/ martes 13 de agosto de 2019

Bazar de la Cultura | A propósito del cine para niños

Por: Juan Amael Vizuet

“Siempre asegúrese de elegir libros que presenten hombres dignos de respeto para su hijo y usted, no libros que retraten a los inagotables bufones que llenan a los medios de comunicación”.

Así lo recomienda Kyle Pruett en El rol del padre. La función irreemplazable” (Ediciones B, Buenos Aires, 2001, p. 231). Lo mismo puede afirmarse sobre las películas, a propósito del recién celebrado 24 Festival internacional de Cine para niños y no tan niños, tan loable como fugaz.

Este ciclo apenas se proyecta durante una semana, a diferencia de la Muestra Internacional o del Tour de Cine Francés. Esto restringe las posibilidades de alcanzar al mayor auditorio posible, especialmente el infantil y familiar. Es frustrante, pues el programa ofrece filmes de orígenes y contenidos muy diversos, en contraste con la cartelera comercial dominada por Hollywood.

Pruett constató el creciente dominio de los personajes disfuncionales, patéticos o bufonescos en los medios masivos estadounidenses. Esos productos se exportaban luego a gran parte del mundo. John Tierney en The New York Times (18-VI-2005) refería una espontánea pregunta de su hijo frente a la pantalla doméstica: “¿Por qué los papás de la televisión son tan tontos?”

Otra preocupación generalizada de padres y educadores es ¿por qué la niñez plasmada en el cine y la televisión debe ser tan conflictiva, tan disfuncional?

Es muy esclarecedor comparar a esa infancia estilo Hollywood con la retratada en el documental Los alumnos del primer grado (Irán, 1982) o ¿En dónde está la casa de mi amigo? (Irán, 1987), de Abbas Kiarostami. En la primera, uno de los pequeños escolares, con ojos brillantes y voz quebrada, pide indulgencia para el condiscípulo que lo había agraviado. En la segunda, el niño protagonista vive una odisea para entregarle un cuaderno a su camarada, en un intento por salvarlo de la expulsión.

En los propios Estados Unidos el cine independiente ha producido obras que se alejan por completo de las fórmulas del infante problema. Las hemos conocido gracias precisamente al Festival de Cine para niños y no tan niños. Es el caso de Su buena voluntad (EUA, 2008), de Cayman Grant. Con apenas once minutos en pantalla, vino para el 14o festival.

Will (Donis Leonard Jr.) es un niño negro, casi indigente; vive en el sur, en 1950. Se ayuda con la recolección de botellas. Todas se las compra el señor Cooper (James Avery), quien procura que Will no vea en ello un acto caritativo, sino un negocio justo. Una dependiente blanca (Ashley Jones) mira con prejuicios y fastidio al muchacho cuando éste entra en su cafetería. Will no toma nada a mal, pues conserva intactas su pureza y su inocencia. A la postre, con un gesto sencillo e insólito, Will devasta los prejuicios.

Tras el festival, Su buena voluntad no volvió a proyectarse en México.

Por: Juan Amael Vizuet

“Siempre asegúrese de elegir libros que presenten hombres dignos de respeto para su hijo y usted, no libros que retraten a los inagotables bufones que llenan a los medios de comunicación”.

Así lo recomienda Kyle Pruett en El rol del padre. La función irreemplazable” (Ediciones B, Buenos Aires, 2001, p. 231). Lo mismo puede afirmarse sobre las películas, a propósito del recién celebrado 24 Festival internacional de Cine para niños y no tan niños, tan loable como fugaz.

Este ciclo apenas se proyecta durante una semana, a diferencia de la Muestra Internacional o del Tour de Cine Francés. Esto restringe las posibilidades de alcanzar al mayor auditorio posible, especialmente el infantil y familiar. Es frustrante, pues el programa ofrece filmes de orígenes y contenidos muy diversos, en contraste con la cartelera comercial dominada por Hollywood.

Pruett constató el creciente dominio de los personajes disfuncionales, patéticos o bufonescos en los medios masivos estadounidenses. Esos productos se exportaban luego a gran parte del mundo. John Tierney en The New York Times (18-VI-2005) refería una espontánea pregunta de su hijo frente a la pantalla doméstica: “¿Por qué los papás de la televisión son tan tontos?”

Otra preocupación generalizada de padres y educadores es ¿por qué la niñez plasmada en el cine y la televisión debe ser tan conflictiva, tan disfuncional?

Es muy esclarecedor comparar a esa infancia estilo Hollywood con la retratada en el documental Los alumnos del primer grado (Irán, 1982) o ¿En dónde está la casa de mi amigo? (Irán, 1987), de Abbas Kiarostami. En la primera, uno de los pequeños escolares, con ojos brillantes y voz quebrada, pide indulgencia para el condiscípulo que lo había agraviado. En la segunda, el niño protagonista vive una odisea para entregarle un cuaderno a su camarada, en un intento por salvarlo de la expulsión.

En los propios Estados Unidos el cine independiente ha producido obras que se alejan por completo de las fórmulas del infante problema. Las hemos conocido gracias precisamente al Festival de Cine para niños y no tan niños. Es el caso de Su buena voluntad (EUA, 2008), de Cayman Grant. Con apenas once minutos en pantalla, vino para el 14o festival.

Will (Donis Leonard Jr.) es un niño negro, casi indigente; vive en el sur, en 1950. Se ayuda con la recolección de botellas. Todas se las compra el señor Cooper (James Avery), quien procura que Will no vea en ello un acto caritativo, sino un negocio justo. Una dependiente blanca (Ashley Jones) mira con prejuicios y fastidio al muchacho cuando éste entra en su cafetería. Will no toma nada a mal, pues conserva intactas su pureza y su inocencia. A la postre, con un gesto sencillo e insólito, Will devasta los prejuicios.

Tras el festival, Su buena voluntad no volvió a proyectarse en México.