/ martes 8 de enero de 2019

Bazar de la Cultura | A 60 años del filme La balada del soldado

Si para Hollywood la Segunda Guerra Mundial fue ante todo un escenario de aventura y heroísmo, para otras cinematografías fue la memoria de una catástrofe humana.

“Yo deseaba crear una película que desprestigiara la guerra”, dijo Grigori Chukhrai, director de La balada del soldado (URSS, 1959) cuando su obra estremeció al mundo, seis décadas atrás. Cannes le concedió el Premio Especial del Jurado y San Francisco los premios Golden Gate.

Chukhrai fue combatiente en la vida real durante la gran conflagración. Su arrojo le ganó heridas y condecoraciones; la lucha reafirmó su convicción antibélica. Se suele olvidar un hecho clave: Las fuerzas expedicionarias estadounidenses peleaban muy lejos de su país, mientras éste permanecía intacto.

Por el contrario, el Ejército Rojo combatía en su propia tierra, devastada por el armamento más mortífero de la historia.

El año anterior, un compatriota de Chukhrai, Mijaíl Kalatózov, había ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes con otra película condenatoria para la guerra: Cuando pasan las cigüeñas, un drama de la retaguardia. La fotografía de Sergei Urusevsky, con una contenida cámara móvil, aún hoy resulta moderna.Tatyana Samojlova cautivó al auditorio del mundo en su papel protagónico. Cuando pasan las cigüeñas expresaba el costo de los conflictos armados para las vidas de la gente común.

La balada del soldado comenzaba en la posguerra, en una aldea como tantas otras. Una mujer madura (Antonina Maksimova) andaba hacia el camino de terracería por donde se había marchado al ejército su hijo Alyosha (Vladimir Ivashov). Alyosha regresó una vez, volvió a partir y ya nunca más volvió. La película narra la historia del fugaz retorno del joven.

Alyosha había ganado una medalla por destruir dos tanques alemanes; como premio recibió el permiso especial para visitar a su madre y reparar la techumbre de la casa. El héroe recorría un país devastado y a través de varios encuentros con desconocidos constataba las consecuencias de la guerra.

El enemigo aparece tangencialmente. Aunque la realista secuencia del combate está llena de suspenso, la acción bélica es muy breve: lo fundamental es una reflexión rigurosa sobre los efectos de la lucha armada en los vínculos humanos. La misma destrucción material es secundaria. A Chukhrai le interesa la gente común.

Hoy La balada del soldado y Cuando pasan las cigüeñas pueden verse en línea, aunque muy poca gente en México sabe de su existencia.

Es como si nunca hubiera existido aquella conflagración ni toda esa gente. Pero existieron, y en este momento hay guerra en varias regiones del mundo.

Las consecuencias son tan atroces como siempre, incluso peores con las armas del siglo XXI. Por eso nunca se debe olvidar el cine antibélico.

Si para Hollywood la Segunda Guerra Mundial fue ante todo un escenario de aventura y heroísmo, para otras cinematografías fue la memoria de una catástrofe humana.

“Yo deseaba crear una película que desprestigiara la guerra”, dijo Grigori Chukhrai, director de La balada del soldado (URSS, 1959) cuando su obra estremeció al mundo, seis décadas atrás. Cannes le concedió el Premio Especial del Jurado y San Francisco los premios Golden Gate.

Chukhrai fue combatiente en la vida real durante la gran conflagración. Su arrojo le ganó heridas y condecoraciones; la lucha reafirmó su convicción antibélica. Se suele olvidar un hecho clave: Las fuerzas expedicionarias estadounidenses peleaban muy lejos de su país, mientras éste permanecía intacto.

Por el contrario, el Ejército Rojo combatía en su propia tierra, devastada por el armamento más mortífero de la historia.

El año anterior, un compatriota de Chukhrai, Mijaíl Kalatózov, había ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes con otra película condenatoria para la guerra: Cuando pasan las cigüeñas, un drama de la retaguardia. La fotografía de Sergei Urusevsky, con una contenida cámara móvil, aún hoy resulta moderna.Tatyana Samojlova cautivó al auditorio del mundo en su papel protagónico. Cuando pasan las cigüeñas expresaba el costo de los conflictos armados para las vidas de la gente común.

La balada del soldado comenzaba en la posguerra, en una aldea como tantas otras. Una mujer madura (Antonina Maksimova) andaba hacia el camino de terracería por donde se había marchado al ejército su hijo Alyosha (Vladimir Ivashov). Alyosha regresó una vez, volvió a partir y ya nunca más volvió. La película narra la historia del fugaz retorno del joven.

Alyosha había ganado una medalla por destruir dos tanques alemanes; como premio recibió el permiso especial para visitar a su madre y reparar la techumbre de la casa. El héroe recorría un país devastado y a través de varios encuentros con desconocidos constataba las consecuencias de la guerra.

El enemigo aparece tangencialmente. Aunque la realista secuencia del combate está llena de suspenso, la acción bélica es muy breve: lo fundamental es una reflexión rigurosa sobre los efectos de la lucha armada en los vínculos humanos. La misma destrucción material es secundaria. A Chukhrai le interesa la gente común.

Hoy La balada del soldado y Cuando pasan las cigüeñas pueden verse en línea, aunque muy poca gente en México sabe de su existencia.

Es como si nunca hubiera existido aquella conflagración ni toda esa gente. Pero existieron, y en este momento hay guerra en varias regiones del mundo.

Las consecuencias son tan atroces como siempre, incluso peores con las armas del siglo XXI. Por eso nunca se debe olvidar el cine antibélico.