/ martes 19 de julio de 2022

Aritmética básica vs. dogmas económicos

Hay católicos devotos que conocen de memoria el misal; saben todas las oraciones y las ocasiones en que deben pronunciarse, pero no comprenden la filosofía cristiana. Así ocurre con muchos economistas adoctrinados con recetas que repiten a partir de consignas ideológicas, perdiendo de vista las realidades de la vida que ellos mismos llaman “economía real”, con lo que revelan que existe otra producto de la ficción. A fuerza de inculcar esos clichés, incluso personas que usualmente piensan con lucidez se dejan obnubilar por impresiones erróneas. Justo con motivo del anuncio del Presidente López Obrador de atraer consumidores provenientes del otro lado de la frontera estadounidense, para adquirir gasolina a un precio menor del que pagan en su país, escuché a varios comentaristas supuestamente bien informados, poner el grito en el cielo argumentando que se trata de una aberración económica puesto que implica un subsidio proveniente de los bolsillos de los contribuyentes mexicanos.

Quienes han reaccionado de ese modo se dejan llevar por la idea de que la gasolina mexicana está subsidiada, pero no comprenden la naturaleza del proceso que en estos momentos impide trasladar al consumidor el costo de la gasolina adquirida en el extranjero. Confunden la idea simple del subsidio con un inteligente mecanismo compensatorio tendiente a contener la inflación, el cual además puede producir un beneficio colateral de naturaleza política e incluso económica.

La falsa idea de que la gasolina está “artificialmente” barata porque el Estado puede ponerla en el mercado a un precio menor que el que tendría si se tuviera solo como referencia el costo de su importación, desconoce que el Estado, como una gran entidad económica, puede operar a la manera de una empresa que realiza compensaciones internas de costos para llegar a un precio final al público.

Con la gasolina, gracias al control que tiene sobre los hidrocarburos, el país puede realizar un ejercicio de compensación entre dos productos que maneja: el petróleo que exporta dejándole grandes utilidades y la gasolina que desgraciadamente tiene que importar. El gobierno decidió, con gran perspicacia, aprovechar la ventaja comparativa que le ofrece el alto precio del petróleo en el mercado mundial y que le proporciona ingresos adicionales no presupuestados, para que con ese excedente se cubra una disminución en el precio de la gasolina que favorezca a los consumidores y reduzca el impacto en múltiples costos que empujarían para arriba la inflación.

De esta manera es posible, sin sacar un solo centavo de la bolsa de los contribuyentes, generar ese proceso de compensación y mantener la gasolina más barata que la que ofrecen empresas en el extranjero las cuales no disponen de la posibilidad de cubrir con el excedente de la venta petrolera una disminución de precio del combustible.

Aquí el Estado decide reducir una parte de la ganancia adicional, que es distinto al concepto tradicional de “subsidio” consistente en erogar recursos propios para apoyar a los particulares. Si pensamos en un ejemplo grueso cuyas cifras se acercan aproximadamente a la realidad, podríamos considerar lo siguiente: en el presupuesto del Estado supongamos que se ha establecido un precio de $50 el barril y que este se incrementa durante el año hasta llegar a $100. Si solamente exportara un barril tendría un ingreso excedente no previsto de $50. Por otro lado, tiene que comprar gasolina en el exterior y cada barril en vez de costarle $70, le sale ahora en $130. Supongamos adicionalmente que vende 10 barriles de petróleo en $100 con lo cual recibe $1000, $500 de los cuales no tenía previstos. Por el otro lado tiene que comprar cuatro barriles de gasolina en los que iba a gastar $280, pero por los que ahora tiene que pagar $520.

El país recibió un ingreso excedente de $500 y tuvo un gasto adicional no presupuestado de $240 en gasolina. De modo que tiene aún un superávit de $260. Si de ahí decide usar $240 para mantener el precio de la gasolina al nivel que no resienta el incremento derivado del aumento no esperado; beneficiará a la economía en general evitando que se dispare la inflación, lo cual es un propósito económico mucho más razonable que mantener el precio de la gasolina atado a su costo exterior.

