/ jueves 25 de abril de 2019

Autonomía y libertad

A propósito de la reforma educativa una primera falla, evidente, es que la Ley General de Educación no contempla la autonomía universitaria, no la menciona ni la reconoce contrariando el contenido en la especie del artículo 3o constitucional; lo que revela un propósito o tendencia para desconocerla o disminuirla.

Es grave. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad de la Nación, ha atravesado por distintas peripecias que la han ido forjando en la grandeza del ideal cultural hasta llegar a la gesta de la autonomía en 1929, cuyo origen está en el proyecto presentado al Congreso de la Unión por Justo Sierra en 1880 y que fue la semilla de la Universidad Nacional que se inauguró en 1910. Autonomía, y hay que decirlo bien alto ahora que el Senador Monreal plantea el proceso de reforma de aquélla ley. Lamentable la omisión de la autonomía porque evocando ese libro magnifico de Mauricio Magdaleno, Las Palabras Perdidas, la idea de la autonomía llegó hasta el primer Congreso Internacional celebrado en septiembre de 1921, y donde se enfrentaron intelectual e ideológicamente Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano.

En efecto, autonomía que se debe defender a toda costa porque su larga y luminosa trayectoria, que proviene de la libertad de expresión del pensamiento, gema diamantina de la Escuela de Atenas cinco siglos a.C., ha culminado en el artículo 3o de la Constitución para iluminar y orientar el espíritu de la educación laica opuesta a toda clase de fanatismos y prejuicios. Autonomía por la que luchamos los universitarios en 1968. Pues bien, a noventa años de distancia de 1929 su rango constitucional debe ser intocable ya que es la razón que impulsa la libertad de cátedra como puerta que se abre para que hable con entera libertad nuestro espíritu.

La Universidad y por supuesto la Facultad de Derecho consagran y difunden el valor de la crítica, de la razón andante y pensante, de la única verdad que anida en la conciencia sin límites ni barreras fanáticas. La verdad tiene varias facetas igual que el diamante, siendo éste poliedro uno solo con caras diversas y no en bruto con una cara deforme y sin pulir. En México hay un gran riesgo de que se pierda la estabilidad jurídica y política a manos de la violencia desbordada, de que entren en crisis los valores más preciados del Derecho, de que se empañe la voz de la Justicia. Por eso la relevancia de la Universidad como institución pública y autónoma.

La UNAM, por ejemplo, es la conciencia de la República y el alimento de su espíritu. Y, repito, conciencia que es conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios. Eso le hemos dado a México y eso le seguiremos dando, en especial desde la Facultad de Derecho de donde egresan infinidad de abogados que se dedican y entregan al servicio público. Y para no alejarme de los clásicos, que es una regla de oro del estudio universitario, cito a Aristóteles en su Moral a Eudemo. “La moral -afirma- sólo puede formar parte de la política.

En política no es posible practicar cosa alguna sin estar dotado de ciertas cualidades, quiero decir, sin ser hombre de bien. Pero ser hombre (o mujer) de bien equivale a tener virtudes, Y POR TANTO, SI EN POLÍTICA SE QUIERE HACER ALGO, ES PRECISO SER MORALMENTE VIRTUOSO”. Esto es lo que la Universidad, por naturaleza autónoma, enseña. Los abogados y juristas lo expresamos de la siguiente manera y con palabras de Juvencio Celso: “Ius est Ars Boni et Aequi. Sí, el arte de lo bueno y equitativo.

@RaulCarranca

www.facebook.com/despacho.raulcarranca

A propósito de la reforma educativa una primera falla, evidente, es que la Ley General de Educación no contempla la autonomía universitaria, no la menciona ni la reconoce contrariando el contenido en la especie del artículo 3o constitucional; lo que revela un propósito o tendencia para desconocerla o disminuirla.

Es grave. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad de la Nación, ha atravesado por distintas peripecias que la han ido forjando en la grandeza del ideal cultural hasta llegar a la gesta de la autonomía en 1929, cuyo origen está en el proyecto presentado al Congreso de la Unión por Justo Sierra en 1880 y que fue la semilla de la Universidad Nacional que se inauguró en 1910. Autonomía, y hay que decirlo bien alto ahora que el Senador Monreal plantea el proceso de reforma de aquélla ley. Lamentable la omisión de la autonomía porque evocando ese libro magnifico de Mauricio Magdaleno, Las Palabras Perdidas, la idea de la autonomía llegó hasta el primer Congreso Internacional celebrado en septiembre de 1921, y donde se enfrentaron intelectual e ideológicamente Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano.

En efecto, autonomía que se debe defender a toda costa porque su larga y luminosa trayectoria, que proviene de la libertad de expresión del pensamiento, gema diamantina de la Escuela de Atenas cinco siglos a.C., ha culminado en el artículo 3o de la Constitución para iluminar y orientar el espíritu de la educación laica opuesta a toda clase de fanatismos y prejuicios. Autonomía por la que luchamos los universitarios en 1968. Pues bien, a noventa años de distancia de 1929 su rango constitucional debe ser intocable ya que es la razón que impulsa la libertad de cátedra como puerta que se abre para que hable con entera libertad nuestro espíritu.

La Universidad y por supuesto la Facultad de Derecho consagran y difunden el valor de la crítica, de la razón andante y pensante, de la única verdad que anida en la conciencia sin límites ni barreras fanáticas. La verdad tiene varias facetas igual que el diamante, siendo éste poliedro uno solo con caras diversas y no en bruto con una cara deforme y sin pulir. En México hay un gran riesgo de que se pierda la estabilidad jurídica y política a manos de la violencia desbordada, de que entren en crisis los valores más preciados del Derecho, de que se empañe la voz de la Justicia. Por eso la relevancia de la Universidad como institución pública y autónoma.

La UNAM, por ejemplo, es la conciencia de la República y el alimento de su espíritu. Y, repito, conciencia que es conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios. Eso le hemos dado a México y eso le seguiremos dando, en especial desde la Facultad de Derecho de donde egresan infinidad de abogados que se dedican y entregan al servicio público. Y para no alejarme de los clásicos, que es una regla de oro del estudio universitario, cito a Aristóteles en su Moral a Eudemo. “La moral -afirma- sólo puede formar parte de la política.

En política no es posible practicar cosa alguna sin estar dotado de ciertas cualidades, quiero decir, sin ser hombre de bien. Pero ser hombre (o mujer) de bien equivale a tener virtudes, Y POR TANTO, SI EN POLÍTICA SE QUIERE HACER ALGO, ES PRECISO SER MORALMENTE VIRTUOSO”. Esto es lo que la Universidad, por naturaleza autónoma, enseña. Los abogados y juristas lo expresamos de la siguiente manera y con palabras de Juvencio Celso: “Ius est Ars Boni et Aequi. Sí, el arte de lo bueno y equitativo.

@RaulCarranca

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