La celebración de la Resurrección de Jesús parece un contrasentido con lo que el mundo está viviendo por el COVID-19: millares de muertos en todas partes, sobre todo en países considerados de primer mundo, más cientos de defunciones que no entran en estadísticas oficiales; centenares de miles contagiados y en riesgo de morir; médicos, enfermeras, agentes sanitarios, también más de cien sacerdotes, que han fallecido a consecuencia de haber atendido a enfermos de esta pandemia. Hay temor y angustia en todas partes: ancianos en peligro de morir; pobres que se endeudan por todos lados para poder subsistir, con su familia; gobernantes que no saben qué medidas tomar; muchísima gente sin trabajo; pequeños, medianos y grandes empresarios que prevén el posible cierre de su negocio; sacerdotes que no pueden acercarse más a su pueblo, al que están consagrados. El panorama es nada halagüeño. ¿Qué celebración puede tener sentido hoy?
Sin embargo, el triunfo de Jesús sobre el sepulcro y sobre la muerte es nuestra certeza y nuestra esperanza. Su resurrección es una luz en el túnel de la oscuridad mundial. Su victoria pascual es la garantía de que venceremos, en esta vida y en la otra, porque la muerte no tiene la última palabra. En Jesús, vivo y resucitado, presente entre nosotros, hay vida, hay camino, hay solución, hay fraternidad, para trascender estas realidades temporales.
Y esto es lo que celebramos en la gran fiesta de la Resurrección. Durante los tres primeros siglos de la Iglesia, no había otra fecha que se celebrara; ni Navidad, ni otras fiestas del Señor, de la Virgen o de los Santos. Cada año, la única gran celebración era la Pascua de la Resurrección, en fecha variable, según la tradición judía, en torno a la luna llena de primavera. Es que, como dice San Pablo, si Jesús no hubiera resucitado, toda su vida de nada nos serviría; no sería el salvador; nuestra fe sería vana. Lo fundamental para los cristianos, de antes y de ahora, es que Cristo vive, triunfó sobre la muerte, resucitó y está con nosotros. Con El, todo cambia, todo es nuevo y esperanzador. Por ello, es central esta solemnidad, fiesta de las fiestas.
La Eucaristía es la presencia viva del Resucitado para su Pueblo. Es Jesús que nos quiere acompañar en el atardecer, o en la noche oscura de nuestras vidas, como lo hizo con aquellos dos discípulos de Emaús (Lc 24,13-35). En el “partir del pan”, lo podemos reconocer presente entre nosotros, que a veces estamos sin esperanza, perdidos en el peligro, angustiados y refugiados en nuestra soledad, queriendo quizá olvidar todo con alcohol, drogas u otros distractores, como el abuso del celular y de las redes sociales.
Hermanas y hermanos: ¡Cristo vive! Cristo está entre nosotros y con nosotros. Cristo nos acompaña en estos tiempos de pandemia, de dudas y de muerte. Unete a Jesús. Dile que lo necesitas. Pídele que venga a tu corazón. No importa si te consideras indigno, quizá en pecado. Pon tu historia en la herida de su costado, y El te sanará. Confía en El. Búscalo; acércate a El. Si por ahora no te puedes acercar a una iglesia, a los sacramentos, dile que venga a tu vida y, con El, todo cambiará; aunque vengan enfermedades y la misma muerte. El es más poderoso que todo. Acéptalo en tu corazón y serás salvo.
¡Felices Pascuas de Resurrección! ¡Animo! ¡Hay vida, hay esperanza, hay resurrección!
Obispo Emérito de San Cristobal de las Casas