/ martes 25 de enero de 2022

Baños neutros, más que letreros “incluyentes”

Por Erick Lara

En los últimos años se ha escuchado hablar en más de una ocasión de la creciente

tendencia de incorporar, dentro de establecimientos abiertos al público en general, lo que

se conoce como baños neutros o mixtos; sin embargo, no es mucha la información

disponible en torno al tema, por lo que resulta preciso abordar algunas consideraciones

en torno a lo que son, así como algunos de los problemas a los que se enfrentan quienes

asumen el compromiso de implementarlos.

Los baños neutros o mixtos, consisten en espacios sanitarios de uso público disponibles

para el uso de cualquier persona con independencia de su sexo biológico, su identidad de

género o expresión de género. Es, en esencia, una medida que busca procurar espacios

accesibles, seguros e incluyentes para la comunidad LGBTTTIQA+, especialmente de las

personas trans, queer, y de aquellas con expresiones de género diversas mediante la

eliminación del sexo (hombre/mujer) como una categoría relevante para distinguir en el

acceso a este servicio.


Quienes se encuentran a favor de esta medida, argumentan como principal razón en la

que descansa la necesidad de su implementación, en que la comunidad LGBTI, en especial

las personas género diversas, no cuentan con espacios seguros en el que puedan atender

a sus necesidades biológicas primarias sin verse propensas a sufrir discriminación y

violencia; pues, cuando optan por usar sanitarios asignados al sexo femenino se ven

potencialmente expuestas a sufrir conductas discriminatorias por parte de mujeres

cisgénero, quienes negando la identidad o expresión de género autopercibida de aquellas,

les agreden y excluyen en el uso de esto baños; mientras que de forma similar, de preferir

la utilización de baños asigados para hombres, les coloca en situaciones de riesgo

inminente de sufrir violencia verbal, física e incluso sexual por parte de los usuarios de

dichos baños.


De ahí que, al no tener cabida en ninguno de estos baños, se derive la exigencia de contar

con nuevas alternativas que sirvan para garantizar la existencia de espacios públicos que

sean accesibles, seguros y libres de discriminación para todas las personas con

independencia de su orientación sexual, su identidad de género, o cualquier otra

circunstancia propia de la especial individualidad de cada persona.

Por su parte, quienes se oponen categóricamente a la incorporación de estas acciones de

inclusión, en muchos de los casos sustentan su postura en consideraciones que de una u

otra forma se vinculan a los conceptos de la moral, el pudor, e incluso la higiene;

argumentos que, sin pretender descartar precipitadamente su validez, deben ser

estimados con especial cautela, pues lo cierto es que aún y cuando en apariencia pudieran

presentarse a primera vista como justificaciones razonables, en la mayoría de los casos, y

de formas casi imperceptibles, hallan su verdadero fundamento en la estigmatización que

gira en torno al género, en la intolerancia, y en el rechazo de la diversidad basado en la

simple y desafortunadamente ordinaria práctica de reprochar todo aquello que es

diferente.


Con independencia de lo anterior, existe por lo menos un argumento en contra de la

incorporación de esta medida que, en atención al alarmante contexto de violencia que se

vive en nuestro país, vale la pena atender; y es que algunas personas, principalmente

mujeres, han manifestado su desacuerdo con relación a la eliminación de la separación de

sanitarios conforme al sexo, pues reconociendo la especial vulnerabilidad en la que viven,

misma que las mantiene sujetas a la permanente amenaza de sufrir violencia motivada

por el simple hecho de ser mujeres, consideran que la implementación de esta medida

supondría poner en peligro su integridad y seguridad al verse expuestas al riesgo de sufrir

agresiones, principalmente de carácter sexual, por parte de los hombres con los que

habrían de hacer uso compartido de las instalaciones como consecuencia de esta medida.

Nos hallamos pues, frente al dilema de que por un lado resulta imperante saldar la deuda

histórica que se tiene con las y los miembros de la comunidad LGBTTTIQA+ de garantizar

en su favor la existencia y el acceso a espacios públicos libres de discriminación, a lo que

pareciera contraponerse la no menos importante necesidad de salvaguardar la integridad

y la seguridad física y psicosexual de las mujeres, reconociendo el contexto generalizado

de violencia que viven día con día.


