/ jueves 31 de marzo de 2022

Barbas a remojar

La noticia de que quedan 60 días de agua para la ciudad de Monterrey, debe movernos a todos para cuidar el recurso natural más importante que tiene una metrópoli.

Existe un antecedente en Latinoamérica que tuve la oportunidad de conocer de primera mano: la escacez que afectó a Bogotá, Colombia, al inicio de la gestión del entonces Alcalde Antanas Mockus.

Con una sequía prolongada y una urbe que usaba el agua sin cuidado, Mockus recibió la noticia de que quedaba algo así como una semana de líquido para distribuir. No había manera de traer de otro sitio y tampoco pronóstico de lluvia.

Así que tomó una decisión: en una ciudad que usaba demasiada agua, sus habitantes tendrían, juntos, que aprender a cuidarla, reduciendo el consumo de manera general.

Fue entonces que la Alcaldía de Bogotá lanzó una de las campañas de información más efectivas de la historia. Con actividades en las calles, encabezadas por el propio Antanas, demostraban cómo debía protegerse el único bien que, de faltar, haría desaparecer a cualquier comunidad.

Cada esquina tenía una persona que aportaba recomendaciones para cuidarla de manera práctica: cerrar la llave mientras te enjabonas, recolectar agua de la regadera en lo que se calienta, bañarse en un máximo de cinco minutos, evitar utilizar mangeras para regar, entre muchos otros consejos, a la par de compartir cuánto se gastaba en cada una de estas acciones y cuántos litros se podían cuidar si se cambiaban esos hábitos.

Las y los ciudadanos de Bogotá vieron que decisión con la que actuaban sus autoridades y colaboraron ante la emergencia, lo mismo que instituciones privadas, que se sumaron a las públicas en la aplicación de medidas de cuidado. Bogotá es ahora una de las metrópolis que tiene uno de los usos per cápita más bajos del continente.

Aquí las palabras son relevantes: el agua se cuida, no se ahorra, porque no es infinita. Se usa, no se consume, porque eso implica que hay suficiente. He tenido la oportunidad de compartir antes estos conceptos y no parece que repetirlos sea suficiente, hasta que no modifiquemos nuestro comportamiento y tomemos una actitud enfocada en hacer lo necesario para que no falte el agua en la Ciudad de México y en el país.

El hecho de que en el sureste de nuestra República tengamos líquido, no quiere decir que pueda trasladarse en otra dirección o que ese privilegio equilibre su falta en el norte. Al contrario, como ciudadanos debemos hacer lo que nos toca para que se equilibre el uso con base en el cuidado.

Y esta labor empieza, de nuevo, desde casa, evitando fugas, asumiendo otros comportamientos y fomentando la cosecha de agua de lluvia. Con el simple acto de cerrar las llaves al tomar una ducha, estamos asegurando el abasto de líquido en un hogar que se encuentre a kilómetros de distancia.

La participación civil es este tema es decisiva para el futuro de nuestras ciudades y permite pensar a futuro en el sitio que hemos elegido para vivir con nuestras familias. Ya vemos muchas zonas de la capital que tienen dificultades para contar con el servicio y con nuestro involucramiento podríamos revertirlo.

Tenemos la falsa certeza de que al girar la manija saldrá agua. Es hasta que nos falta y eso no sucede por horas que empezamos a comprender el problema que podemos enfrentar.

El gobierno de la Ciudad de México realiza inversiones millonarias para que sigamos viviendo con esa especie de seguridad acerca de tener agua; sin embargo, necesita de nosotros los capitalinos para apoyar y ser corresponsables.

Por un momento pensemos que tenemos una cantidad de agua ya sea un tinaco lleno en casa, una cisterna en el edificio y lo que en ese momento hubiera en las tuberías ¿Qué haríamos si nos dieran el aviso que es todo el líquido disponible hasta nuevo aviso, porque ya no hay? Seguramente caeríamos en una crisis del hogar y tendríamos que tomar decisiones (ir a comprar un garrafón o contratar una pipa son soluciones muy temporales) sobre cómo administrar esas reservas.

¿Lavar trastes sería prioridad? ¿Bañarse para acudir al trabajo o a la oficina estaría primero? ¿Meter ropa a la lavadora pasaría a un lugar secundario? Debemos priorizar el lavado de dientes, ¿cierto? ¿Y los baños?

Propongo que hagamos el ejercicio y en familia hablemos sobre cómo tendríamos que ordenar las actividades que involucran agua, que son casi todas. Nos sorprenderemos de todo lo que gira alrededor de un recurso del cual depende la vida misma.

Esa existencia, y su conservación, se amplía a la de toda la ciudad. Contar con agua no es un asunto del futuro, es el presente de nuestra capital y sin ella nada es posible.

Cada parte de la sociedad deberá asumir el compromiso que le corresponde, pero la recarga de los acuíferos y el buen estado del sistema hidráulico es una función de la autoridad; diseñar planes de aprovechamiento, instalar infraestructura de reciclo, pagar el servicio a tiempo, son tareas de empresas y negocios; cuidar cada gota de agua en casa, en la escuela y en el trabajo, sin necesidad de normas, vigilancia o castigos, es obligación nuestra.

Como ciudadanos, trabajadores, estudiantes, vecinos y cualquier otro papel social que desempeñemos a lo largo del día, la contribución con la Ciudad -nuestro hogar- es el cuidado permanente del agua donde estemos.

O es posible que también el tiempo y los días en que no la tengamos nos alcancen irremediablemente.


