/ martes 30 de octubre de 2018

Ante la caravana: congruencia, firmeza y astucia

La caravana migratoria proveniente de Centroamérica ha colocado a nuestro país entre la espada y la pared. Por una parte, México no debe asumir una actitud represiva y xenófoba porque también de nuestro suelo parten miles de personas y no podemos comportarnos del mismo modo que reprochamos al gobierno de Trump. En consecuencia, nuestras autoridades deben abstenerse de perseguir, criminalizar y expulsar a quienes llegan al territorio en busca de refugio.

Por otro lado, el gobierno mexicano no puede renunciar a los procedimientos legales que den cauce jurídico al flujo de personas que arriban desde el extranjero. Poner orden en las fronteras no significa violar derechos humanos en tanto las medidas aplicables sean idóneas, racionales y proporcionales, e indudablemente las aquí tomadas tienen esas características. Se dirá que el mismo derecho tienen los norteamericanos y es verdad, pero la diferencia es que las acciones aplicadas por ellos contra los migrantes suelen ser excesivas, agresivas y hasta inhumanas. Además, los mexicanos que emigran sin papeles no marchan con la exigencia de ingresar en tropel arrojando piedras y empleando manifestaciones de fuerza para derribar rejas como vimos que se comportaron los integrantes de la caravana.

La política mexicana en este espinoso asunto requiere de congruencia con nuestra postura frente a EU y con el respeto a los derechos humanos, pero también de firmeza para que ese respeto no genere la violación de nuestras leyes y menos que nos provoque un conflicto político-diplomático con Washington. Se debe equilibrar la protección de los derechos humanos de los centroamericanos con la preservación de nuestro interés nacional. Ese balance debería estar presente, asimismo, en el ánimo de quienes se desbocan en las redes sociales dejando escapar al pequeño Trump que todos llevamos dentro, para arremeter contra los integrantes de la caravana; si bien en el mundo real la generosidad de los chiapanecos ha arropado figurativa y literalmente a los visitantes.

En cuanto a la reacción oficial es importante que la intención de actuar humanitariamente no se convierta en ingenuidad. Desde ese punto de vista, la permanencia en áreas temporalmente confinadas para la realización de los trámites necesarios, no constituye una privación de la libertad ni una afectación de derechos humanos. No se trata de una “detención”, dado que el Estado no encierra a los migrantes contra su voluntad para deportarlos, sino que estos admiten voluntariamente las condiciones requeridas legalmente para cumplir las formalidades que les permitirán permanecer en el país. En ese esquema se inscribe la propuesta del Presidente Electo, de otorgar visas de trabajo a quienes vienen en busca de la oportunidad de conseguir el sustento.

Pero dice la sabiduría popular: “en el pedir está el dar”, y las modalidades de la petición obligan a algunas consideraciones como: ¿por qué si es relativamente fácil entrar a México por la frontera sur, a ojos vista, cotidianamente, mediante cruces no documentados, tenía que recurrirse a una notoria marcha multitudinaria? La pregunta no es ociosa si la caravana resulta muy útil para favorecer al Partido Republicano en las elecciones intermedias. La explotación que Trump ha hecho de esta marcha para llevar agua a su molino alimenta la suspicacia de que da la impresión de haberse organizado para servir de propaganda a su campaña.

El talante de la marcha no refleja, como ocurre con las peregrinaciones de quienes huyen de horrores que les apremian, angustia y pena, por el contrario, la conducta de los participantes es idéntica a la de activistas adecuadamente organizados, con consignas, liderazgo y demostraciones de franco desafío a la autoridad. Hay un tinte político en la caravana y sus implicaciones son evidentemente políticas. ¿Qué pasaría si simplemente se les facilitara su tránsito colectivo sin ningún control migratorio hasta la frontera norte? Eso nos echaría encima la ira del gobierno y de gran parte de la opinión pública estadounidense. ¿Y si las Fuerzas Armadas les disparan desde el otro lado?; quedaríamos metidos en un conflicto que nosotros no habríamos provocado de manera directa. Por esa razón, el cuidar el interés nacional nuestro no es “hacerle el trabajo sucio” a Trump.

Darles oportunidad de trabajar aquí es justo y humano; pero permitirles que nos provoquen un problema diplomático es inadmisible. Una cosa es la asistencia humanitaria y otra ceder a una presión injustificada. Que viajen en uso de su libertad individual a donde quieran y busquen ingresar a EU es jurídicamente válido, pero no que marchen hacia la frontera como manifestantes políticos, ya que ese tipo de manifestaciones está garantizada sólo para los ciudadanos mexicanos, como lo previene el Artículo 9° constitucional. Ayudémosles pues, pero no dejemos que nos perjudiquen.