No tengo duda de que la progresiva puesta en funcionamiento de baños neutros en

establecimientos tanto públicos como privados se traduce en una política pública de

reconocimiento y visibilización de las diferencias, que como medida de promoción,

respeto y garantía de derechos humanos se erige como un mensaje a la población que

tiende a la normalización del fenómeno de la diversidad sexual y de género, y que procura

además a la deconstrucción del binarismo.

Sin embargo, asumir el compromiso de promover la creación de espacios libres de

violencia y discriminación en favor de la comunidad, no es algo que deba tomarse a la

ligera, ya que de una mala ejecución de esta medida se corre el riesgo de mancillar, en

perjuicio de sus propios beneficiarios, la oportunidad de continuar impulsandola. Por ello,

tenemos el deber de encontrar aquellas alternativas que permitan una implementación

adecuada y eficaz de estas acciones sin que además impliquen en ningun caso asumir, ni

siquiera a modo de daño colateral, el poner en peligro bienes que resultan igualmente

relevantes como lo son en este caso los derechos y la seguridad de las mujeres.

En la práctica, sucede que las distintas iniciativas que tanto en el sector público como en el

privado que han dado lugar a la implementación de baños neutros, han sido proyectadas y

ejecutadas en formas distintas, siendo que en algunos de los casos se ha optado por

seleccionar sólo algunos de los baños disponibles dentro de las instalaciones y edificios, a

los cuales se les colocan iconografías en las entradas que sirven para identificarlos como

neutros o mixtos; mientras que en otros, se ha preferido por mantener el rotulado que

indica el sexo al que corresponde cada baño, pero añadiendo leyendas en las que se invita

a las personas LGBTTTIQA+ a ingresar libremente a aquel en el que se sientan

identificadas.


La nota común a observar de estas aplicaciones de la medida es que en ambas se han

ceñido exclusivamente a la modificación o adecuación de las placas que se hallan en las

entradas de los baños, y es que a mi juicio, el problema radica precisamente en el erróneo

entendimiento de lo que la debida incorporación de baños neutros implica, pues más allá

de la sosa colocación de rótulos y etiquetas “inclusivas” en las puertas, el compromiso por

generar espacios de primera necesidad que sean seguros para todas y todos va más allá,

por tratarse de un asunto que requiere, entre otras, de adecuaciones de infraestructura.

Lo cierto es que los baños neutros, en estricto sentido, consisten en servicios sanitarios

accesibles para cualquier persona, pero cuyo uso debe ser estrictamente individual; por lo

que descritos como cubículos de acceso y uso privado, con paredes del piso al techo y con

puertas de una sola cerradura bajo el control exclusivo del usuario, son estos tipos de

baño los únicos que pueden garantizar las condiciones de seguridad mínima que requiere

la correcta implementación de esta medida.


De ahí que podamos explicar el por qué las baterías de baños, en las que pueden ingresar

y hacer uso varias personas a la vez, resultan instalaciones inadecuadas e incluso

peligrosas para ser convertidas a modo de simulación, mediante la simple señalización con

placas y letreros, en baños mixtos; pues de permitir el uso indistinto a toda persona de

estos baños y dadas las específicas características de su construcción y diseño, se

terminaría por exponer al riesgo de sufrir agresiones y violencia no sólo a las personas que

con la medida se busca proteger, sino que cualquier persona se vería potencialmente

propensa a ello.


Sin lugar a dudas es de aplaudir y reconocer toda iniciativa o esfuerzo que busque

promover acciones que tiendan a erradicar la discriminación y la desigualdad,

especialmente aquella que sufren los miembros del colectivo LGBTTTIQA+; sin embargo, la

lucha por la conquista de nuevos espacios, así como la búsqueda de la implementación de

acciones afirmativas en favor de grupos históricamente desventajados implica

necesariamente asumir el serio compromiso de propiciar en todo momento a su correcta

y razonada incorporación para proveer efectivamente a la salvaguarda de los derechos de

las personas a las que se pretende proteger, procurando además su armonización con

aquellos otros bienes jurídicos que estamos llamados a observar y a garantizar.