La noticia de que quedan 60 días de agua para la ciudad de Monterrey, debe movernos a todos para cuidar el recurso natural más importante que tiene una metrópoli.

Existe un antecedente en Latinoamérica que tuve la oportunidad de conocer de primera mano: la escacez que afectó a Bogotá, Colombia, al inicio de la gestión del entonces Alcalde Antanas Mockus.

Con una sequía prolongada y una urbe que usaba el agua sin cuidado, Mockus recibió la noticia de que quedaba algo así como una semana de líquido para distribuir. No había manera de traer de otro sitio y tampoco pronóstico de lluvia.

Así que tomó una decisión: en una ciudad que usaba demasiada agua, sus habitantes tendrían, juntos, que aprender a cuidarla, reduciendo el consumo de manera general.

Fue entonces que la Alcaldía de Bogotá lanzó una de las campañas de información más efectivas de la historia. Con actividades en las calles, encabezadas por el propio Antanas, demostraban cómo debía protegerse el único bien que, de faltar, haría desaparecer a cualquier comunidad.

Cada esquina tenía una persona que aportaba recomendaciones para cuidarla de manera práctica: cerrar la llave mientras te enjabonas, recolectar agua de la regadera en lo que se calienta, bañarse en un máximo de cinco minutos, evitar utilizar mangeras para regar, entre muchos otros consejos, a la par de compartir cuánto se gastaba en cada una de estas acciones y cuántos litros se podían cuidar si se cambiaban esos hábitos.

Las y los ciudadanos de Bogotá vieron que decisión con la que actuaban sus autoridades y colaboraron ante la emergencia, lo mismo que instituciones privadas, que se sumaron a las públicas en la aplicación de medidas de cuidado. Bogotá es ahora una de las metrópolis que tiene uno de los usos per cápita más bajos del continente.

Aquí las palabras son relevantes: el agua se cuida, no se ahorra, porque no es infinita. Se usa, no se consume, porque eso implica que hay suficiente. He tenido la oportunidad de compartir antes estos conceptos y no parece que repetirlos sea suficiente, hasta que no modifiquemos nuestro comportamiento y tomemos una actitud enfocada en hacer lo necesario para que no falte el agua en la Ciudad de México y en el país.

El hecho de que en el sureste de nuestra República tengamos líquido, no quiere decir que pueda trasladarse en otra dirección o que ese privilegio equilibre su falta en el norte. Al contrario, como ciudadanos debemos hacer lo que nos toca para que se equilibre el uso con base en el cuidado.

Y esta labor empieza, de nuevo, desde casa, evitando fugas, asumiendo otros comportamientos y fomentando la cosecha de agua de lluvia. Con el simple acto de cerrar las llaves al tomar una ducha, estamos asegurando el abasto de líquido en un hogar que se encuentre a kilómetros de distancia.

La participación civil es este tema es decisiva para el futuro de nuestras ciudades y permite pensar a futuro en el sitio que hemos elegido para vivir con nuestras familias. Ya vemos muchas zonas de la capital que tienen dificultades para contar con el servicio y con nuestro involucramiento podríamos revertirlo.

Tenemos la falsa certeza de que al girar la manija saldrá agua. Es hasta que nos falta y eso no sucede por horas que empezamos a comprender el problema que podemos enfrentar.

El gobierno de la Ciudad de México realiza inversiones millonarias para que sigamos viviendo con esa especie de seguridad acerca de tener agua; sin embargo, necesita de nosotros los capitalinos para apoyar y ser corresponsables.

Por un momento pensemos que tenemos una cantidad de agua ya sea un tinaco lleno en casa, una cisterna en el edificio y lo que en ese momento hubiera en las tuberías ¿Qué haríamos si nos dieran el aviso que es todo el líquido disponible hasta nuevo aviso, porque ya no hay? Seguramente caeríamos en una crisis del hogar y tendríamos que tomar decisiones (ir a comprar un garrafón o contratar una pipa son soluciones muy temporales) sobre cómo administrar esas reservas.

¿Lavar trastes sería prioridad? ¿Bañarse para acudir al trabajo o a la oficina estaría primero? ¿Meter ropa a la lavadora pasaría a un lugar secundario? Debemos priorizar el lavado de dientes, ¿cierto? ¿Y los baños?

Propongo que hagamos el ejercicio y en familia hablemos sobre cómo tendríamos que ordenar las actividades que involucran agua, que son casi todas. Nos sorprenderemos de todo lo que gira alrededor de un recurso del cual depende la vida misma.

Esa existencia, y su conservación, se amplía a la de toda la ciudad. Contar con agua no es un asunto del futuro, es el presente de nuestra capital y sin ella nada es posible.

Cada parte de la sociedad deberá asumir el compromiso que le corresponde, pero la recarga de los acuíferos y el buen estado del sistema hidráulico es una función de la autoridad; diseñar planes de aprovechamiento, instalar infraestructura de reciclo, pagar el servicio a tiempo, son tareas de empresas y negocios; cuidar cada gota de agua en casa, en la escuela y en el trabajo, sin necesidad de normas, vigilancia o castigos, es obligación nuestra.

Como ciudadanos, trabajadores, estudiantes, vecinos y cualquier otro papel social que desempeñemos a lo largo del día, la contribución con la Ciudad -nuestro hogar- es el cuidado permanente del agua donde estemos.

O es posible que también el tiempo y los días en que no la tengamos nos alcancen irremediablemente.


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