/ martes 1 de octubre de 2019

Aplauso en la ONU a discurso de odio

Si una niña de 16 años, en un foro de la ONU, se solaza insultando a gritos a un auditorio de sus mayores y estos le aplauden, hay algo en el mundo —además del clima— que no anda bien.

Quizá fuera más útil que la joven Greta Thunberg dedicara su energía a organizar a los millares de jóvenes que la siguen, para formar brigadas de reforestación en todo el mundo y predicar con el ejemplo, o a inducir a miles de egresados de las facultades de ciencias para construir una red de investigación que profundice en el conocimiento de las causas que provocan la alteración del clima o en el desarrollo de tecnologías que compensen la emisión de CO2. O bien que egresados de ciencias sociales averigüen cuántos intereses están detrás de las inversiones en energías limpias al tiempo que químicos y biólogos verifiquen los efectos secundarios de las mismas, como el caso de los focos ahorradores, para saber si quienes las impulsan están movidos por una real preocupación en torno al futuro del planeta o les motiva más su propio futuro financiero.

¿Se habrán preguntado los entusiastas seguidores de Greta si no son dóciles instrumentos al involuntario servicio de las ambiciones que con justicia condenan? y sobre todo: ¿colabora la agresividad, el insulto y la intolerancia discursiva a arreglar el problema climático? o solo abona al enfrentamiento y la discordia entre pueblos y generaciones como lo denunció Emmanuel Macron.

¿Es el papel de los jóvenes, como dice Greta, solo exigir soluciones y no proveerlas? ¿Basta con recriminar a la generación anterior para cumplir con la responsabilidad de la propia? ¿Conviene elevar el tono, la gesticulación y las palabras cargadas de odio a la categoría de actitud elogiable? Independientemente de la razón que tenga la joven sueca ¿es ese el mejor modo de expresarla? ¿No es la tolerancia una virtud que se promueve entre las nuevas generaciones? ¿No les enseñamos que la violencia verbal es preludio de la violencia física? ¿No puede conducir un discurso que califica de “traidores” a los dirigentes, a que jóvenes fanatizados pasen de las palabras a la acción agresiva?

Tampoco puede negarse que la causa de Greta carezca de razón o que la preocupación de los jóvenes sea infundada, ni que los dirigentes políticos han fallado, pero cabe preguntarse ¿con qué intención tales dirigentes invitaron a la activista sueca? Curiosamente el efecto de su airada denuncia la puso a ella y al tono de su discurso en el centro del debate, desviándolo del resultado de la reunión internacional.

Pero hay otros cuestionamientos importantes: esta fijación en los problemas ecológicos, inducida culturalmente, ¿no distrae a los jóvenes del auténtico problema global que es la brutal injusticia social? Evidentemente el ecosistema más deteriorado es el de la propia sociedad humana desde el punto de vista económico y social, y su degradación no proviene del cambio climático. Pero todo indica que es mejor dirigir la atención a los efectos en lugar de combatir sus causas y por eso es más redituable para la perpetuación de la desigualdad, el orientar la tierna atención de un niño a proteger a la vaquita marina, que despertar su interés por las infrahumanas condiciones de vida que obligan a millones a emigrar por la depauperación y violencia que privan en su medio ambiente derivadas de la explotación colonial.

Pero esta preocupación, pese a su discurso, parece ajena a Greta, pues para llegar a Nueva York sin lanzar gases a la atmósfera, viajó en un velero fabricado especialmente para regatas en las cuales participan solo los miembros más acaudalados de la élite global. El velero, propiedad de la familia real de Mónaco navega conducido por el hijo de la princesa Carolina con el letrero Prince Albert II Mónaco Foundation, y esas fundaciones “no dan paso sin guarache”. El costo del viaje no ha sido revelado pero indudablemente lo cubren contribuyentes que no saben a donde fue a parar su dinero. El yate que junto con su pasajera ha captado la atención mundial fue fabricado por la empresa Multiplast que paradójicamente fabrica piezas para aviones y forma parte de un gran consorcio con actividades en: industria náutica, de defensa, aeronáutica, espacial, de construcción y ¡oh sorpresa! energías renovables. ¿No hubiera sido menos ostentoso y caro tomar un lugar de turista en un avión que igual iba a volar? y, por tanto, el viaje por mar no iba a disminuir la contaminación pero,en cambio, dio publicidad a la empresa fabricante del velero. Ese yate es justamente el símbolo más acabado del capitalismo con el que Greta acaba colaborando, aunque aparentemente esté en su contra.

Es el afán desmedido de ganancias el que está detrás de la injusticia en el mundo; de parte de los esfuerzos supuestamente ecológicos y de fenómenos concretos como la deforestación que incide en los cambios del clima. La disminución de la injusticia y la desigualdad, no solo del CO2, es lo trascendental.

eduardoandrade1948@gmail.com

Si una niña de 16 años, en un foro de la ONU, se solaza insultando a gritos a un auditorio de sus mayores y estos le aplauden, hay algo en el mundo —además del clima— que no anda bien.

