/ lunes 15 de julio de 2019

Austeridad hacendaria: el gran reto federal

Por: María de los Ángeles Huerta del Río

Uno de los mayores retos que tenemos en este gobierno, además del combate a la corrupción e implementación de un genuino Estado de derecho, es el logro equilibrado de la llamada austeridad republicana.

La complejidad del tema radica, sobre todo, en el hecho de que tenemos que romper con la sistémica y cotidiana percepción, muy “a la mexicana”, de que el gobierno debe usar el dinero para el sostenimiento y enriquecimiento de una clase política y económica que, por varios sexenios seguidos, se acostumbró a usar el dinero público en inversiones y gastos superfluos —que en muy pocas ocasiones fueron transparentes o útiles para el desarrollo económico de la República—. En su mayoría, el gasto público contribuyó al enriquecimiento, sí, pero al de los más privilegiados y corruptos de nuestro país. Algunos son los mismos que, hoy, valiéndose de la libertad de expresión, alientan ideas falaces; los que con argumentos simples llenan las redes de memes, y los periódicos de artículos y notas, en donde lo que principalmente hacen es una crítica —diría yo que casi despiadada— al modelo y propuesta de manejo presupuestal del presidente de México.

Actualmente, la clase económica más privilegiada en los antiguos gobiernos muestra una resistencia casi enfermiza al cambio de un modelo económico que pone como prioridad a los pobres y a las personas más vulnerables. Hoy, como nunca, se destruyen las estructuras creadas por el capitalismo de los compinches. A veces parecen tan desesperados, que es difícil leerles o escuchar algunas palabras de contento o esperanza. Han llenado los medios y las redes con una rabia que refleja la esencia de aquel viejo recuerdo en el que, en un muro tapizado de letras muy rojas, se leía “es un peligro para México”. Esa propaganda quedó tatuada en la mente de muchas personas; creo que las mismas que hoy desacreditan, un día sí y el otro también, nuestro proyecto de desarrollo para esta 4a. transformación. Hablan igual del Plan Nacional de Desarrollo que de cotidianas decisiones presupuestales y económicas. Parecen no entender que lo nuestro es un ejercicio de congruencia con el proyecto de nación por el que votaron los mexicanos de manera abrumadora, y que ahora se ve mejor reflejado en la estructura programática que plantearemos para el presupuesto de egresos en 2020.

Es una pena que muchos NO estén dispuestos a aceptar que los tiempos de la corrupción gubernamental y el enriquecimiento ilícito han terminado. También queremos acabar con las épocas de la brutal inequidad e injusticia en la distribución de los bienes públicos. Es por esto que las decisiones hacendarias, hoy, implican una gran complicación y un reto nunca antes visto. Aquí está el contexto en el que, en mi opinión, debe leerse la renuncia del Secretario Carlos Urzúa. Se agradecen los monumentales esfuerzos que hizo para que el primer año presupuestal de este gobierno transitara de forma adecuada. En mi opinión, lo logró. Parte del reto ahora, con la muy probable ratificación del nuevo —pero ya experimentado— secretario Herrera, es que se continué con los cambios necesarios para que Hacienda, que es de todos, no pierda su rumbo de cuidado, orden y mucho equilibrio.

Tanto el presidente como los integrantes de la Cámara de Diputados estamos esperando que el voto de confianza que daremos a este nuevo secretario sea también la continuidad de un proyecto que necesita un justo equilibrio entre el desarrollo económico, la austeridad republicana y la equidad social. Enhorabuena, y que esta difícil empresa empiece por fin a ser acompañada por mayores sectores de la sociedad. Éste es mi deseo más profundo.

Diputada Federal y Coordinadora Temática de Economía del GP de Morena

Por: María de los Ángeles Huerta del Río

Uno de los mayores retos que tenemos en este gobierno, además del combate a la corrupción e implementación de un genuino Estado de derecho, es el logro equilibrado de la llamada austeridad republicana.

La complejidad del tema radica, sobre todo, en el hecho de que tenemos que romper con la sistémica y cotidiana percepción, muy “a la mexicana”, de que el gobierno debe usar el dinero para el sostenimiento y enriquecimiento de una clase política y económica que, por varios sexenios seguidos, se acostumbró a usar el dinero público en inversiones y gastos superfluos —que en muy pocas ocasiones fueron transparentes o útiles para el desarrollo económico de la República—. En su mayoría, el gasto público contribuyó al enriquecimiento, sí, pero al de los más privilegiados y corruptos de nuestro país. Algunos son los mismos que, hoy, valiéndose de la libertad de expresión, alientan ideas falaces; los que con argumentos simples llenan las redes de memes, y los periódicos de artículos y notas, en donde lo que principalmente hacen es una crítica —diría yo que casi despiadada— al modelo y propuesta de manejo presupuestal del presidente de México.

Actualmente, la clase económica más privilegiada en los antiguos gobiernos muestra una resistencia casi enfermiza al cambio de un modelo económico que pone como prioridad a los pobres y a las personas más vulnerables. Hoy, como nunca, se destruyen las estructuras creadas por el capitalismo de los compinches. A veces parecen tan desesperados, que es difícil leerles o escuchar algunas palabras de contento o esperanza. Han llenado los medios y las redes con una rabia que refleja la esencia de aquel viejo recuerdo en el que, en un muro tapizado de letras muy rojas, se leía “es un peligro para México”. Esa propaganda quedó tatuada en la mente de muchas personas; creo que las mismas que hoy desacreditan, un día sí y el otro también, nuestro proyecto de desarrollo para esta 4a. transformación. Hablan igual del Plan Nacional de Desarrollo que de cotidianas decisiones presupuestales y económicas. Parecen no entender que lo nuestro es un ejercicio de congruencia con el proyecto de nación por el que votaron los mexicanos de manera abrumadora, y que ahora se ve mejor reflejado en la estructura programática que plantearemos para el presupuesto de egresos en 2020.

Es una pena que muchos NO estén dispuestos a aceptar que los tiempos de la corrupción gubernamental y el enriquecimiento ilícito han terminado. También queremos acabar con las épocas de la brutal inequidad e injusticia en la distribución de los bienes públicos. Es por esto que las decisiones hacendarias, hoy, implican una gran complicación y un reto nunca antes visto. Aquí está el contexto en el que, en mi opinión, debe leerse la renuncia del Secretario Carlos Urzúa. Se agradecen los monumentales esfuerzos que hizo para que el primer año presupuestal de este gobierno transitara de forma adecuada. En mi opinión, lo logró. Parte del reto ahora, con la muy probable ratificación del nuevo —pero ya experimentado— secretario Herrera, es que se continué con los cambios necesarios para que Hacienda, que es de todos, no pierda su rumbo de cuidado, orden y mucho equilibrio.

Tanto el presidente como los integrantes de la Cámara de Diputados estamos esperando que el voto de confianza que daremos a este nuevo secretario sea también la continuidad de un proyecto que necesita un justo equilibrio entre el desarrollo económico, la austeridad republicana y la equidad social. Enhorabuena, y que esta difícil empresa empiece por fin a ser acompañada por mayores sectores de la sociedad. Éste es mi deseo más profundo.

Diputada Federal y Coordinadora Temática de Economía del GP de Morena