/ martes 14 de enero de 2020

Australia: el camino al infierno

En un mundo racional, los incendios de Australia serían un punto de inflexión en la historia. Después de todo, es justo el tipo de catástrofe que los científicos climáticos advirtieron hace mucho tiempo que ocurriría si no actuábamos para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.

De hecho, un informe de 2008, comisionado por el gobierno australiano predijo que el calentamiento global ocasionaría que las temporadas de incendios del país comenzaran antes, terminaran después y fueran más intensas… a partir del año 2020.

Además, aunque parezca cruel decirlo, este desastre es excepcionalmente fotogénico. No necesitas leer gráficas ni tablas estadísticas con detenimiento; esta es una historia de horror contada por muros de fuego y refugiados aterrorizados hacinados en playas.

Así que este debería ser el momento en el que los gobiernos por fin emprendieran esfuerzos urgentes para prevenir la catástrofe climática.

Pero el mundo no es racional. De hecho, el gobierno antiambientalista de Australia parece totalmente indiferente mientras las pesadillas de los ambientalistas se hacen realidad. Y los medios antiambientalistas, el imperio de Murdoch en específico, han hecho hasta lo imposible por desinformar, tratando de echarle la culpa a pirómanos y “verdecillos” que no permitieron que los servicios contra incendios se deshicieran de suficientes árboles.

Estas reacciones políticas son más aterradoras que los incendios mismos. Los optimistas climáticos siempre han esperado que se llegue a un consenso extenso a favor de medidas para salvar el planeta.

Cuenta la historia que el problema con tomar medidas climáticas era la dificultad para atraer la atención de la gente: el problema era complejo, mientras que el daño era demasiado gradual e invisible. Además, los grandes peligros yacían en un futuro lejano.

Sin embargo, seguramente una vez que se informara a suficientes personas sobre los riesgos, una vez que la evidencia del calentamiento global se volviera lo suficientemente abrumadora, la acción climática dejaría de ser una cuestión partidista.

En otras palabras, la crisis climática acabará por convertirse en el equivalente moral de la guerra: una emergencia que trasciende las divisiones políticas convencionales. Sin embargo, si un país en llamas no es suficiente para producir un consenso que lleve a la acción —si ni siquiera es suficiente para producir algo de moderación en la postura antiambientalista—, ¿qué lo es?

La experiencia de Australia sugiere que la negación climática continuará, así diluvie o arda el infierno, es decir, a pesar de las olas de calor devastadoras y las tormentas catastróficas.

Tal vez se sientan tentados a descartar a Australia como un caso especial, pero la misma división partidista que se profundiza ha estado desarrollándose desde hace tiempo en Estados Unidos. Ya desde la década de 1990, era casi igualmente probable que los demócratas y los republicanos dijeran que los efectos del calentamiento global ya habían comenzado.

En un mundo racional, los incendios de Australia serían un punto de inflexión en la historia. Después de todo, es justo el tipo de catástrofe que los científicos climáticos advirtieron hace mucho tiempo que ocurriría si no actuábamos para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.

De hecho, un informe de 2008, comisionado por el gobierno australiano predijo que el calentamiento global ocasionaría que las temporadas de incendios del país comenzaran antes, terminaran después y fueran más intensas… a partir del año 2020.

Además, aunque parezca cruel decirlo, este desastre es excepcionalmente fotogénico. No necesitas leer gráficas ni tablas estadísticas con detenimiento; esta es una historia de horror contada por muros de fuego y refugiados aterrorizados hacinados en playas.

Así que este debería ser el momento en el que los gobiernos por fin emprendieran esfuerzos urgentes para prevenir la catástrofe climática.

Pero el mundo no es racional. De hecho, el gobierno antiambientalista de Australia parece totalmente indiferente mientras las pesadillas de los ambientalistas se hacen realidad. Y los medios antiambientalistas, el imperio de Murdoch en específico, han hecho hasta lo imposible por desinformar, tratando de echarle la culpa a pirómanos y “verdecillos” que no permitieron que los servicios contra incendios se deshicieran de suficientes árboles.

Estas reacciones políticas son más aterradoras que los incendios mismos. Los optimistas climáticos siempre han esperado que se llegue a un consenso extenso a favor de medidas para salvar el planeta.

Cuenta la historia que el problema con tomar medidas climáticas era la dificultad para atraer la atención de la gente: el problema era complejo, mientras que el daño era demasiado gradual e invisible. Además, los grandes peligros yacían en un futuro lejano.

Sin embargo, seguramente una vez que se informara a suficientes personas sobre los riesgos, una vez que la evidencia del calentamiento global se volviera lo suficientemente abrumadora, la acción climática dejaría de ser una cuestión partidista.

En otras palabras, la crisis climática acabará por convertirse en el equivalente moral de la guerra: una emergencia que trasciende las divisiones políticas convencionales. Sin embargo, si un país en llamas no es suficiente para producir un consenso que lleve a la acción —si ni siquiera es suficiente para producir algo de moderación en la postura antiambientalista—, ¿qué lo es?

La experiencia de Australia sugiere que la negación climática continuará, así diluvie o arda el infierno, es decir, a pesar de las olas de calor devastadoras y las tormentas catastróficas.

Tal vez se sientan tentados a descartar a Australia como un caso especial, pero la misma división partidista que se profundiza ha estado desarrollándose desde hace tiempo en Estados Unidos. Ya desde la década de 1990, era casi igualmente probable que los demócratas y los republicanos dijeran que los efectos del calentamiento global ya habían comenzado.