/ sábado 9 de enero de 2021

Bananerismo yanqui

Por Catalina Noriega


Lo sucedido con el asalto al Capitolio de Washington –cuando el Congreso certificaba el triunfo de Joe Biden a la Presidencia- es uno de los ataques más graves a la democracia estadounidense.

Tenía que ser: el discurso de odio del populismo acaba mal y peor cuando fue el mismo Trump el que alentó a sus seguidores a romper la reunión. Cuatro años de una demagogia que ha desgarrado al vecino país del Norte y lo empuja a una violencia de consecuencias impredecibles.

Pocos pensaron en que se pudiera llegar al intento de toma del Capitolio, sede emblemática de una democracia que tiene más de 200 años y que, por fortuna, prevaleció. Se confirma la solidez de las instituciones que, a pesar de que hubo quienes las pusieron en tela de juicio, respondieron al apego a su Constitución.

Se creía que la Suprema Corte pelearía a favor de Trump, en vista de los últimos nombramientos de jueces conservadores que hizo. Fallaron las predicciones y los juristas cumplieron, ajenos a su propia ideología, simpatía o lealtades.

Lo indetenible es la catarata de fanáticos que apoyan al que sin duda ha sido el peor mandatario de la unión americana. El discurso de odio les funciona a este tipo de narcisistas ególatras, que se consideran dioses.

Trump supuso una de las peores desgracias que pudo acontecerle al Imperio, un Imperio que lo llevó a la máxima magistratura, gracias a su decadencia. Los estudiosos del vecino país del Norte deberán ahondar –ya muchos lo hacen- en las causas que hicieron detonar una desgracia, que pasarán años antes de que pueda olvidarse y sobre todo, cambiar.

Estos merolicos, que desgobiernan varias naciones, usan la palabrería que les llega a quienes en general, están llenos de resentimientos, frustrados o hartos de unas clases políticas alejadas de la realidad social.

El hotentote de los pelos de elote fue la puntilla de un deterioro visible. Cuando John McCain contendió por la presidencia, llevó como aspirante a la vicepresidencia a una mujer –Sarah Palin-, que suponía la ruptura con los cánones establecidos. Zafia, exponente pura de una ultraderecha que había anidado en las filas del partido Republicano, bajo el nombre del “tea party” y que agrupaba a un buen número de legisladores, de esas siglas. Empezó la radicalización y la pérdida de valores distintivos de una clase política.

Algo similar ocurrió en el partido Demócrata, con la presencia de un Bernie Sanders que se autocalifica de Izquierda, pero que en realidad es otro radical sin contacto con la realidad, sin un proyecto de gobierno estructurado y que, sin embargo, cautivó a un alto porcentaje de jóvenes.

El discurso Trumpista sacó a la luz pública lo más oscuro del racismo estadounidense, presente en el corazón de millones de caucásicos que rechazan a los “diferentes”, ya sea por el color de su piel, religión u orientación sexual.

Trump es un racista, inmoral, pero tuvo, con todos sus defectos, la habilidad para poner al partido Republicano a sus pies y fue capaz de comprar voluntades como las de los legisladores Cruz y Rubio. Hijos de inmigrantes, aceptaron la línea Trumpista en contra del extranjero. Cruz, quien fue suspirante a la candidatura presidencial, en ese entonces recibió ataques infames por parte de Trump, incluido el que le llamara prostituta a su esposa. Doblegarse fue una aberración.

Tiempos borrascosos, consecuencia del populismo. Habría que poner nuestras barbas a remojar.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Por Catalina Noriega


Lo sucedido con el asalto al Capitolio de Washington –cuando el Congreso certificaba el triunfo de Joe Biden a la Presidencia- es uno de los ataques más graves a la democracia estadounidense.

Tenía que ser: el discurso de odio del populismo acaba mal y peor cuando fue el mismo Trump el que alentó a sus seguidores a romper la reunión. Cuatro años de una demagogia que ha desgarrado al vecino país del Norte y lo empuja a una violencia de consecuencias impredecibles.

Pocos pensaron en que se pudiera llegar al intento de toma del Capitolio, sede emblemática de una democracia que tiene más de 200 años y que, por fortuna, prevaleció. Se confirma la solidez de las instituciones que, a pesar de que hubo quienes las pusieron en tela de juicio, respondieron al apego a su Constitución.

Se creía que la Suprema Corte pelearía a favor de Trump, en vista de los últimos nombramientos de jueces conservadores que hizo. Fallaron las predicciones y los juristas cumplieron, ajenos a su propia ideología, simpatía o lealtades.

Lo indetenible es la catarata de fanáticos que apoyan al que sin duda ha sido el peor mandatario de la unión americana. El discurso de odio les funciona a este tipo de narcisistas ególatras, que se consideran dioses.

Trump supuso una de las peores desgracias que pudo acontecerle al Imperio, un Imperio que lo llevó a la máxima magistratura, gracias a su decadencia. Los estudiosos del vecino país del Norte deberán ahondar –ya muchos lo hacen- en las causas que hicieron detonar una desgracia, que pasarán años antes de que pueda olvidarse y sobre todo, cambiar.

Estos merolicos, que desgobiernan varias naciones, usan la palabrería que les llega a quienes en general, están llenos de resentimientos, frustrados o hartos de unas clases políticas alejadas de la realidad social.

El hotentote de los pelos de elote fue la puntilla de un deterioro visible. Cuando John McCain contendió por la presidencia, llevó como aspirante a la vicepresidencia a una mujer –Sarah Palin-, que suponía la ruptura con los cánones establecidos. Zafia, exponente pura de una ultraderecha que había anidado en las filas del partido Republicano, bajo el nombre del “tea party” y que agrupaba a un buen número de legisladores, de esas siglas. Empezó la radicalización y la pérdida de valores distintivos de una clase política.

Algo similar ocurrió en el partido Demócrata, con la presencia de un Bernie Sanders que se autocalifica de Izquierda, pero que en realidad es otro radical sin contacto con la realidad, sin un proyecto de gobierno estructurado y que, sin embargo, cautivó a un alto porcentaje de jóvenes.

El discurso Trumpista sacó a la luz pública lo más oscuro del racismo estadounidense, presente en el corazón de millones de caucásicos que rechazan a los “diferentes”, ya sea por el color de su piel, religión u orientación sexual.

Trump es un racista, inmoral, pero tuvo, con todos sus defectos, la habilidad para poner al partido Republicano a sus pies y fue capaz de comprar voluntades como las de los legisladores Cruz y Rubio. Hijos de inmigrantes, aceptaron la línea Trumpista en contra del extranjero. Cruz, quien fue suspirante a la candidatura presidencial, en ese entonces recibió ataques infames por parte de Trump, incluido el que le llamara prostituta a su esposa. Doblegarse fue una aberración.

Tiempos borrascosos, consecuencia del populismo. Habría que poner nuestras barbas a remojar.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq