Por Erick Lara
En los últimos años se ha escuchado hablar en más de una ocasión de la creciente
tendencia de incorporar, dentro de establecimientos abiertos al público en general, lo que
se conoce como baños neutros o mixtos; sin embargo, no es mucha la información
disponible en torno al tema, por lo que resulta preciso abordar algunas consideraciones
en torno a lo que son, así como algunos de los problemas a los que se enfrentan quienes
asumen el compromiso de implementarlos.
Los baños neutros o mixtos, consisten en espacios sanitarios de uso público disponibles
para el uso de cualquier persona con independencia de su sexo biológico, su identidad de
género o expresión de género. Es, en esencia, una medida que busca procurar espacios
accesibles, seguros e incluyentes para la comunidad LGBTTTIQA+, especialmente de las
personas trans, queer, y de aquellas con expresiones de género diversas mediante la
eliminación del sexo (hombre/mujer) como una categoría relevante para distinguir en el
acceso a este servicio.
Quienes se encuentran a favor de esta medida, argumentan como principal razón en la
que descansa la necesidad de su implementación, en que la comunidad LGBTI, en especial
las personas género diversas, no cuentan con espacios seguros en el que puedan atender
a sus necesidades biológicas primarias sin verse propensas a sufrir discriminación y
violencia; pues, cuando optan por usar sanitarios asignados al sexo femenino se ven
potencialmente expuestas a sufrir conductas discriminatorias por parte de mujeres
cisgénero, quienes negando la identidad o expresión de género autopercibida de aquellas,
les agreden y excluyen en el uso de esto baños; mientras que de forma similar, de preferir
la utilización de baños asigados para hombres, les coloca en situaciones de riesgo
inminente de sufrir violencia verbal, física e incluso sexual por parte de los usuarios de
dichos baños.
De ahí que, al no tener cabida en ninguno de estos baños, se derive la exigencia de contar
con nuevas alternativas que sirvan para garantizar la existencia de espacios públicos que
sean accesibles, seguros y libres de discriminación para todas las personas con
independencia de su orientación sexual, su identidad de género, o cualquier otra
circunstancia propia de la especial individualidad de cada persona.
Por su parte, quienes se oponen categóricamente a la incorporación de estas acciones de
inclusión, en muchos de los casos sustentan su postura en consideraciones que de una u
otra forma se vinculan a los conceptos de la moral, el pudor, e incluso la higiene;
argumentos que, sin pretender descartar precipitadamente su validez, deben ser
estimados con especial cautela, pues lo cierto es que aún y cuando en apariencia pudieran
presentarse a primera vista como justificaciones razonables, en la mayoría de los casos, y
de formas casi imperceptibles, hallan su verdadero fundamento en la estigmatización que
gira en torno al género, en la intolerancia, y en el rechazo de la diversidad basado en la
simple y desafortunadamente ordinaria práctica de reprochar todo aquello que es
diferente.
Con independencia de lo anterior, existe por lo menos un argumento en contra de la
incorporación de esta medida que, en atención al alarmante contexto de violencia que se
vive en nuestro país, vale la pena atender; y es que algunas personas, principalmente
mujeres, han manifestado su desacuerdo con relación a la eliminación de la separación de
sanitarios conforme al sexo, pues reconociendo la especial vulnerabilidad en la que viven,
misma que las mantiene sujetas a la permanente amenaza de sufrir violencia motivada
por el simple hecho de ser mujeres, consideran que la implementación de esta medida
supondría poner en peligro su integridad y seguridad al verse expuestas al riesgo de sufrir
agresiones, principalmente de carácter sexual, por parte de los hombres con los que
habrían de hacer uso compartido de las instalaciones como consecuencia de esta medida.
Nos hallamos pues, frente al dilema de que por un lado resulta imperante saldar la deuda
histórica que se tiene con las y los miembros de la comunidad LGBTTTIQA+ de garantizar
en su favor la existencia y el acceso a espacios públicos libres de discriminación, a lo que
pareciera contraponerse la no menos importante necesidad de salvaguardar la integridad
y la seguridad física y psicosexual de las mujeres, reconociendo el contexto generalizado
de violencia que viven día con día.
