/ miércoles 5 de diciembre de 2018

Bazar de la cultura | El arte construye naciones

Por: Juan Manuel Vizuet

El arte y la cultura siempre han sido actividades de valor estratégico. A través de ellas se construye la identidad nacional, se cohesiona a la población, se mantienen los lazos con la historia y se alimentan todos los otros ámbitos. ¿Por qué Italia es una potencia en el diseño industrial? En gran parte porque sus profesionales nacen y se forman en un país donde casi a cada paso se halla una obra maestra. Pininfarina, Bertone y Ferragano se nutren de Botticelli, da Vinci, Giotto y Miguel Ángel.

Ese patrimonio también lleva millones de visitantes a Florencia, Roma, Nápoles o Pompeya; lo mismo sucede en Egipto, Francia, España, China, Irán, incluso en los Estados Unidos, un país que no existía cuando Luis XIV era el gran mecenas del arte francés. Los magnates estadounidenses desde el siglo XIX se convirtieron en coleccionistas. Por eso su país conserva tantas piezas europeas.

Las artes siempre fueron esenciales para la construcción del Estado: Augusto le encomendó a Virgilio una epopeya para enaltecer el origen de Roma. Así surgió la Eneida. Napoleón fomentó la vertiente orientalista, el estilo Imperio, el neoclásico y la egiptología; el Gran Corso convirtió al Louvre en un museo público.

Cuando México nació a la Independencia, su antiquísimo patrimonio cultural prehispánico permanecía sepultado por la incuria, los intereses políticos y la acción de la naturaleza.

Muy lentamente, a lo largo del siglo XIX, México empezó a redescubrirse como pueblo milenario. Por azar y exploración salieron a la superficie sus ciudades antiguas. Como incipiente expresión de orgullo por aquel legado, durante el porfiriato apareció el estilo neoindígena, con el escultor Jesús F. Contreras como una de sus principales figuras; después del movimiento revolucionario, Vasconcelos le dio su impulso original al muralismo; se construyó una arquitectura evocadora del virreinato, creció la corriente mexicanista en la música y se consolidó la novela de la Revolución Mexicana.

Durante los lustros recientes, como en las metrópolis, ha predominado en nuestro país el llamado arte conceptual o contemporáneo. Las galerías privadas y el mercado, bajo el designio de los curadores, y de sus jefes, los especuladores financieros, han impuesto a sus estrellas en los salones públicos. Quieren elevar sus precios. A la prensa cultural no se le tolera la crítica ni el escepticismo; se espera su complacencia, su complicidad.

Por eso en la Biblioteca Vasconcelos cuelga un esqueleto de cetáceo con garabatos, mientras los murales del siglo XX se desvanecen.

Es momento de que las instituciones culturales se sacudan el cacicazgo de los especuladores y del mercado. Es la hora de abrirles las salas a los talentos marginados, sin recursos para pagar las tarifas que exigen los recintos teóricamente públicos.

Por: Juan Manuel Vizuet

El arte y la cultura siempre han sido actividades de valor estratégico. A través de ellas se construye la identidad nacional, se cohesiona a la población, se mantienen los lazos con la historia y se alimentan todos los otros ámbitos. ¿Por qué Italia es una potencia en el diseño industrial? En gran parte porque sus profesionales nacen y se forman en un país donde casi a cada paso se halla una obra maestra. Pininfarina, Bertone y Ferragano se nutren de Botticelli, da Vinci, Giotto y Miguel Ángel.

Ese patrimonio también lleva millones de visitantes a Florencia, Roma, Nápoles o Pompeya; lo mismo sucede en Egipto, Francia, España, China, Irán, incluso en los Estados Unidos, un país que no existía cuando Luis XIV era el gran mecenas del arte francés. Los magnates estadounidenses desde el siglo XIX se convirtieron en coleccionistas. Por eso su país conserva tantas piezas europeas.

Las artes siempre fueron esenciales para la construcción del Estado: Augusto le encomendó a Virgilio una epopeya para enaltecer el origen de Roma. Así surgió la Eneida. Napoleón fomentó la vertiente orientalista, el estilo Imperio, el neoclásico y la egiptología; el Gran Corso convirtió al Louvre en un museo público.

Cuando México nació a la Independencia, su antiquísimo patrimonio cultural prehispánico permanecía sepultado por la incuria, los intereses políticos y la acción de la naturaleza.

Muy lentamente, a lo largo del siglo XIX, México empezó a redescubrirse como pueblo milenario. Por azar y exploración salieron a la superficie sus ciudades antiguas. Como incipiente expresión de orgullo por aquel legado, durante el porfiriato apareció el estilo neoindígena, con el escultor Jesús F. Contreras como una de sus principales figuras; después del movimiento revolucionario, Vasconcelos le dio su impulso original al muralismo; se construyó una arquitectura evocadora del virreinato, creció la corriente mexicanista en la música y se consolidó la novela de la Revolución Mexicana.

Durante los lustros recientes, como en las metrópolis, ha predominado en nuestro país el llamado arte conceptual o contemporáneo. Las galerías privadas y el mercado, bajo el designio de los curadores, y de sus jefes, los especuladores financieros, han impuesto a sus estrellas en los salones públicos. Quieren elevar sus precios. A la prensa cultural no se le tolera la crítica ni el escepticismo; se espera su complacencia, su complicidad.

Por eso en la Biblioteca Vasconcelos cuelga un esqueleto de cetáceo con garabatos, mientras los murales del siglo XX se desvanecen.

Es momento de que las instituciones culturales se sacudan el cacicazgo de los especuladores y del mercado. Es la hora de abrirles las salas a los talentos marginados, sin recursos para pagar las tarifas que exigen los recintos teóricamente públicos.