/ martes 19 de noviembre de 2019

Bazar de la Cultura | El país sin medios públicos

Por: Juan Amael Vizzuett Olvera

Incluso en este siglo de comunicación digital, redes sociales y dispositivos de bolsillo, la radio y la televisión son unos medios demasiado importantes para dejárselos exclusivamente a los intereses corporativos; en los Estados Unidos, nación insignia de la libre empresa, se creó en 1969 elServicio Público de Radiodifusión (PBS)

La PBS Cuenta con unas 350 emisoras afiliadas. Difunde ciencia, Historia, documentales, producciones infantiles. Este sistema dio a conocer Plaza Sésamo.

Inglaterra cuenta con la BBC, Francia con France Télévisions; Canadá dispone de una red pública anglófona y otra francoparlante; en Alemania existe laADR; en Italia la RAI, en Rusia la VGTRK. Sus objetivos son informar, instruir y entretener.

Producen series comoJaurès, nacimiento de un coloso (Centre National du Cinéma, 2005), de Jean-Daniel Verhaeghe, con Philippe Torreton: la biografía del respetado pacifista, ultimado en 1914, por su tenaz oposición a la Gran Guerra.

El contraste entre Jaurès y personajes como El señor de los cielos, no podía ser más elocuente; por sí mismo ilustra la necesidad de una televisión pública dispuesta a producir materiales no condicionados por el afán de lucro, las modas o los estudios del mercado.

Esa función nunca se ha consolidado en América Latina: hacia 1970, existían unas doscientas emisoras educativas y culturales de televisión en los EUA; México solamente disponía de XEIPN Canal, 11 con su transmisor de 20 kw en blanco y negro.

Los tiempos del Estado nacieron con la antigua Ley Federal de Radio y Televisión (1960), cuando el gobierno carecía de emisoras. Era un tímido intento por difundir contenidos educativos y de servicio social.

La ley nunca estableció horarios para los tiempos oficiales; los concesionarios, de acuerdo con las autoridades en turno, les asignaron los minutos marginales, sin anunciantes ni espectadores: a las tres de la madrugada, a las seis de la mañana. La nueva legislación de 2014 mantuvo el mismo desventajoso criterio.

El mayor esfuerzo por establecer unas redes públicas sólidas en nuestro país se liquidó en 1993, cuando se privatizó el Instituto Mexicano de la Televisión. El Estado solamente conservó el Canal 22, en UHF, sin público masivo ni patrimonio.

Ahora el gobierno federal pretende reducir sus ya atomizados tiempos en los medios electrónicos, sin plan alguno para fortalecer su ignotoCanal 14. Las corporaciones aplauden, la intelectualidad “de izquierda” guarda silencio. Nadie quiere plantear siquiera la urgencia de impulsar las redes públicas, reconocidas como indispensables en las naciones desarrolladas.

Su papel es aún más esencial para un país como el nuestro, con sus tejidos sociales deshilachados y con los delincuentes opulentos como héroes aspiracionales de la pantalla.

Por: Juan Amael Vizzuett Olvera

Incluso en este siglo de comunicación digital, redes sociales y dispositivos de bolsillo, la radio y la televisión son unos medios demasiado importantes para dejárselos exclusivamente a los intereses corporativos; en los Estados Unidos, nación insignia de la libre empresa, se creó en 1969 elServicio Público de Radiodifusión (PBS)

La PBS Cuenta con unas 350 emisoras afiliadas. Difunde ciencia, Historia, documentales, producciones infantiles. Este sistema dio a conocer Plaza Sésamo.

Inglaterra cuenta con la BBC, Francia con France Télévisions; Canadá dispone de una red pública anglófona y otra francoparlante; en Alemania existe laADR; en Italia la RAI, en Rusia la VGTRK. Sus objetivos son informar, instruir y entretener.

Producen series comoJaurès, nacimiento de un coloso (Centre National du Cinéma, 2005), de Jean-Daniel Verhaeghe, con Philippe Torreton: la biografía del respetado pacifista, ultimado en 1914, por su tenaz oposición a la Gran Guerra.

El contraste entre Jaurès y personajes como El señor de los cielos, no podía ser más elocuente; por sí mismo ilustra la necesidad de una televisión pública dispuesta a producir materiales no condicionados por el afán de lucro, las modas o los estudios del mercado.

Esa función nunca se ha consolidado en América Latina: hacia 1970, existían unas doscientas emisoras educativas y culturales de televisión en los EUA; México solamente disponía de XEIPN Canal, 11 con su transmisor de 20 kw en blanco y negro.

Los tiempos del Estado nacieron con la antigua Ley Federal de Radio y Televisión (1960), cuando el gobierno carecía de emisoras. Era un tímido intento por difundir contenidos educativos y de servicio social.

La ley nunca estableció horarios para los tiempos oficiales; los concesionarios, de acuerdo con las autoridades en turno, les asignaron los minutos marginales, sin anunciantes ni espectadores: a las tres de la madrugada, a las seis de la mañana. La nueva legislación de 2014 mantuvo el mismo desventajoso criterio.

El mayor esfuerzo por establecer unas redes públicas sólidas en nuestro país se liquidó en 1993, cuando se privatizó el Instituto Mexicano de la Televisión. El Estado solamente conservó el Canal 22, en UHF, sin público masivo ni patrimonio.

Ahora el gobierno federal pretende reducir sus ya atomizados tiempos en los medios electrónicos, sin plan alguno para fortalecer su ignotoCanal 14. Las corporaciones aplauden, la intelectualidad “de izquierda” guarda silencio. Nadie quiere plantear siquiera la urgencia de impulsar las redes públicas, reconocidas como indispensables en las naciones desarrolladas.

Su papel es aún más esencial para un país como el nuestro, con sus tejidos sociales deshilachados y con los delincuentes opulentos como héroes aspiracionales de la pantalla.