Evoco a mi madre, la señora Hilda Lanz, a mi esposa Maritere, a mis hermanas, a muchas señoras, señores y gente joven vecinos de mi pueblo, porque su vocación humanitaria de tender la mano al prójimo, de asistir con alimentos o medicinas a quienes lo necesitan, me lleva a la reflexión sobre fechas como el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, este 19 de agosto.
Se trata de rendir tributo a quienes arriesgan su vida precisamente para llevar ayuda humanitaria a personas que, en los pueblos bajo conflictos, por guerras intestinas, por pleitos de límites territoriales, por ambiciones de sus gobernantes, no tienen comida tampoco vestido o un techo donde guarecerse de las inclemencias del tiempo.
La ONU hace un llamado este año a los países del mundo a centrar atención en la situación de miles de personas, niños y mujeres, sobre todo, que son humillados y utilizados para luchar en distintas partes, porque ahí, donde llegan los trabajadores humanitarios con la ayuda, también se les ataca directamente, se les trata con amenazas y se les impide asistir a quienes lo necesitan desesperadamente.
La ONU esta llamando a fijarse que en los lugares en crisis quedan atrapadas personas con discapacidades, adultos mayores, migrantes e incluso periodistas que deben ser protegidos y pide unirse al movimiento #NoSonUnObjetivo, que exige a los líderes del mundo que hagan todo lo que esté en sus manos para proteger a todos los civiles en zonas de conflicto.
Y sí, hay que unirse a la campaña de la ONU. Y sí hay que buscar los mecanismos que acaben con tanto horror en ocasiones inexplicable pues parte del mismo ser humano para dañar a otros seres humanos. Y sí hay que apoyar a las personas que hacen labores humanitarias, que arriesgan su vida, que dejan sus propios hogares y familias para ir a servir.
Los líderes mundiales, con frecuencia cercados de intereses, hacen poco o nada para reducir esas crisis incluso en sus propios territorios. Se conduelen poco o nada de niños hambrientos y harapientos porque mataron a sus padres, de ancianos olvidados en algún sitio sin posibilidades ya de valerse por sí mismos, de mujeres golpeadas o violadas cuyas vidas penden de un hilo, el que decidan sus abusadores.
Aquí mismo, en nuestra frontera norte, hay niños y padres separados por políticas absurdas, inhumanas y criminales que no se detienen en sentimientos fraternales ni en cuestiones humanitarias, simplemente atienden intereses político-gubernamentales y exhiben las locuras y desenfrenos de gobernantes que nunca debieron serlo.
Evoqué a mi madre, a mi esposa y hermanas porque son un cercano ejemplo pequeñito de ayuda humanitaria. En ocasiones, desde nuestro sitio, desde el lugar en que nos tocó vivir, pensamos que no podemos hacer nada por los desamparados de otras partes del mundo y por quienes acuden a ellos, con valentía, a tratar de proporcionarles ayuda. Pero pensarlo así es equivocarnos, y quizás ser un poco egoístas.
También se puede ayudar en nuestro entorno para tratar de contagiar a otros.
También se puede dar un poco de lo que tenemos al desamparado que vemos a nuestro paso en la calle. Se puede incluso escribir unas líneas, como éstas, para intentar la odisea de que lleguen a algún lector que coincida y a su vez las reproduzca y así hasta que lleguen a muchos que decidan hoy ayudar humanitariamente a quienes lo necesitan.
Claro que nos unimos al llamado de la ONU, y a continuar apelando a la atención de los líderes mundiales, para este caso y otros más como en lo del cambio climático, la basura en los océanos o en otros problemas, conflictos y crisis que nos duelen como humanos.
Celebremos este día de ayuda, pero sobre todo ayudemos humanitariamente, empezando por nuestro entorno, quizás así sea menos doloroso enterarnos de lo que ocurre a los humanos en otros sitios del planeta.
Pequeñas acciones pueden conseguir grandes resultados
Senador del PRI