No tengo duda de que la progresiva puesta en funcionamiento de baños neutros en
establecimientos tanto públicos como privados se traduce en una política pública de
reconocimiento y visibilización de las diferencias, que como medida de promoción,
respeto y garantía de derechos humanos se erige como un mensaje a la población que
tiende a la normalización del fenómeno de la diversidad sexual y de género, y que procura
además a la deconstrucción del binarismo.
Sin embargo, asumir el compromiso de promover la creación de espacios libres de
violencia y discriminación en favor de la comunidad, no es algo que deba tomarse a la
ligera, ya que de una mala ejecución de esta medida se corre el riesgo de mancillar, en
perjuicio de sus propios beneficiarios, la oportunidad de continuar impulsandola. Por ello,
tenemos el deber de encontrar aquellas alternativas que permitan una implementación
adecuada y eficaz de estas acciones sin que además impliquen en ningun caso asumir, ni
siquiera a modo de daño colateral, el poner en peligro bienes que resultan igualmente
relevantes como lo son en este caso los derechos y la seguridad de las mujeres.
En la práctica, sucede que las distintas iniciativas que tanto en el sector público como en el
privado que han dado lugar a la implementación de baños neutros, han sido proyectadas y
ejecutadas en formas distintas, siendo que en algunos de los casos se ha optado por
seleccionar sólo algunos de los baños disponibles dentro de las instalaciones y edificios, a
los cuales se les colocan iconografías en las entradas que sirven para identificarlos como
neutros o mixtos; mientras que en otros, se ha preferido por mantener el rotulado que
indica el sexo al que corresponde cada baño, pero añadiendo leyendas en las que se invita
a las personas LGBTTTIQA+ a ingresar libremente a aquel en el que se sientan
identificadas.
La nota común a observar de estas aplicaciones de la medida es que en ambas se han
ceñido exclusivamente a la modificación o adecuación de las placas que se hallan en las
entradas de los baños, y es que a mi juicio, el problema radica precisamente en el erróneo
entendimiento de lo que la debida incorporación de baños neutros implica, pues más allá
de la sosa colocación de rótulos y etiquetas “inclusivas” en las puertas, el compromiso por
generar espacios de primera necesidad que sean seguros para todas y todos va más allá,
por tratarse de un asunto que requiere, entre otras, de adecuaciones de infraestructura.
Lo cierto es que los baños neutros, en estricto sentido, consisten en servicios sanitarios
accesibles para cualquier persona, pero cuyo uso debe ser estrictamente individual; por lo
que descritos como cubículos de acceso y uso privado, con paredes del piso al techo y con
puertas de una sola cerradura bajo el control exclusivo del usuario, son estos tipos de
baño los únicos que pueden garantizar las condiciones de seguridad mínima que requiere
la correcta implementación de esta medida.
De ahí que podamos explicar el por qué las baterías de baños, en las que pueden ingresar
y hacer uso varias personas a la vez, resultan instalaciones inadecuadas e incluso
peligrosas para ser convertidas a modo de simulación, mediante la simple señalización con
placas y letreros, en baños mixtos; pues de permitir el uso indistinto a toda persona de
estos baños y dadas las específicas características de su construcción y diseño, se
terminaría por exponer al riesgo de sufrir agresiones y violencia no sólo a las personas que
con la medida se busca proteger, sino que cualquier persona se vería potencialmente
propensa a ello.
Sin lugar a dudas es de aplaudir y reconocer toda iniciativa o esfuerzo que busque
promover acciones que tiendan a erradicar la discriminación y la desigualdad,
especialmente aquella que sufren los miembros del colectivo LGBTTTIQA+; sin embargo, la
lucha por la conquista de nuevos espacios, así como la búsqueda de la implementación de
acciones afirmativas en favor de grupos históricamente desventajados implica
necesariamente asumir el serio compromiso de propiciar en todo momento a su correcta
y razonada incorporación para proveer efectivamente a la salvaguarda de los derechos de
las personas a las que se pretende proteger, procurando además su armonización con
aquellos otros bienes jurídicos que estamos llamados a observar y a garantizar.