/ martes 20 de agosto de 2019

Bazar de la Cultura | El Ángel y el feminismo radical

Por: Juan Amael Vizuet

"Muchos de quienes no quieren ser oprimidos en realidad quisieran ser opresores”. Este pensamiento de Napoleón, riguroso conocedor del ser humano, explica el sañudo vandalismo contra el Monumento a la Independencia, así como las agresiones a una agente policial y a periodistas de ambos sexos.

Los feminismos violentos, sectarios, siempre han sido minúsculos, pero también obsesivos. Arianna Stassinopoulos, una economista ateniense graduada con las máximas calificaciones en Cambridge, definió así a la Segunda Ola feminista: “Ataca la naturaleza misma de la mujer con el propósito de esclavizarla bajo la excusa de la liberación”.

Su ensayo La mujer femenina (editado en castellano por Grijalbo, Barcelona, 1974) se tradujo a doce idiomas y ganó el premio al Mejor primer libro de 1973. Stassinopoulos desnudó en él las falacias de las estrellas feministas, como Kate Millet (autora de Política sexual) y Germaine Greer (famosa por el libro El eunuco femenino):

“Todas las características del pensamiento ilógico y confuso: contradicción, razonamiento indirecto, antítesis falsas, extrapolaciones falsas, deformación del significado de las palabras, defensas reiteradas…” (p. 194)

Stassinopoulos halló que, de 307 obra citadas por Millet, sólo 15 eran científicas. Abundaban en cambio las citas de poesías, cuentos y novelas. Greer y de Beauvoir procedieron de manera idéntica.

Entrevistada por James Fortson, la economista advirtió respecto a aquel feminismo: “Representa muchos peligros para la sociedad; esto es, para las mujeres lo mismo que para los hombres, porque es un movimiento completamente destructivo”. (Eros, octubre de 1975, p. 41)

Años después, Erin Pizzey, fundadora de los primeros refugios para mujeres en Inglaterra, coincidió con Stassinopoulos: denunció al feminismo radical como incongruente y destructivo, pese al parapeto de una causa noble. Las amenazas de muerte, la censura y un atentado, le dieron la razón a Pizzey, pero la obligaron al exilio.

“Dondequiera que hablaba me seguían esas mujeres llenas de odio…” relata Pizzey, quien aseveró: “En todas partes, el movimiento feminista se había apropiado de la cuestión de la violencia doméstica para satisfacer así sus ambiciones políticas y llenar sus bolsillos”.

Ataques semejantes ha sufrido Alicia Rubio, por su libro Cuando nos prohibieron ser mujeres y os persiguieron por ser hombres; la filósofa Christina Hoff Sommers, autora de ¿Quién nos robó el feminismo? ha soportado diatribas y censuras.

El vandalismo no expresa ninguna honrada indignación ni es fruto de infiltraciones; es una táctica de intimidación social probada en otros países. Esta proclividad a la agresión sirve a los intereses denunciados por Pizzey, Stassinopoulos, Rubio y Hoff Sommers, cuatro pensadoras desconocidas en México.

Por: Juan Amael Vizuet

"Muchos de quienes no quieren ser oprimidos en realidad quisieran ser opresores”. Este pensamiento de Napoleón, riguroso conocedor del ser humano, explica el sañudo vandalismo contra el Monumento a la Independencia, así como las agresiones a una agente policial y a periodistas de ambos sexos.

Los feminismos violentos, sectarios, siempre han sido minúsculos, pero también obsesivos. Arianna Stassinopoulos, una economista ateniense graduada con las máximas calificaciones en Cambridge, definió así a la Segunda Ola feminista: “Ataca la naturaleza misma de la mujer con el propósito de esclavizarla bajo la excusa de la liberación”.

Su ensayo La mujer femenina (editado en castellano por Grijalbo, Barcelona, 1974) se tradujo a doce idiomas y ganó el premio al Mejor primer libro de 1973. Stassinopoulos desnudó en él las falacias de las estrellas feministas, como Kate Millet (autora de Política sexual) y Germaine Greer (famosa por el libro El eunuco femenino):

“Todas las características del pensamiento ilógico y confuso: contradicción, razonamiento indirecto, antítesis falsas, extrapolaciones falsas, deformación del significado de las palabras, defensas reiteradas…” (p. 194)

Stassinopoulos halló que, de 307 obra citadas por Millet, sólo 15 eran científicas. Abundaban en cambio las citas de poesías, cuentos y novelas. Greer y de Beauvoir procedieron de manera idéntica.

Entrevistada por James Fortson, la economista advirtió respecto a aquel feminismo: “Representa muchos peligros para la sociedad; esto es, para las mujeres lo mismo que para los hombres, porque es un movimiento completamente destructivo”. (Eros, octubre de 1975, p. 41)

Años después, Erin Pizzey, fundadora de los primeros refugios para mujeres en Inglaterra, coincidió con Stassinopoulos: denunció al feminismo radical como incongruente y destructivo, pese al parapeto de una causa noble. Las amenazas de muerte, la censura y un atentado, le dieron la razón a Pizzey, pero la obligaron al exilio.

“Dondequiera que hablaba me seguían esas mujeres llenas de odio…” relata Pizzey, quien aseveró: “En todas partes, el movimiento feminista se había apropiado de la cuestión de la violencia doméstica para satisfacer así sus ambiciones políticas y llenar sus bolsillos”.

Ataques semejantes ha sufrido Alicia Rubio, por su libro Cuando nos prohibieron ser mujeres y os persiguieron por ser hombres; la filósofa Christina Hoff Sommers, autora de ¿Quién nos robó el feminismo? ha soportado diatribas y censuras.

El vandalismo no expresa ninguna honrada indignación ni es fruto de infiltraciones; es una táctica de intimidación social probada en otros países. Esta proclividad a la agresión sirve a los intereses denunciados por Pizzey, Stassinopoulos, Rubio y Hoff Sommers, cuatro pensadoras desconocidas en México.