/ lunes 21 de octubre de 2019

Atrapado por su pasado: México fragmentado

Después del Milagro Mexicano se exacerbó el proceso de fragmentación nacional que se había atenuado por el crecimiento económico alcanzado en los 30 años previos.

Desde 1982, las reiteradas crisis económicas, la precarización del mercado laboral y el deterioro de la convivencia han desvirtuado la fraternidad y solidaridad que caracterizaban a la sociedad mexicana.

Ante el mediocre crecimiento de la economía, la informalidad y el crimen organizado se convirtieron en la válvula de escape que creó un círculo vicioso alimentado por la corrupción, la ausencia de una visión de integración asociada a la construcción de un proyecto de nación y la falta de eficacia en la administración pública.

Durante los últimos 50 años los errores del presente han sido justificados por los errores del pasado. De forma reiterada, la promesa de un futuro de prosperidad ha sido utilizada sin alcanzar resultados: “arriba y adelante”, “no nos volverán a saquear”, “la renovación moral de la sociedad”, “bienestar para la familia”, “crecimiento de siete por ciento”, “manos limpias” y dos presidencias del empleo muestran la serie de posicionamientos políticos que claudicaron ante la fuerza de la inercia.

En el último medio siglo el sistema político no ha tenido la capacidad de conformar una administración pública a la altura tanto de los desafíos del siglo XXI como de los asociados con los rezagos de pobreza, hambre, marginación y bajo crecimiento económico que persisten.

La administración política, desde la administración pública, de la pobreza se encargó a los adeptos y no a los aptos.

La conducción de la macroeconomía fue entregada al dogma, primero del Estado asistencialista resultante de la Revolución Mexicana y luego al neoliberal dirigido por el interés trasnacional.

La lucha de clases dirigida desde el Estado alcanzó su climax durante la primera parte de la década de los años 70 del siglo XX: su estrategia de confrontación con el sistema productivo, la corrupción y un gobierno de adeptos levantaron un muro social que detuvo la expansión alcanzada durante el Milagro Mexicano.

El muro se hizo más ancho y alto con la vigencia del Estado neoliberal, un modelo político y económico que renegó del interés nacional. El modelo neoliberal vigente en materia comercial y financiera nunca ha valorado que la prioridad debe ser el fortalecimiento del sistema productivo: ahí se encuentra el desarrollo económico y social sostenible en forma de empleo e inversión.

Su justificación era la lógica de la globalización, y ante la caída de ese paradigma, sólo le queda refugiarse en la restricción que existe en las finanzas públicas.

El resultado es la perpetuación del círculo vicioso: bajo crecimiento y más polarización social. Mexico seguirá enfrentando las consecuencias de la fragmentación si no se alcanza un Acuerdo Nacional que permita superar tanto la visión de lucha de clases como las condiciones de inseguridad creadas por la informalidad y el crimen organizado.

Ante la fuerza de la inercia de la fragmentación se debe crear un pacto nacional para revertir su tendencia y el de una desaceleración económica que “quita el sueño” y aumenta la presión sobre la sociedad mexicana.

Después del Milagro Mexicano se exacerbó el proceso de fragmentación nacional que se había atenuado por el crecimiento económico alcanzado en los 30 años previos.

Desde 1982, las reiteradas crisis económicas, la precarización del mercado laboral y el deterioro de la convivencia han desvirtuado la fraternidad y solidaridad que caracterizaban a la sociedad mexicana.

Ante el mediocre crecimiento de la economía, la informalidad y el crimen organizado se convirtieron en la válvula de escape que creó un círculo vicioso alimentado por la corrupción, la ausencia de una visión de integración asociada a la construcción de un proyecto de nación y la falta de eficacia en la administración pública.

Durante los últimos 50 años los errores del presente han sido justificados por los errores del pasado. De forma reiterada, la promesa de un futuro de prosperidad ha sido utilizada sin alcanzar resultados: “arriba y adelante”, “no nos volverán a saquear”, “la renovación moral de la sociedad”, “bienestar para la familia”, “crecimiento de siete por ciento”, “manos limpias” y dos presidencias del empleo muestran la serie de posicionamientos políticos que claudicaron ante la fuerza de la inercia.

En el último medio siglo el sistema político no ha tenido la capacidad de conformar una administración pública a la altura tanto de los desafíos del siglo XXI como de los asociados con los rezagos de pobreza, hambre, marginación y bajo crecimiento económico que persisten.

La administración política, desde la administración pública, de la pobreza se encargó a los adeptos y no a los aptos.

La conducción de la macroeconomía fue entregada al dogma, primero del Estado asistencialista resultante de la Revolución Mexicana y luego al neoliberal dirigido por el interés trasnacional.

La lucha de clases dirigida desde el Estado alcanzó su climax durante la primera parte de la década de los años 70 del siglo XX: su estrategia de confrontación con el sistema productivo, la corrupción y un gobierno de adeptos levantaron un muro social que detuvo la expansión alcanzada durante el Milagro Mexicano.

El muro se hizo más ancho y alto con la vigencia del Estado neoliberal, un modelo político y económico que renegó del interés nacional. El modelo neoliberal vigente en materia comercial y financiera nunca ha valorado que la prioridad debe ser el fortalecimiento del sistema productivo: ahí se encuentra el desarrollo económico y social sostenible en forma de empleo e inversión.

Su justificación era la lógica de la globalización, y ante la caída de ese paradigma, sólo le queda refugiarse en la restricción que existe en las finanzas públicas.

El resultado es la perpetuación del círculo vicioso: bajo crecimiento y más polarización social. Mexico seguirá enfrentando las consecuencias de la fragmentación si no se alcanza un Acuerdo Nacional que permita superar tanto la visión de lucha de clases como las condiciones de inseguridad creadas por la informalidad y el crimen organizado.

Ante la fuerza de la inercia de la fragmentación se debe crear un pacto nacional para revertir su tendencia y el de una desaceleración económica que “quita el sueño” y aumenta la presión sobre la sociedad mexicana.