Quizá fuera más útil que la joven Greta Thunberg dedicara su energía a organizar a los millares de jóvenes que la siguen, para formar brigadas de reforestación en todo el mundo y predicar con el ejemplo, o a inducir a miles de egresados de las facultades de ciencias para construir una red de investigación que profundice en el conocimiento de las causas que provocan la alteración del clima o en el desarrollo de tecnologías que compensen la emisión de CO2. O bien que egresados de ciencias sociales averigüen cuántos intereses están detrás de las inversiones en energías limpias al tiempo que químicos y biólogos verifiquen los efectos secundarios de las mismas, como el caso de los focos ahorradores, para saber si quienes las impulsan están movidos por una real preocupación en torno al futuro del planeta o les motiva más su propio futuro financiero.

¿Se habrán preguntado los entusiastas seguidores de Greta si no son dóciles instrumentos al involuntario servicio de las ambiciones que con justicia condenan? y sobre todo: ¿colabora la agresividad, el insulto y la intolerancia discursiva a arreglar el problema climático? o solo abona al enfrentamiento y la discordia entre pueblos y generaciones como lo denunció Emmanuel Macron.

¿Es el papel de los jóvenes, como dice Greta, solo exigir soluciones y no proveerlas? ¿Basta con recriminar a la generación anterior para cumplir con la responsabilidad de la propia? ¿Conviene elevar el tono, la gesticulación y las palabras cargadas de odio a la categoría de actitud elogiable? Independientemente de la razón que tenga la joven sueca ¿es ese el mejor modo de expresarla? ¿No es la tolerancia una virtud que se promueve entre las nuevas generaciones? ¿No les enseñamos que la violencia verbal es preludio de la violencia física? ¿No puede conducir un discurso que califica de “traidores” a los dirigentes, a que jóvenes fanatizados pasen de las palabras a la acción agresiva?

Tampoco puede negarse que la causa de Greta carezca de razón o que la preocupación de los jóvenes sea infundada, ni que los dirigentes políticos han fallado, pero cabe preguntarse ¿con qué intención tales dirigentes invitaron a la activista sueca? Curiosamente el efecto de su airada denuncia la puso a ella y al tono de su discurso en el centro del debate, desviándolo del resultado de la reunión internacional.

Pero hay otros cuestionamientos importantes: esta fijación en los problemas ecológicos, inducida culturalmente, ¿no distrae a los jóvenes del auténtico problema global que es la brutal injusticia social? Evidentemente el ecosistema más deteriorado es el de la propia sociedad humana desde el punto de vista económico y social, y su degradación no proviene del cambio climático. Pero todo indica que es mejor dirigir la atención a los efectos en lugar de combatir sus causas y por eso es más redituable para la perpetuación de la desigualdad, el orientar la tierna atención de un niño a proteger a la vaquita marina, que despertar su interés por las infrahumanas condiciones de vida que obligan a millones a emigrar por la depauperación y violencia que privan en su medio ambiente derivadas de la explotación colonial.

Pero esta preocupación, pese a su discurso, parece ajena a Greta, pues para llegar a Nueva York sin lanzar gases a la atmósfera, viajó en un velero fabricado especialmente para regatas en las cuales participan solo los miembros más acaudalados de la élite global. El velero, propiedad de la familia real de Mónaco navega conducido por el hijo de la princesa Carolina con el letrero Prince Albert II Mónaco Foundation, y esas fundaciones “no dan paso sin guarache”. El costo del viaje no ha sido revelado pero indudablemente lo cubren contribuyentes que no saben a donde fue a parar su dinero. El yate que junto con su pasajera ha captado la atención mundial fue fabricado por la empresa Multiplast que paradójicamente fabrica piezas para aviones y forma parte de un gran consorcio con actividades en: industria náutica, de defensa, aeronáutica, espacial, de construcción y ¡oh sorpresa! energías renovables. ¿No hubiera sido menos ostentoso y caro tomar un lugar de turista en un avión que igual iba a volar? y, por tanto, el viaje por mar no iba a disminuir la contaminación pero,en cambio, dio publicidad a la empresa fabricante del velero. Ese yate es justamente el símbolo más acabado del capitalismo con el que Greta acaba colaborando, aunque aparentemente esté en su contra.

Es el afán desmedido de ganancias el que está detrás de la injusticia en el mundo; de parte de los esfuerzos supuestamente ecológicos y de fenómenos concretos como la deforestación que incide en los cambios del clima. La disminución de la injusticia y la desigualdad, no solo del CO2, es lo trascendental.

eduardoandrade1948@gmail.com