La caravana migratoria proveniente de Centroamérica ha colocado a nuestro país entre la espada y la pared. Por una parte, México no debe asumir una actitud represiva y xenófoba porque también de nuestro suelo parten miles de personas y no podemos comportarnos del mismo modo que reprochamos al gobierno de Trump. En consecuencia, nuestras autoridades deben abstenerse de perseguir, criminalizar y expulsar a quienes llegan al territorio en busca de refugio.

Por otro lado, el gobierno mexicano no puede renunciar a los procedimientos legales que den cauce jurídico al flujo de personas que arriban desde el extranjero. Poner orden en las fronteras no significa violar derechos humanos en tanto las medidas aplicables sean idóneas, racionales y proporcionales, e indudablemente las aquí tomadas tienen esas características. Se dirá que el mismo derecho tienen los norteamericanos y es verdad, pero la diferencia es que las acciones aplicadas por ellos contra los migrantes suelen ser excesivas, agresivas y hasta inhumanas. Además, los mexicanos que emigran sin papeles no marchan con la exigencia de ingresar en tropel arrojando piedras y empleando manifestaciones de fuerza para derribar rejas como vimos que se comportaron los integrantes de la caravana.

La política mexicana en este espinoso asunto requiere de congruencia con nuestra postura frente a EU y con el respeto a los derechos humanos, pero también de firmeza para que ese respeto no genere la violación de nuestras leyes y menos que nos provoque un conflicto político-diplomático con Washington. Se debe equilibrar la protección de los derechos humanos de los centroamericanos con la preservación de nuestro interés nacional. Ese balance debería estar presente, asimismo, en el ánimo de quienes se desbocan en las redes sociales dejando escapar al pequeño Trump que todos llevamos dentro, para arremeter contra los integrantes de la caravana; si bien en el mundo real la generosidad de los chiapanecos ha arropado figurativa y literalmente a los visitantes.

En cuanto a la reacción oficial es importante que la intención de actuar humanitariamente no se convierta en ingenuidad. Desde ese punto de vista, la permanencia en áreas temporalmente confinadas para la realización de los trámites necesarios, no constituye una privación de la libertad ni una afectación de derechos humanos. No se trata de una “detención”, dado que el Estado no encierra a los migrantes contra su voluntad para deportarlos, sino que estos admiten voluntariamente las condiciones requeridas legalmente para cumplir las formalidades que les permitirán permanecer en el país. En ese esquema se inscribe la propuesta del Presidente Electo, de otorgar visas de trabajo a quienes vienen en busca de la oportunidad de conseguir el sustento.

Pero dice la sabiduría popular: “en el pedir está el dar”, y las modalidades de la petición obligan a algunas consideraciones como: ¿por qué si es relativamente fácil entrar a México por la frontera sur, a ojos vista, cotidianamente, mediante cruces no documentados, tenía que recurrirse a una notoria marcha multitudinaria? La pregunta no es ociosa si la caravana resulta muy útil para favorecer al Partido Republicano en las elecciones intermedias. La explotación que Trump ha hecho de esta marcha para llevar agua a su molino alimenta la suspicacia de que da la impresión de haberse organizado para servir de propaganda a su campaña.

El talante de la marcha no refleja, como ocurre con las peregrinaciones de quienes huyen de horrores que les apremian, angustia y pena, por el contrario, la conducta de los participantes es idéntica a la de activistas adecuadamente organizados, con consignas, liderazgo y demostraciones de franco desafío a la autoridad. Hay un tinte político en la caravana y sus implicaciones son evidentemente políticas. ¿Qué pasaría si simplemente se les facilitara su tránsito colectivo sin ningún control migratorio hasta la frontera norte? Eso nos echaría encima la ira del gobierno y de gran parte de la opinión pública estadounidense. ¿Y si las Fuerzas Armadas les disparan desde el otro lado?; quedaríamos metidos en un conflicto que nosotros no habríamos provocado de manera directa. Por esa razón, el cuidar el interés nacional nuestro no es “hacerle el trabajo sucio” a Trump.

Darles oportunidad de trabajar aquí es justo y humano; pero permitirles que nos provoquen un problema diplomático es inadmisible. Una cosa es la asistencia humanitaria y otra ceder a una presión injustificada. Que viajen en uso de su libertad individual a donde quieran y busquen ingresar a EU es jurídicamente válido, pero no que marchen hacia la frontera como manifestantes políticos, ya que ese tipo de manifestaciones está garantizada sólo para los ciudadanos mexicanos, como lo previene el Artículo 9° constitucional. Ayudémosles pues, pero no dejemos que nos perjudiquen.