Por Erick Lara

En los últimos años se ha escuchado hablar en más de una ocasión de la creciente

tendencia de incorporar, dentro de establecimientos abiertos al público en general, lo que

se conoce como baños neutros o mixtos; sin embargo, no es mucha la información

disponible en torno al tema, por lo que resulta preciso abordar algunas consideraciones

en torno a lo que son, así como algunos de los problemas a los que se enfrentan quienes

asumen el compromiso de implementarlos.

Los baños neutros o mixtos, consisten en espacios sanitarios de uso público disponibles

para el uso de cualquier persona con independencia de su sexo biológico, su identidad de

género o expresión de género. Es, en esencia, una medida que busca procurar espacios

accesibles, seguros e incluyentes para la comunidad LGBTTTIQA+, especialmente de las

personas trans, queer, y de aquellas con expresiones de género diversas mediante la

eliminación del sexo (hombre/mujer) como una categoría relevante para distinguir en el

acceso a este servicio.


Quienes se encuentran a favor de esta medida, argumentan como principal razón en la

que descansa la necesidad de su implementación, en que la comunidad LGBTI, en especial

las personas género diversas, no cuentan con espacios seguros en el que puedan atender

a sus necesidades biológicas primarias sin verse propensas a sufrir discriminación y

violencia; pues, cuando optan por usar sanitarios asignados al sexo femenino se ven

potencialmente expuestas a sufrir conductas discriminatorias por parte de mujeres

cisgénero, quienes negando la identidad o expresión de género autopercibida de aquellas,

les agreden y excluyen en el uso de esto baños; mientras que de forma similar, de preferir

la utilización de baños asigados para hombres, les coloca en situaciones de riesgo

inminente de sufrir violencia verbal, física e incluso sexual por parte de los usuarios de

dichos baños.


De ahí que, al no tener cabida en ninguno de estos baños, se derive la exigencia de contar

con nuevas alternativas que sirvan para garantizar la existencia de espacios públicos que

sean accesibles, seguros y libres de discriminación para todas las personas con

independencia de su orientación sexual, su identidad de género, o cualquier otra

circunstancia propia de la especial individualidad de cada persona.

Por su parte, quienes se oponen categóricamente a la incorporación de estas acciones de

inclusión, en muchos de los casos sustentan su postura en consideraciones que de una u

otra forma se vinculan a los conceptos de la moral, el pudor, e incluso la higiene;

argumentos que, sin pretender descartar precipitadamente su validez, deben ser

estimados con especial cautela, pues lo cierto es que aún y cuando en apariencia pudieran

presentarse a primera vista como justificaciones razonables, en la mayoría de los casos, y

de formas casi imperceptibles, hallan su verdadero fundamento en la estigmatización que

gira en torno al género, en la intolerancia, y en el rechazo de la diversidad basado en la

simple y desafortunadamente ordinaria práctica de reprochar todo aquello que es

diferente.


Con independencia de lo anterior, existe por lo menos un argumento en contra de la

incorporación de esta medida que, en atención al alarmante contexto de violencia que se

vive en nuestro país, vale la pena atender; y es que algunas personas, principalmente

mujeres, han manifestado su desacuerdo con relación a la eliminación de la separación de

sanitarios conforme al sexo, pues reconociendo la especial vulnerabilidad en la que viven,

misma que las mantiene sujetas a la permanente amenaza de sufrir violencia motivada

por el simple hecho de ser mujeres, consideran que la implementación de esta medida

supondría poner en peligro su integridad y seguridad al verse expuestas al riesgo de sufrir

agresiones, principalmente de carácter sexual, por parte de los hombres con los que

habrían de hacer uso compartido de las instalaciones como consecuencia de esta medida.

Nos hallamos pues, frente al dilema de que por un lado resulta imperante saldar la deuda

histórica que se tiene con las y los miembros de la comunidad LGBTTTIQA+ de garantizar

en su favor la existencia y el acceso a espacios públicos libres de discriminación, a lo que

pareciera contraponerse la no menos importante necesidad de salvaguardar la integridad

y la seguridad física y psicosexual de las mujeres, reconociendo el contexto generalizado

de violencia que viven día con día.


