/ sábado 3 de marzo de 2018

Basta ya de tanta impunidad

El gran Valle de México es el segundo o tercer conglomerado humano más grande del mundo, incluyendo las llamadas zonas conurbadas. Sé que la Ciudad de México es prácticamente la mitad de todo. Gobernar esta entidad es una tarea titánica. La principal labor del gobierno es servir a la ciudadanía y servirla bien, a plenitud. Se deben escuchar las demandas, atenderlas, buscar soluciones y aplicarlas. Hasta allí todo debe ser natural. Ese es el trabajo del gobernante. Para servir es contratado y para tal fin debe entregarse.

A lo largo de varios sexenios, los habitantes de esta macro ciudad hemos tenido variadas administraciones. No puedo decir que han sido buenas administraciones porque me mordería la lengua. Ni siquiera afirmaría yo que hayan sido regulares. Pero el problema estriba en que han sido varias. ¿Desde cuándo? Posiblemente desde Ernesto P. Uruchurtu, quien inició un cambio en las estructuras de lugares públicos y de servicios de la entonces aún pequeña ciudad. A estas alturas del tercer milenio casi nadie sabe quien fue Uruchurtu. A partir de allí, las administraciones capitalinas han descumplido ostensiblemente en sus funciones. ¿Cuáles son? Muchas, tantas que no alcanzarían las prisiones del pensamiento para preservarlas.

Cuánto podríamos escribir y escribir sobre la gran problemática de la Ciudad de México. Incontables tomos que serían obras maestras de relación de inutilidades. Quiero dejar claro y asentado que reconozco que esta metrópoli tiene servicios públicos que fluyen más o menos, es decir, en gran parte del territorio de su jurisdicción se levanta la basura, se entrega el agua, se provee alumbrado público, funcionan más o menos los semáforos, se cumple con los indicativos de vialidad, y creo que nada más. Pero la balanza se inclina más, considerablemente a lo que falta; y no tengo espacio para relacionarlo.

La principal demanda de la ciudadanía, no sólo en la gran Ciudad de México sino en todo el país es tener seguridad y vivir en paz. Y para tener seguridad hay que aplicar la justicia. El concepto de justicia no ha variado ni cambiará. La justicia es hoy, por sobre todo, la virtud más necesaria para el bienestar del Estado. Justicia es el proceso de prevenir o remediar lo que excitará el sentido de injusticia.

No puedo negar que las labores de la Procuraduría y de la Secretaría de Seguridad Pública capitalinas son difíciles. Más que eso. Sé que han pasado Procuradores y Secretarios buenos, malos y regulares, y que han hecho su mejor esfuerzo. Trabajé quince años en la PGJDF y dos en la SSPDF. Solo quien ha vivido en las entrañas de los monstruos de mil cabezas entiende esas realidades. Ambas dependencias deben prevenir el delito y no permitir la impunidad, aunque ésta sea finalmente la función de los jueces.

Todo esto me lleva a pensar en esa lacra que permite la comisión de delitos sin castigo. Se llama Impunidad, del verbo punir, y del latín punire, castigar.

Y me voy a referir a unos conceptos que dijera acertadamente un gran abogado y político llamado Ignacio Morales Lechuga, mi amigo, en una entrevista publicada hace una semana en El Sol de México a preguntas de un excelente y querido compañero de trabajo, Miguel Reyes Razo.

"Aumentar la penalidad, así sea significativamente tal como ocurre aquí, es absolutamente inútil. La penalidad no desestimula, no inhibe la comisión del delito. Resulta regla de oro la que reza: Delito impune: delito que se repite. ¿Detonante del delito? ¡La impunidad!

"¿Qué? ¿Qué si no pasa nada? Robo y secuestro resultan hoy negocio que no paga impuesto. No cesan; no se detienen. La impunidad llega al 99%. ¿Qué inversión - satirizó el ex rector de la Escuela Libre de Derecho- deja tanto? ¡Ninguna!”

Y siguió diciendo: “Verá, en los últimos 25 años el delito no ha hecho más que crecer. Ya cinco lustros de incesante desarrollo. ¿Qué se desprende ante tal crecimiento? Pues que en lo social, en lo educativo, en lo policial, en lo ligado a la justicia y a la reinserción social el gobierno no ha funcionado. En vein-ti-cin-co años”.

Ignacio Morales Lechuga observa rangos y efectos del delito: "Distingo tres segmentos. Se viven cotidianamente.

“El primero es el que sufre el ciudadano a diario. Asalto, secuestro, lesiones, acoso sexual, violación.

“En el segundo nivel, narcotráfico y su cadena de delitos adyacentes. Los que atrae como la cauda de un cometa. Homicidio por territorios y rutas. Violencia. Que se transforma en bloqueo de caminos, asaltos, daños a la propiedad. Venganza de bandas si se aprehende a sus cabecillas.

"Y en tercer lugar la corrupción de cuello blanco. Involucra a políticos, industriales, empresarios. Con el que ofrece. El que acepta. El que aprueba”.

Tiene mucha razón mi amigo. Y pienso que esta grande y vasta Ciudad de México se ha caracterizado por adaptarse a las circunstancias y superar los obstáculos. Debemos enfrentar lo imposible, para superar lo improbable y lograr lo inverosímil.

