/ sábado 27 de junio de 2020

Atentado

Ayer viernes 26 de junio, 6 y media de la mañana, tempranito. Un atentado contra el jefe de la Policía de la Ciudad de México. Presuntamente integrantes de un grupo de la delincuencia organizada diseminaron cientos de balazos contra la camioneta del funcionario, quien resultó herido, habiendo muerto dos de sus escoltas y una persona que circulaba por la zona.

Fuerte y tremendo. Es la inseguridad, la maldita inseguridad que no se ha sabido exterminar. Hace unos 35 años las autoridades se dedicaron a otras acciones y descuidaron la seguridad. Y a partir de entonces, los delincuentes empezaron a armarse y organizarse, mucho mejor que los elementos de seguridad. Se les llama, desde entonces, “delincuencia organizada”, y hoy asociada con cárteles de la droga.

Manuel Mondragón y Kalb, quien fuera jefe de la Policía hace diez años escribió “El individuo que desea prestar sus servicios en corporaciones policíacas debe egresar de instituciones de formación policial y aprobar exámenes con rigor. Tendrá que conocer perfectamente el entorno en el cual va a desenvolverse, saber enfrentar las situaciones que alteren la tranquilidad del tejido social, y estar dispuesto a acercarse a la ciudadanía para auxiliar y apoyar. Hoy en día se ha abierto una brecha entre la ética y la política, brecha por la cual desfilan lamentablemente las conductas antisociales que desembocan en el cinismo, el quebranto social, el incumplimiento de las labores”.

La ciudad de México ha tenido 65 Jefes de Policía desde el año 1904, y hasta la fecha. En aquel lejano año, la metrópolis contaba con un millón de habitantes y un número escaso de vehículos automotores toda vez que aun circulaban, en gran número, las carretelas tiradas por caballos. La ciudad se movía a otro ritmo, en una frecuencia menor.

116 años separan las fechas que marcan esta Galería. 116 años de cumplir con una tarea ardua y tenaz para preservar la tranquilidad de la comunidad. 116 años en los cuales la Ciudad de México ha visto como se expanden su superficie habitacional y sus índices poblacionales, como crece el parque vehicular que circula por sus calles y avenidas, como logran convivir pacíficamente sus habitantes, y como se ha convertido en la ciudad más grande e importante de América Latina.

Durante mis encargos en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, y siempre que participé en los Comités Delegaciones o Escolares de Seguridad u otras reuniones vecinales, defendí con vehemencia las labores de los policías, quienes estaban allí presentes. Recibían reclamos de presidentes de colonias, de directores y maestros de escuelas, de asociaciones vecinales. Y después de escucharlos, yo pedía la palabra para poner en su lugar las cosas. ¿Sabían los interrogadores cuántos elementos vigilaban sus colonias? ¿Sabían los interrogadores que esos elementos SE JUGABAN SU VIDA para defender las suyas? ¿Sabían los interrogadores los escasos salarios que recibían los policías por esa labor?

Claro que no. Los interrogadores se quedaban mudos y no tenían ni idea de lo que era un policía, ni su labor, ni lo que era un Código Águila, o un Código Escolar, etc. Siempre me quedó la satisfacción de la mirada de agradecimiento de los Jefes de Sector allí presentes.

Hablar de la Ciudad de México y de sus Jefes de Policía es materia asaz interesante y compleja. Durante décadas fueron individuos que honraron, con su encargo, a las fuerzas castrenses. Recordemos que de 1904 a 1920, México, y concretamente su ciudad capital, fueron escenario de la turbulencia revolucionaria, lo cual se reflejó en la frecuencia con la cual se produjeron los relevos de titulares de la Policía. A partir de 1920, al iniciarse la pacificación del país, los cambios en ese alto puesto de la ciudad transcurrieron con menor intensidad.

La Historia de los Jefes de Policía es interesante y compleja. Todos ellos han sido servidores públicos que han tenido en sus manos la difícil tarea de enfrentar las conductas ilícitas, y resolverlas. Todos ellos han tenido que responder de sus acciones, primero ante la ciudadanía, y después ante el presidente de la República, quien los nombra y aprueba, toda vez que están a cargo de un territorio en el cual se asientan los poderes federales del país. Todos ellos, por lo difícil del encargo, están sujetos al juicio popular y al de la historia. Todos ellos se han comprometido a cumplir con valor, asumiendo que es una labor con laberintos desconocidos y complicados.

La Ciudad de México es un crisol en el cual se funden los acontecimientos políticos, económicos y sociales del país; aquí se encuentran los contrastes más marcados de todo el territorio nacional.

Tiene razón Mondragón y Kalb. No habrá seguridad en las calles sin la participación de la ciudadanía. Se ha abierto una brecha. Siempre ha sido y seguirá siendo imprescindible que las tareas de prevención del delito sean bilaterales, es decir, la sociedad y el gobierno.


Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx

Ayer viernes 26 de junio, 6 y media de la mañana, tempranito. Un atentado contra el jefe de la Policía de la Ciudad de México. Presuntamente integrantes de un grupo de la delincuencia organizada diseminaron cientos de balazos contra la camioneta del funcionario, quien resultó herido, habiendo muerto dos de sus escoltas y una persona que circulaba por la zona.

Fuerte y tremendo. Es la inseguridad, la maldita inseguridad que no se ha sabido exterminar. Hace unos 35 años las autoridades se dedicaron a otras acciones y descuidaron la seguridad. Y a partir de entonces, los delincuentes empezaron a armarse y organizarse, mucho mejor que los elementos de seguridad. Se les llama, desde entonces, “delincuencia organizada”, y hoy asociada con cárteles de la droga.

Manuel Mondragón y Kalb, quien fuera jefe de la Policía hace diez años escribió “El individuo que desea prestar sus servicios en corporaciones policíacas debe egresar de instituciones de formación policial y aprobar exámenes con rigor. Tendrá que conocer perfectamente el entorno en el cual va a desenvolverse, saber enfrentar las situaciones que alteren la tranquilidad del tejido social, y estar dispuesto a acercarse a la ciudadanía para auxiliar y apoyar. Hoy en día se ha abierto una brecha entre la ética y la política, brecha por la cual desfilan lamentablemente las conductas antisociales que desembocan en el cinismo, el quebranto social, el incumplimiento de las labores”.

La ciudad de México ha tenido 65 Jefes de Policía desde el año 1904, y hasta la fecha. En aquel lejano año, la metrópolis contaba con un millón de habitantes y un número escaso de vehículos automotores toda vez que aun circulaban, en gran número, las carretelas tiradas por caballos. La ciudad se movía a otro ritmo, en una frecuencia menor.

116 años separan las fechas que marcan esta Galería. 116 años de cumplir con una tarea ardua y tenaz para preservar la tranquilidad de la comunidad. 116 años en los cuales la Ciudad de México ha visto como se expanden su superficie habitacional y sus índices poblacionales, como crece el parque vehicular que circula por sus calles y avenidas, como logran convivir pacíficamente sus habitantes, y como se ha convertido en la ciudad más grande e importante de América Latina.

Durante mis encargos en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, y siempre que participé en los Comités Delegaciones o Escolares de Seguridad u otras reuniones vecinales, defendí con vehemencia las labores de los policías, quienes estaban allí presentes. Recibían reclamos de presidentes de colonias, de directores y maestros de escuelas, de asociaciones vecinales. Y después de escucharlos, yo pedía la palabra para poner en su lugar las cosas. ¿Sabían los interrogadores cuántos elementos vigilaban sus colonias? ¿Sabían los interrogadores que esos elementos SE JUGABAN SU VIDA para defender las suyas? ¿Sabían los interrogadores los escasos salarios que recibían los policías por esa labor?

Claro que no. Los interrogadores se quedaban mudos y no tenían ni idea de lo que era un policía, ni su labor, ni lo que era un Código Águila, o un Código Escolar, etc. Siempre me quedó la satisfacción de la mirada de agradecimiento de los Jefes de Sector allí presentes.

Hablar de la Ciudad de México y de sus Jefes de Policía es materia asaz interesante y compleja. Durante décadas fueron individuos que honraron, con su encargo, a las fuerzas castrenses. Recordemos que de 1904 a 1920, México, y concretamente su ciudad capital, fueron escenario de la turbulencia revolucionaria, lo cual se reflejó en la frecuencia con la cual se produjeron los relevos de titulares de la Policía. A partir de 1920, al iniciarse la pacificación del país, los cambios en ese alto puesto de la ciudad transcurrieron con menor intensidad.

La Historia de los Jefes de Policía es interesante y compleja. Todos ellos han sido servidores públicos que han tenido en sus manos la difícil tarea de enfrentar las conductas ilícitas, y resolverlas. Todos ellos han tenido que responder de sus acciones, primero ante la ciudadanía, y después ante el presidente de la República, quien los nombra y aprueba, toda vez que están a cargo de un territorio en el cual se asientan los poderes federales del país. Todos ellos, por lo difícil del encargo, están sujetos al juicio popular y al de la historia. Todos ellos se han comprometido a cumplir con valor, asumiendo que es una labor con laberintos desconocidos y complicados.

La Ciudad de México es un crisol en el cual se funden los acontecimientos políticos, económicos y sociales del país; aquí se encuentran los contrastes más marcados de todo el territorio nacional.

Tiene razón Mondragón y Kalb. No habrá seguridad en las calles sin la participación de la ciudadanía. Se ha abierto una brecha. Siempre ha sido y seguirá siendo imprescindible que las tareas de prevención del delito sean bilaterales, es decir, la sociedad y el gobierno.


Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx