Ante la incertidumbre que minuto a minuto genera la campaña política, principalmente de los candidatos a la presidencia de la República, destaca en el panorama la urgencia persistente y constante que tiene el elector de escuchar un discurso de los aspirantes, claro, honesto, con propuestas y posibles soluciones lógicas y bien articuladas, sin interrupciones que impidan el buen desarrollo del mismo; en vez, por desgracia, de alusiones personales y ataques al oponente, que aunque no corten el curso de aquél sí lo empañan o enturbian. En tal virtud y habida cuenta de las dudas e insatisfacciones múltiples del elector, por decir lo menos, se me ocurre que un grupo de personas altamente calificadas y con una sólida visión universal de la cultura, que nunca ocasional o improvisada, de superficie o mera información, les formulen a los candidatos cuestiones vertebrales para la nación. O sea, que los orillen a razonar, a argumentar y a concluir con precisión y claridad, con énfasis ideológico y verbal. ¿Qué otra manera tendríamos los electores para también razonar y emitir nuestro voto? Por una causa u otra hemos oído decir a los aspirantes palabras que evaden o saltean el tema central. Hemos sido testigos de una especie de batalla electoral, por más que los técnicos de la democracia pregonen lo contrario. Estanos sedientos del verdadero arte de la palabra política.
Ahora bien, para salir de la incertidumbre hay que escuchar lo bien dicho y razonarlo bien. ¿Qué acaso en las universidades públicas del país, comenzando con la UNAM, no hay gente del más alto nivel intelectual comprometida sólo con sus ideas e ideales? Doy por descontado que no harían preguntas capciosas a los candidatos, que entrañen dudas sobre honestidad u honorabilidad. Para eso hay otras instancias donde dirimir esos asuntos y deslindar responsabilidades. Una cosa, creo, es el chisme que satisface la curiosidad popular (un poco de circo electoral) y otra muy distinta entrar en materia política. Es lo mismo que una conversación que se lleve a cabo en una mesa de convivio, en que hay de todo; señalamientos agudos, inteligentes, igual que observaciones banales o profundas. El tono de elevación intelectual en la mesa seguirá el compás que marquen los interlocutores. Repito, ¿por qué no recurrir a las universidades para que gente apta, capaz, culta, informada, inteligente, pregunte y dialogue con los candidatos dentro de un tiempo previamente señalado para hacerlo? Hay que llevar a los candidatos al terreno que el pueblo demanda, y si ellos no van el pueblo entonces juzgará. Faltan dos debates y el INE tiene la altísima responsabilidad histórica y única de propiciar una elección en que resalten dos polos, a saber, el de los planteamientos y el de las decisiones. Y es evidente que no se puede plantear algo desviando al candidato hacia terrenos circunstanciales, meramente coloquiales, o propios de una autoridad diferente de la electoral. Y menos aun atacando por la vía personal, ironizando o incluso injuriando.
En suma, no vamos a votar con base en quién golpee más duro sino en quien nos convenza con su proyecto de gobierno y su mira puesta en la inseguridad, la corrupción, la violencia, el desempleo, el desarrollo económico y la educación. Lo contrario nos ha llevado hasta hoy a la incertidumbre, muy a pesar de la propaganda y festinaciones partidistas. El elector no tiene un conocimiento seguro y claro de los candidatos ni una firme adhesión a alguien que de verdad conozca. Ya es hora de que en los próximos debates se aclaren las dudas.
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