/ martes 17 de julio de 2018

Bazar de la cultura | Entre el diseño y el arte popular (tercera y última parte)

Por: Juan Amael Vizuet

“Yo creo que, académicamente, a veces inventamos fronteras entre qué es el arte popular y qué son las artes como el diseño. En otros países no es así. Pongo un ejemplo: Japón. Un maestro viviente que crea cerámica, objetos de laca o bordados, no es menos que un pintor o que un escultor. Todos son reconocidos como artistas. Hay arte que es para contemplar y hay arte para ser usado”, dice Héctor Rivero Borrell, respecto a la presencia constante del arte popular en el Franz Mayer.

El entrevistado continúa con el ejemplo nipón: “La gente no duda en comprarse una taza, una taza para tomar té, que a lo mejor le cuesta una fortuna. Es una inversión, porque sabe que diariamente, cuando la use, va a estar gozando de ese objeto, igual que en el mundo occidental decimos que gozamos un cuadro”.

Rivero Borrell compara: “En México tenemos todavía mucho estas fronteras, que si el arte popular, que si el arte tal... A mí me gusta ejemplificar con algo tan común como nuestra talavera poblana. Esta cerámica, con una gran técnica, una elaboración y un cuidado, curiosamente la estamos presentando como ‘artesanía’ o como antes se le llamaba ‘arte suntuaria’. ¿Por qué inventamos estas fronteras? Cuando de verdad tenemos en México maravillosos artesanos que poseen una sabiduría de generaciones, una habilidad también de muchos años, unas manos maravillosas para crear objetos, que podrían encajar perfectamente en esta definición que mencionábamos antes, objetos con los cuales convivimos diariamente y que nos hacen más sencilla la vida, más agradable, más bella”.

“Y aquí llego a algo muy importante que vale la pena resaltar: de tantas discusiones y coincidencias con la doctora Ruth Deutsch Reiss Lechuga, ella decide heredarle al Museo Franz Mayer su colección de más de once mil piezas. No dejan de ser objetos, pero que también dialogan entre sí, que se complementan. Evidentemente hay piezas para personas de mayores recursos. Pero lo interesante es que aquí no estamos hablando, como sucedería en otro tipo de museo, de niveles sociales o socioeconómicos. No, un museo de artes decorativas y diseño lo que tiene que privilegiar precisamente es esa expresividad, ese arte, esa creatividad, esa habilidad artística de un creador, de un diseñador.”

Héctor Rivero subraya que el Franz Mayer vino a llenar un hueco en México, donde no había un museo de artes decorativas. En veinte años, triplicó su afluencia, gracias al diálogo entre sus colecciones antiguas y las exposiciones modernas: “Los museos conservamos los grandes objetos del pasado para que sirvan de ejemplo, para que no se pierda esta memoria cultural, para que los diseñadores actuales descubran necesidades que esos objetos satisfacían en otras épocas”. Uno de los logros de la institución ha sido alentar otra forma de ver los objetos cotidianos.

Por: Juan Amael Vizuet

“Yo creo que, académicamente, a veces inventamos fronteras entre qué es el arte popular y qué son las artes como el diseño. En otros países no es así. Pongo un ejemplo: Japón. Un maestro viviente que crea cerámica, objetos de laca o bordados, no es menos que un pintor o que un escultor. Todos son reconocidos como artistas. Hay arte que es para contemplar y hay arte para ser usado”, dice Héctor Rivero Borrell, respecto a la presencia constante del arte popular en el Franz Mayer.

El entrevistado continúa con el ejemplo nipón: “La gente no duda en comprarse una taza, una taza para tomar té, que a lo mejor le cuesta una fortuna. Es una inversión, porque sabe que diariamente, cuando la use, va a estar gozando de ese objeto, igual que en el mundo occidental decimos que gozamos un cuadro”.

Rivero Borrell compara: “En México tenemos todavía mucho estas fronteras, que si el arte popular, que si el arte tal... A mí me gusta ejemplificar con algo tan común como nuestra talavera poblana. Esta cerámica, con una gran técnica, una elaboración y un cuidado, curiosamente la estamos presentando como ‘artesanía’ o como antes se le llamaba ‘arte suntuaria’. ¿Por qué inventamos estas fronteras? Cuando de verdad tenemos en México maravillosos artesanos que poseen una sabiduría de generaciones, una habilidad también de muchos años, unas manos maravillosas para crear objetos, que podrían encajar perfectamente en esta definición que mencionábamos antes, objetos con los cuales convivimos diariamente y que nos hacen más sencilla la vida, más agradable, más bella”.

“Y aquí llego a algo muy importante que vale la pena resaltar: de tantas discusiones y coincidencias con la doctora Ruth Deutsch Reiss Lechuga, ella decide heredarle al Museo Franz Mayer su colección de más de once mil piezas. No dejan de ser objetos, pero que también dialogan entre sí, que se complementan. Evidentemente hay piezas para personas de mayores recursos. Pero lo interesante es que aquí no estamos hablando, como sucedería en otro tipo de museo, de niveles sociales o socioeconómicos. No, un museo de artes decorativas y diseño lo que tiene que privilegiar precisamente es esa expresividad, ese arte, esa creatividad, esa habilidad artística de un creador, de un diseñador.”

Héctor Rivero subraya que el Franz Mayer vino a llenar un hueco en México, donde no había un museo de artes decorativas. En veinte años, triplicó su afluencia, gracias al diálogo entre sus colecciones antiguas y las exposiciones modernas: “Los museos conservamos los grandes objetos del pasado para que sirvan de ejemplo, para que no se pierda esta memoria cultural, para que los diseñadores actuales descubran necesidades que esos objetos satisfacían en otras épocas”. Uno de los logros de la institución ha sido alentar otra forma de ver los objetos cotidianos.