Ello significa que el Estado deja de percibir un ingreso pero no gasta ni un centavo de los recursos recaudados de los contribuyentes. Adicionalmente, suponiendo con base en cifras asequibles en diversas fuentes, que diariamente ingresen al país por la frontera 100 mil vehículos y que cada uno llene su tanque gastando $50, el país recibiría 5 millones de dólares que no tenía considerados en sus ingresos, con lo que no solo recupera algo de lo que había dejado de percibir, sino además atrae a consumidores a este lado de la frontera que harán otras compras por aproximadamente otros 5 millones. Así, lo que parecía un despropósito acaba siendo redituable en lo político y en lo económico.

eduardoandrade1948@gmail.com

Hay católicos devotos que conocen de memoria el misal; saben todas las oraciones y las ocasiones en que deben pronunciarse, pero no comprenden la filosofía cristiana. Así ocurre con muchos economistas adoctrinados con recetas que repiten a partir de consignas ideológicas, perdiendo de vista las realidades de la vida que ellos mismos llaman “economía real”, con lo que revelan que existe otra producto de la ficción. A fuerza de inculcar esos clichés, incluso personas que usualmente piensan con lucidez se dejan obnubilar por impresiones erróneas. Justo con motivo del anuncio del Presidente López Obrador de atraer consumidores provenientes del otro lado de la frontera estadounidense, para adquirir gasolina a un precio menor del que pagan en su país, escuché a varios comentaristas supuestamente bien informados, poner el grito en el cielo argumentando que se trata de una aberración económica puesto que implica un subsidio proveniente de los bolsillos de los contribuyentes mexicanos.

Quienes han reaccionado de ese modo se dejan llevar por la idea de que la gasolina mexicana está subsidiada, pero no comprenden la naturaleza del proceso que en estos momentos impide trasladar al consumidor el costo de la gasolina adquirida en el extranjero. Confunden la idea simple del subsidio con un inteligente mecanismo compensatorio tendiente a contener la inflación, el cual además puede producir un beneficio colateral de naturaleza política e incluso económica.

La falsa idea de que la gasolina está “artificialmente” barata porque el Estado puede ponerla en el mercado a un precio menor que el que tendría si se tuviera solo como referencia el costo de su importación, desconoce que el Estado, como una gran entidad económica, puede operar a la manera de una empresa que realiza compensaciones internas de costos para llegar a un precio final al público.

Con la gasolina, gracias al control que tiene sobre los hidrocarburos, el país puede realizar un ejercicio de compensación entre dos productos que maneja: el petróleo que exporta dejándole grandes utilidades y la gasolina que desgraciadamente tiene que importar. El gobierno decidió, con gran perspicacia, aprovechar la ventaja comparativa que le ofrece el alto precio del petróleo en el mercado mundial y que le proporciona ingresos adicionales no presupuestados, para que con ese excedente se cubra una disminución en el precio de la gasolina que favorezca a los consumidores y reduzca el impacto en múltiples costos que empujarían para arriba la inflación.

De esta manera es posible, sin sacar un solo centavo de la bolsa de los contribuyentes, generar ese proceso de compensación y mantener la gasolina más barata que la que ofrecen empresas en el extranjero las cuales no disponen de la posibilidad de cubrir con el excedente de la venta petrolera una disminución de precio del combustible.

Aquí el Estado decide reducir una parte de la ganancia adicional, que es distinto al concepto tradicional de “subsidio” consistente en erogar recursos propios para apoyar a los particulares. Si pensamos en un ejemplo grueso cuyas cifras se acercan aproximadamente a la realidad, podríamos considerar lo siguiente: en el presupuesto del Estado supongamos que se ha establecido un precio de $50 el barril y que este se incrementa durante el año hasta llegar a $100. Si solamente exportara un barril tendría un ingreso excedente no previsto de $50. Por otro lado, tiene que comprar gasolina en el exterior y cada barril en vez de costarle $70, le sale ahora en $130. Supongamos adicionalmente que vende 10 barriles de petróleo en $100 con lo cual recibe $1000, $500 de los cuales no tenía previstos. Por el otro lado tiene que comprar cuatro barriles de gasolina en los que iba a gastar $280, pero por los que ahora tiene que pagar $520.

El país recibió un ingreso excedente de $500 y tuvo un gasto adicional no presupuestado de $240 en gasolina. De modo que tiene aún un superávit de $260. Si de ahí decide usar $240 para mantener el precio de la gasolina al nivel que no resienta el incremento derivado del aumento no esperado; beneficiará a la economía en general evitando que se dispare la inflación, lo cual es un propósito económico mucho más razonable que mantener el precio de la gasolina atado a su costo exterior.

Ello significa que el Estado deja de percibir un ingreso pero no gasta ni un centavo de los recursos recaudados de los contribuyentes. Adicionalmente, suponiendo con base en cifras asequibles en diversas fuentes, que diariamente ingresen al país por la frontera 100 mil vehículos y que cada uno llene su tanque gastando $50, el país recibiría 5 millones de dólares que no tenía considerados en sus ingresos, con lo que no solo recupera algo de lo que había dejado de percibir, sino además atrae a consumidores a este lado de la frontera que harán otras compras por aproximadamente otros 5 millones. Así, lo que parecía un despropósito acaba siendo redituable en lo político y en lo económico.

eduardoandrade1948@gmail.com