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx


El gran Valle de México es el segundo o tercer conglomerado humano más grande del mundo, incluyendo las llamadas zonas conurbadas. Sé que la Ciudad de México es prácticamente la mitad de todo. Gobernar esta entidad es una tarea titánica. La principal labor del gobierno es servir a la ciudadanía y servirla bien, a plenitud. Se deben escuchar las demandas, atenderlas, buscar soluciones y aplicarlas. Hasta allí todo debe ser natural. Ese es el trabajo del gobernante. Para servir es contratado y para tal fin debe entregarse.

A lo largo de varios sexenios, los habitantes de esta macro ciudad hemos tenido variadas administraciones. No puedo decir que han sido buenas administraciones porque me mordería la lengua. Ni siquiera afirmaría yo que hayan sido regulares. Pero el problema estriba en que han sido varias. ¿Desde cuándo? Posiblemente desde Ernesto P. Uruchurtu, quien inició un cambio en las estructuras de lugares públicos y de servicios de la entonces aún pequeña ciudad. A estas alturas del tercer milenio casi nadie sabe quien fue Uruchurtu. A partir de allí, las administraciones capitalinas han descumplido ostensiblemente en sus funciones. ¿Cuáles son? Muchas, tantas que no alcanzarían las prisiones del pensamiento para preservarlas.

Cuánto podríamos escribir y escribir sobre la gran problemática de la Ciudad de México. Incontables tomos que serían obras maestras de relación de inutilidades. Quiero dejar claro y asentado que reconozco que esta metrópoli tiene servicios públicos que fluyen más o menos, es decir, en gran parte del territorio de su jurisdicción se levanta la basura, se entrega el agua, se provee alumbrado público, funcionan más o menos los semáforos, se cumple con los indicativos de vialidad, y creo que nada más. Pero la balanza se inclina más, considerablemente a lo que falta; y no tengo espacio para relacionarlo.

La principal demanda de la ciudadanía, no sólo en la gran Ciudad de México sino en todo el país es tener seguridad y vivir en paz. Y para tener seguridad hay que aplicar la justicia. El concepto de justicia no ha variado ni cambiará. La justicia es hoy, por sobre todo, la virtud más necesaria para el bienestar del Estado. Justicia es el proceso de prevenir o remediar lo que excitará el sentido de injusticia.

No puedo negar que las labores de la Procuraduría y de la Secretaría de Seguridad Pública capitalinas son difíciles. Más que eso. Sé que han pasado Procuradores y Secretarios buenos, malos y regulares, y que han hecho su mejor esfuerzo. Trabajé quince años en la PGJDF y dos en la SSPDF. Solo quien ha vivido en las entrañas de los monstruos de mil cabezas entiende esas realidades. Ambas dependencias deben prevenir el delito y no permitir la impunidad, aunque ésta sea finalmente la función de los jueces.

Todo esto me lleva a pensar en esa lacra que permite la comisión de delitos sin castigo. Se llama Impunidad, del verbo punir, y del latín punire, castigar.

Y me voy a referir a unos conceptos que dijera acertadamente un gran abogado y político llamado Ignacio Morales Lechuga, mi amigo, en una entrevista publicada hace una semana en El Sol de México a preguntas de un excelente y querido compañero de trabajo, Miguel Reyes Razo.

"Aumentar la penalidad, así sea significativamente tal como ocurre aquí, es absolutamente inútil. La penalidad no desestimula, no inhibe la comisión del delito. Resulta regla de oro la que reza: Delito impune: delito que se repite. ¿Detonante del delito? ¡La impunidad!

"¿Qué? ¿Qué si no pasa nada? Robo y secuestro resultan hoy negocio que no paga impuesto. No cesan; no se detienen. La impunidad llega al 99%. ¿Qué inversión - satirizó el ex rector de la Escuela Libre de Derecho- deja tanto? ¡Ninguna!”

Y siguió diciendo: “Verá, en los últimos 25 años el delito no ha hecho más que crecer. Ya cinco lustros de incesante desarrollo. ¿Qué se desprende ante tal crecimiento? Pues que en lo social, en lo educativo, en lo policial, en lo ligado a la justicia y a la reinserción social el gobierno no ha funcionado. En vein-ti-cin-co años”.

Ignacio Morales Lechuga observa rangos y efectos del delito: "Distingo tres segmentos. Se viven cotidianamente.

“El primero es el que sufre el ciudadano a diario. Asalto, secuestro, lesiones, acoso sexual, violación.

“En el segundo nivel, narcotráfico y su cadena de delitos adyacentes. Los que atrae como la cauda de un cometa. Homicidio por territorios y rutas. Violencia. Que se transforma en bloqueo de caminos, asaltos, daños a la propiedad. Venganza de bandas si se aprehende a sus cabecillas.

"Y en tercer lugar la corrupción de cuello blanco. Involucra a políticos, industriales, empresarios. Con el que ofrece. El que acepta. El que aprueba”.

Tiene mucha razón mi amigo. Y pienso que esta grande y vasta Ciudad de México se ha caracterizado por adaptarse a las circunstancias y superar los obstáculos. Debemos enfrentar lo imposible, para superar lo improbable y lograr lo inverosímil.

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx