/ martes 19 de junio de 2018

Bazar de la Cultura | La cultura, Cenicienta de las campañas

Por: Juan Amael Vizzuett Olvera

“Solamente el espíritu puede crear al hombre” escribió Antoine de Saint Exupéry, consciente de una realidad universal: el camino a la descomposición y a la barbarie comienza cuando se priva a los pueblos de la cultura. Por ello preocupa tanto su ausencia durante los debates y las campañas electorales.

Al deporte no le fue tampoco muy bien durante estas lides políticas: candidatos, asesores, moderadores y ciudadanos se abocaron a la economía, la seguridad pública, las relaciones en crisis con la vecina potencia, el combate a la corrupción. Uno de los aspirantes incluso alardeó de su léxico menesteroso, falsamente popular.

Se discutió, a toda prisa, la educación pública, sin entender su relación indisoluble con la política cultural de toda nación sólida.

La política cultural abarca las artes y los medios de comunicación públicos, (BBC, de Londres, Radio Francia Internacional); las actividades artísticas en la instrucción media básica, el fomento a las vocaciones, el impulso a los recintos para la creación, las obras plásticas para los espacios comunitarios, las ilustraciones para los libros de texto, otrora encomendadas a Gedovius, Zalce, Anguiano, Montenegro, González Camarena, Carrington, Cuevas, Costa, Siqueiros, Gerzso, Goeritz, von Gunten, Laville, Nishizawa…

Luego, algún genio resolvió desterrar al arte de los nuevos libros: los relatos y poemas clásicos (Tagore, Capdevilla, Wilde, Espronceda), “inaccesibles para las y los educandos y educandas” se erradicaron; se les substituyó por narraciones indigentes “accesibles para todas y todos”.

El Canal 11 de televisión, admirable con todas sus pobrezas, proclamaba orgullosamente su lema “la primera emisora educativa y cultural de América Latina”; cierto día, una directora clarividente declaró con voz mandona: “El Once no es un canal cultural, es un canal de servicio” y lo envió al patio trasero; más tarde, otro jefe brillante convirtió a la emisora del Politécnico en plataforma para sus telenovelas, previa liquidación de Matiné del Once, Cine en la tarde y Filmoteca del Once.

El desaparecido Conaculta nació con el objetivo principal de curar a la intelectualidad de sus veleidades opositoras mediante pródigas “becas”. Aun así, contaba con un organismo valioso: “Alas y raíces a los niños”, organizador de actividades artísticas gratuitas en todos los rumbos capitalinos: el Teatro del Pueblo, la Segunda Sección de Chapultepec, la Unidad Tlatelolco… Mas, un nuevo sexenio dejó sin alimento a las alas y sin riego a las raíces.

El Centenario de la Revolución se miró como una “oportunidad de negocios”, no se reeditó a Nellie Campobello, Mauricio Magdaleno ni a Francisco L. Urquizo, pero se erigió la “Estela de luz”.

¿Qué proponen los candidatos respecto a la cultura? Al parecer, a nadie le ha parecido necesario preguntarles.

Por: Juan Amael Vizzuett Olvera

“Solamente el espíritu puede crear al hombre” escribió Antoine de Saint Exupéry, consciente de una realidad universal: el camino a la descomposición y a la barbarie comienza cuando se priva a los pueblos de la cultura. Por ello preocupa tanto su ausencia durante los debates y las campañas electorales.

Al deporte no le fue tampoco muy bien durante estas lides políticas: candidatos, asesores, moderadores y ciudadanos se abocaron a la economía, la seguridad pública, las relaciones en crisis con la vecina potencia, el combate a la corrupción. Uno de los aspirantes incluso alardeó de su léxico menesteroso, falsamente popular.

Se discutió, a toda prisa, la educación pública, sin entender su relación indisoluble con la política cultural de toda nación sólida.

La política cultural abarca las artes y los medios de comunicación públicos, (BBC, de Londres, Radio Francia Internacional); las actividades artísticas en la instrucción media básica, el fomento a las vocaciones, el impulso a los recintos para la creación, las obras plásticas para los espacios comunitarios, las ilustraciones para los libros de texto, otrora encomendadas a Gedovius, Zalce, Anguiano, Montenegro, González Camarena, Carrington, Cuevas, Costa, Siqueiros, Gerzso, Goeritz, von Gunten, Laville, Nishizawa…

Luego, algún genio resolvió desterrar al arte de los nuevos libros: los relatos y poemas clásicos (Tagore, Capdevilla, Wilde, Espronceda), “inaccesibles para las y los educandos y educandas” se erradicaron; se les substituyó por narraciones indigentes “accesibles para todas y todos”.

El Canal 11 de televisión, admirable con todas sus pobrezas, proclamaba orgullosamente su lema “la primera emisora educativa y cultural de América Latina”; cierto día, una directora clarividente declaró con voz mandona: “El Once no es un canal cultural, es un canal de servicio” y lo envió al patio trasero; más tarde, otro jefe brillante convirtió a la emisora del Politécnico en plataforma para sus telenovelas, previa liquidación de Matiné del Once, Cine en la tarde y Filmoteca del Once.

El desaparecido Conaculta nació con el objetivo principal de curar a la intelectualidad de sus veleidades opositoras mediante pródigas “becas”. Aun así, contaba con un organismo valioso: “Alas y raíces a los niños”, organizador de actividades artísticas gratuitas en todos los rumbos capitalinos: el Teatro del Pueblo, la Segunda Sección de Chapultepec, la Unidad Tlatelolco… Mas, un nuevo sexenio dejó sin alimento a las alas y sin riego a las raíces.

El Centenario de la Revolución se miró como una “oportunidad de negocios”, no se reeditó a Nellie Campobello, Mauricio Magdaleno ni a Francisco L. Urquizo, pero se erigió la “Estela de luz”.

¿Qué proponen los candidatos respecto a la cultura? Al parecer, a nadie le ha parecido necesario preguntarles.