No tengo duda de que la progresiva puesta en funcionamiento de baños neutros en

establecimientos tanto públicos como privados se traduce en una política pública de

reconocimiento y visibilización de las diferencias, que como medida de promoción,

respeto y garantía de derechos humanos se erige como un mensaje a la población que

tiende a la normalización del fenómeno de la diversidad sexual y de género, y que procura

además a la deconstrucción del binarismo.

Sin embargo, asumir el compromiso de promover la creación de espacios libres de

violencia y discriminación en favor de la comunidad, no es algo que deba tomarse a la

ligera, ya que de una mala ejecución de esta medida se corre el riesgo de mancillar, en

perjuicio de sus propios beneficiarios, la oportunidad de continuar impulsandola. Por ello,

tenemos el deber de encontrar aquellas alternativas que permitan una implementación

adecuada y eficaz de estas acciones sin que además impliquen en ningun caso asumir, ni

siquiera a modo de daño colateral, el poner en peligro bienes que resultan igualmente

relevantes como lo son en este caso los derechos y la seguridad de las mujeres.

En la práctica, sucede que las distintas iniciativas que tanto en el sector público como en el

privado que han dado lugar a la implementación de baños neutros, han sido proyectadas y

ejecutadas en formas distintas, siendo que en algunos de los casos se ha optado por

seleccionar sólo algunos de los baños disponibles dentro de las instalaciones y edificios, a

los cuales se les colocan iconografías en las entradas que sirven para identificarlos como

neutros o mixtos; mientras que en otros, se ha preferido por mantener el rotulado que

indica el sexo al que corresponde cada baño, pero añadiendo leyendas en las que se invita

a las personas LGBTTTIQA+ a ingresar libremente a aquel en el que se sientan

identificadas.


La nota común a observar de estas aplicaciones de la medida es que en ambas se han

ceñido exclusivamente a la modificación o adecuación de las placas que se hallan en las

entradas de los baños, y es que a mi juicio, el problema radica precisamente en el erróneo

entendimiento de lo que la debida incorporación de baños neutros implica, pues más allá

de la sosa colocación de rótulos y etiquetas “inclusivas” en las puertas, el compromiso por

generar espacios de primera necesidad que sean seguros para todas y todos va más allá,

por tratarse de un asunto que requiere, entre otras, de adecuaciones de infraestructura.

Lo cierto es que los baños neutros, en estricto sentido, consisten en servicios sanitarios

accesibles para cualquier persona, pero cuyo uso debe ser estrictamente individual; por lo

que descritos como cubículos de acceso y uso privado, con paredes del piso al techo y con

puertas de una sola cerradura bajo el control exclusivo del usuario, son estos tipos de

baño los únicos que pueden garantizar las condiciones de seguridad mínima que requiere

la correcta implementación de esta medida.


De ahí que podamos explicar el por qué las baterías de baños, en las que pueden ingresar

y hacer uso varias personas a la vez, resultan instalaciones inadecuadas e incluso

peligrosas para ser convertidas a modo de simulación, mediante la simple señalización con

placas y letreros, en baños mixtos; pues de permitir el uso indistinto a toda persona de

estos baños y dadas las específicas características de su construcción y diseño, se

terminaría por exponer al riesgo de sufrir agresiones y violencia no sólo a las personas que

con la medida se busca proteger, sino que cualquier persona se vería potencialmente

propensa a ello.


Sin lugar a dudas es de aplaudir y reconocer toda iniciativa o esfuerzo que busque

promover acciones que tiendan a erradicar la discriminación y la desigualdad,

especialmente aquella que sufren los miembros del colectivo LGBTTTIQA+; sin embargo, la

lucha por la conquista de nuevos espacios, así como la búsqueda de la implementación de

acciones afirmativas en favor de grupos históricamente desventajados implica

necesariamente asumir el serio compromiso de propiciar en todo momento a su correcta

y razonada incorporación para proveer efectivamente a la salvaguarda de los derechos de

las personas a las que se pretende proteger, procurando además su armonización con

aquellos otros bienes jurídicos que estamos llamados a observar y a garantizar.