 2019

Anáhuac Global | ¡Que se vaya el chofer!

Por: Jessica de Alba Ulloa

Las revoluciones han sido una herramienta de cambio en la estructura de poder de una nación. Se dan cuando las condiciones no resisten más un sistema considerado opresor e injusto. Sobran ejemplos que lograron transformar al mundo, como la revolución de las trece colonias, convirtiéndose en Estados Unidos, que trajo el debate de la democracia a América; o la revolución francesa, que -aún con altibajos-significó una larga transición hacia los estados democráticos contemporáneos.

Sin embargo, sobran ejemplos de revoluciones que sólo cambiaron el poder de unas manos a otras, sin resolver problemas e injusticias. Entre las más dañinas está la rusa. Claramente, los zares fueron responsables cuando no tomaron la oportunidad de renovarse… y murieron. Pero la ideología de la revolución tuvo grandes repercusiones: un saldo muy rojo y regímenes totalitarios donde la mayoría estaba en las mismas condiciones: jodida, mientras que pocos disfrutaban los privilegios (¿o quién cree que dormía en la cama del zar?). Con el estrepitoso fracaso del socialismo, estos regímenes se han ido extinguiendo, con sus excepciones.

Una ícono, es la cubana. Los Castro y los Comités de Defensa de la Revolución, terminaron adueñándose del país y destruyéndolo. Generaciones de cubanos no han conocido la libertad; muchos no han aprendido a trabajar; y la mayoría son muy pobres. La economía ya no aguanta. Se desaprovechó la breve apertura de Estados Unidos y ya no hay dinero ni petróleo de su entonces más ferviente admirador: Hugo Chávez.

La “revolución bolivariana” de Venezuela es un manual de “Cómo Acabar con un País en Poco Tiempo”. Bastan las cifras, presentadas por CNN en español: en el primer trimestre de 2019 hubo 6,211 protestas; 1,503 personas fueron arrestadas arbitrariamente; 51 manifestantes asesinados; un promedio de 5,000 personas por día salió del país en 2018, año en quela inflación fue de la ridícula cifra de 929.789%, con casi un 50% de desempleo y una producción petrolera que cayó en 500,000 barriles diarios de 2017 a 2018, una producción de alimentos que cubrió el 25% de la demanda nacional, un desabastecimiento de medicinas del 85% y miles de personas torturadas, juzgadas inconstitucionalmente o fallecidas a manos de funcionarios policiales y militares.

En abril el coordinador de Asuntos Humanitarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) informó que un cuarto de la población venezolana (siete millones) necesitaban ayuda humanitaria. Mientras el presidente Maduro sigue engordándose a él, a su bolsillo y al de sus secuaces, la “comunidad internacional” hace poco. La pregunta de ¿para qué sirven las organizaciones internacionales? es pertinente.

Aquí la última revolución fue en 1910. Derrotó al dictador, pero las estructuras poco cambiaron, se sigue privilegiando a la clase política sin importar partido. Aunque se creó una fundamental clase media (que se va encogiendo), la mayoría sigue sin educación de calidad, sin trabajos bien remunerados y en un contexto de inseguridad creciente. Las verdaderas transformaciones no se logran cultivando clientelas políticas, ni regalando dinero, sino con una población trabajadora y educada. Ese, es el fin de la historia.

* Investigadora, Facultad de Estudios Globales, Universidad Anáhuac México

Por: Jessica de Alba Ulloa

Las revoluciones han sido una herramienta de cambio en la estructura de poder de una nación. Se dan cuando las condiciones no resisten más un sistema considerado opresor e injusto. Sobran ejemplos que lograron transformar al mundo, como la revolución de las trece colonias, convirtiéndose en Estados Unidos, que trajo el debate de la democracia a América; o la revolución francesa, que -aún con altibajos-significó una larga transición hacia los estados democráticos contemporáneos.

Sin embargo, sobran ejemplos de revoluciones que sólo cambiaron el poder de unas manos a otras, sin resolver problemas e injusticias. Entre las más dañinas está la rusa. Claramente, los zares fueron responsables cuando no tomaron la oportunidad de renovarse… y murieron. Pero la ideología de la revolución tuvo grandes repercusiones: un saldo muy rojo y regímenes totalitarios donde la mayoría estaba en las mismas condiciones: jodida, mientras que pocos disfrutaban los privilegios (¿o quién cree que dormía en la cama del zar?). Con el estrepitoso fracaso del socialismo, estos regímenes se han ido extinguiendo, con sus excepciones.

Una ícono, es la cubana. Los Castro y los Comités de Defensa de la Revolución, terminaron adueñándose del país y destruyéndolo. Generaciones de cubanos no han conocido la libertad; muchos no han aprendido a trabajar; y la mayoría son muy pobres. La economía ya no aguanta. Se desaprovechó la breve apertura de Estados Unidos y ya no hay dinero ni petróleo de su entonces más ferviente admirador: Hugo Chávez.

La “revolución bolivariana” de Venezuela es un manual de “Cómo Acabar con un País en Poco Tiempo”. Bastan las cifras, presentadas por CNN en español: en el primer trimestre de 2019 hubo 6,211 protestas; 1,503 personas fueron arrestadas arbitrariamente; 51 manifestantes asesinados; un promedio de 5,000 personas por día salió del país en 2018, año en quela inflación fue de la ridícula cifra de 929.789%, con casi un 50% de desempleo y una producción petrolera que cayó en 500,000 barriles diarios de 2017 a 2018, una producción de alimentos que cubrió el 25% de la demanda nacional, un desabastecimiento de medicinas del 85% y miles de personas torturadas, juzgadas inconstitucionalmente o fallecidas a manos de funcionarios policiales y militares.

En abril el coordinador de Asuntos Humanitarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) informó que un cuarto de la población venezolana (siete millones) necesitaban ayuda humanitaria. Mientras el presidente Maduro sigue engordándose a él, a su bolsillo y al de sus secuaces, la “comunidad internacional” hace poco. La pregunta de ¿para qué sirven las organizaciones internacionales? es pertinente.

Aquí la última revolución fue en 1910. Derrotó al dictador, pero las estructuras poco cambiaron, se sigue privilegiando a la clase política sin importar partido. Aunque se creó una fundamental clase media (que se va encogiendo), la mayoría sigue sin educación de calidad, sin trabajos bien remunerados y en un contexto de inseguridad creciente. Las verdaderas transformaciones no se logran cultivando clientelas políticas, ni regalando dinero, sino con una población trabajadora y educada. Ese, es el fin de la historia.

* Investigadora, Facultad de Estudios Globales, Universidad Anáhuac México