/ martes 7 de enero de 2020

Bazar de la Cultura | Kapuscinsci, el petróleo de Irán y la CIA

Por: Juan Amael Vizuet

El gran público estadounidense interpreta los acontecimientos mundiales a través del cristal de las agencias corporativas… y de Hollywood; los intereses geopolíticos suelen condicionar tales versiones. Esa misma visión se extiende a buena parte del orbe, México incluido. Ante la nueva crisis en el Medio Oriente, un regreso al clásico libro de Ryszard Kapuscinski, El sha o la desmesura del poder, puede esclarecer el origen del conflicto entre Washington e Irán.

Kapuscinski retoma The invisible governement (Londres, 1965), de Ross y Wise, así como Iran: la révolutionaunom de Dieu (París, 1979), de Claire Brière y Pierre Blanchet, dos grandes reportajes que documentan cómo la CIA intervino en 1953 para derrocar al primer ministro Mohammed Mossadegh.

El doctor Mossadegh, un abogado liberal electo democráticamente, nacionalizó la compañía Anglo-Iranian y tomó posesión de la importante refinería de Abadán, en el Golfo Pérsico. La política de Mossadegh pudo suscitar simpatías en México, por la memoria de la Expropiación cardenista de 1938. En Inglaterra y los Estados Unidos, la reacción fue colérica.

La prensa anglosajona pintó a Mossadegh como una amenaza. El periodista estadounidense Adam Johnson exhibió recientemente los epítetos dedicados por un famoso diario neoyorquino a Mossadegh: “nacionalista fanático y egoísta”, “salvaje fanatismo”. En contraste, la voz de aquel cotidiano —supuestamente liberal— se endulzaba con el nombre del sha.

Sesenta años después del golpe de Estado, la Ley de Libertad de Información obligó a la CIA a entregar los documentos donde constaba cómo dirigió y ejecutó el derrocamiento de Mossadegh. Tras la intervención, Reza Pahlevi devolvió los recursos petroleros a los occidentales y reprimió a los partidarios del primer ministro.

Durante el subsiguiente reinado de Reza Pahlevi, los medios occidentales proyectaron una imagen progresista del sha. Gracias al monarca reformadorse alegaba—Iránera ya un país moderno: las muchachas lucían minivestidos psicodélicos, la juventud bailaba a go-go y Teherán estrenaba centros nocturnos.

No se mencionaba la tasa de analfabetismo femenino (64%), tampoco a la brutal policía política de Reza Pahlevi, ni los despilfarros del sha; Kapuscinski recorrió una aldea donde las lugareñas quemaban desechos animales a falta de leña o carbón; el gas no era para los pobres. Las mujeres tenían acceso a las modas audaces, pero no a los estudios.

El ciudadano estadounidense desconoce a menudo tales hechos. Las agencias le pintan a los iraníes como “fanáticos fundamentalistas”, mientras películas como Argo (2012), de Ben Afflecky 300: el nacimiento de un imperio (2014), de Noam Murro,dibujan a los persas de ayer y de hoy como siniestros belicistas.

Es mera propaganda contra un pueblo que ya ha sufrido bastante.

Por: Juan Amael Vizuet

El gran público estadounidense interpreta los acontecimientos mundiales a través del cristal de las agencias corporativas… y de Hollywood; los intereses geopolíticos suelen condicionar tales versiones. Esa misma visión se extiende a buena parte del orbe, México incluido. Ante la nueva crisis en el Medio Oriente, un regreso al clásico libro de Ryszard Kapuscinski, El sha o la desmesura del poder, puede esclarecer el origen del conflicto entre Washington e Irán.

Kapuscinski retoma The invisible governement (Londres, 1965), de Ross y Wise, así como Iran: la révolutionaunom de Dieu (París, 1979), de Claire Brière y Pierre Blanchet, dos grandes reportajes que documentan cómo la CIA intervino en 1953 para derrocar al primer ministro Mohammed Mossadegh.

El doctor Mossadegh, un abogado liberal electo democráticamente, nacionalizó la compañía Anglo-Iranian y tomó posesión de la importante refinería de Abadán, en el Golfo Pérsico. La política de Mossadegh pudo suscitar simpatías en México, por la memoria de la Expropiación cardenista de 1938. En Inglaterra y los Estados Unidos, la reacción fue colérica.

La prensa anglosajona pintó a Mossadegh como una amenaza. El periodista estadounidense Adam Johnson exhibió recientemente los epítetos dedicados por un famoso diario neoyorquino a Mossadegh: “nacionalista fanático y egoísta”, “salvaje fanatismo”. En contraste, la voz de aquel cotidiano —supuestamente liberal— se endulzaba con el nombre del sha.

Sesenta años después del golpe de Estado, la Ley de Libertad de Información obligó a la CIA a entregar los documentos donde constaba cómo dirigió y ejecutó el derrocamiento de Mossadegh. Tras la intervención, Reza Pahlevi devolvió los recursos petroleros a los occidentales y reprimió a los partidarios del primer ministro.

Durante el subsiguiente reinado de Reza Pahlevi, los medios occidentales proyectaron una imagen progresista del sha. Gracias al monarca reformadorse alegaba—Iránera ya un país moderno: las muchachas lucían minivestidos psicodélicos, la juventud bailaba a go-go y Teherán estrenaba centros nocturnos.

No se mencionaba la tasa de analfabetismo femenino (64%), tampoco a la brutal policía política de Reza Pahlevi, ni los despilfarros del sha; Kapuscinski recorrió una aldea donde las lugareñas quemaban desechos animales a falta de leña o carbón; el gas no era para los pobres. Las mujeres tenían acceso a las modas audaces, pero no a los estudios.

El ciudadano estadounidense desconoce a menudo tales hechos. Las agencias le pintan a los iraníes como “fanáticos fundamentalistas”, mientras películas como Argo (2012), de Ben Afflecky 300: el nacimiento de un imperio (2014), de Noam Murro,dibujan a los persas de ayer y de hoy como siniestros belicistas.

Es mera propaganda contra un pueblo que ya ha sufrido bastante.