/ martes 31 de marzo de 2020

Bazar de la Cultura | Lecturas para una infancia en receso

Por: Juan Amael Vizzuett

En otros tiempos, los libros de texto para la escuela primaria como Iris, del profesor Atenógenes Pérez y Soto, o el célebre Rosas de infancia, de la escritora María Enriqueta, contenían narraciones y poemas de tal nivel que expresaban el respeto de los compiladores por la lucidez infantil.

Autores como Arturo Capdevila, Alejandro Dumas, Anatole France, Rabindranath Tagore y José de Espronceda iniciaban a la niñez en la lectura genuina, entre ilustraciones modernistas de Antonio Gedovius.

A los actuales estudiantes de licenciatura les azora saber que La lámpara de Aladino, de Capdevila, se leía en el quinto grado del nivel elemental, hace 100 años.

El relato retoma al personaje de Las mil y una noches ya en su agonía, cuando cobra conciencia de su egoísmo imperdonable: “¿Cuándo pensó seriamente en el dolor hermano? En vez de exigir de los genios la tarea de caridad, les impuso mezquinos menesteres.”

La canción del pirata, de José de Espronceda, aún hoy ofrecería una aventurera iniciación en la poesía para la infancia: “Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín; bajel pirata que llaman, por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín".

María Enriqueta rechazaba la premisa, hoy dominante, de darles a los niños lecturas compuestas especialmente para ellos. En Rosas de infancia, citaba la opinión de Anatole France: “Los pequeños están ya poseídos de la curiosidad que hace a los sabios y a los poetas. Quieren que se les revele el universo, el místico universo. El autor que los obliga a replegarse sobre sí mismos, reteniéndoles en la contemplación de su propio infantilismo, los fastidia cruelmente.

Ni Capdevila ni Espronceda escribieron las obras citadas “para la niñez”, pero ésta es incluso más capaz de apreciarlas que muchos adultos.

En la actual etapa de reclusión sanitaria y obligado distanciamiento físico, la niñez se ve abrumada por el hastío. Para otras generaciones infantiles, la lectura fue una máquina del tiempo y un vehículo para la aventura.

Hoy, obras como las de Capdevila y Espronceda se pueden leer en línea; es posible incluso formar una antología e imprimirla para solaz de la gente menuda, por ahora enclaustrada dentro del hogar. Chicos y grandes pueden compartir las lecturas, a veces en voz alta, con la entonación requerida por el personaje o la narración.

La lectura puede convertirse en una parte indispensable de la vida, los libros en compañía natural y sus autores en amigos.

Un estudio realizado con jóvenes estudiantes en Valparaíso, Chile, comprobó sus graves deficiencias en la comprensión de lectura.

Es un problema mundial. Tal vez la reflexión de Anatole France ofrezca una oportunidad de expansión para la infancia actualmente recluida por su propio bien.

Por: Juan Amael Vizzuett

En otros tiempos, los libros de texto para la escuela primaria como Iris, del profesor Atenógenes Pérez y Soto, o el célebre Rosas de infancia, de la escritora María Enriqueta, contenían narraciones y poemas de tal nivel que expresaban el respeto de los compiladores por la lucidez infantil.

Autores como Arturo Capdevila, Alejandro Dumas, Anatole France, Rabindranath Tagore y José de Espronceda iniciaban a la niñez en la lectura genuina, entre ilustraciones modernistas de Antonio Gedovius.

A los actuales estudiantes de licenciatura les azora saber que La lámpara de Aladino, de Capdevila, se leía en el quinto grado del nivel elemental, hace 100 años.

El relato retoma al personaje de Las mil y una noches ya en su agonía, cuando cobra conciencia de su egoísmo imperdonable: “¿Cuándo pensó seriamente en el dolor hermano? En vez de exigir de los genios la tarea de caridad, les impuso mezquinos menesteres.”

La canción del pirata, de José de Espronceda, aún hoy ofrecería una aventurera iniciación en la poesía para la infancia: “Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín; bajel pirata que llaman, por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín".

María Enriqueta rechazaba la premisa, hoy dominante, de darles a los niños lecturas compuestas especialmente para ellos. En Rosas de infancia, citaba la opinión de Anatole France: “Los pequeños están ya poseídos de la curiosidad que hace a los sabios y a los poetas. Quieren que se les revele el universo, el místico universo. El autor que los obliga a replegarse sobre sí mismos, reteniéndoles en la contemplación de su propio infantilismo, los fastidia cruelmente.

Ni Capdevila ni Espronceda escribieron las obras citadas “para la niñez”, pero ésta es incluso más capaz de apreciarlas que muchos adultos.

En la actual etapa de reclusión sanitaria y obligado distanciamiento físico, la niñez se ve abrumada por el hastío. Para otras generaciones infantiles, la lectura fue una máquina del tiempo y un vehículo para la aventura.

Hoy, obras como las de Capdevila y Espronceda se pueden leer en línea; es posible incluso formar una antología e imprimirla para solaz de la gente menuda, por ahora enclaustrada dentro del hogar. Chicos y grandes pueden compartir las lecturas, a veces en voz alta, con la entonación requerida por el personaje o la narración.

La lectura puede convertirse en una parte indispensable de la vida, los libros en compañía natural y sus autores en amigos.

Un estudio realizado con jóvenes estudiantes en Valparaíso, Chile, comprobó sus graves deficiencias en la comprensión de lectura.

Es un problema mundial. Tal vez la reflexión de Anatole France ofrezca una oportunidad de expansión para la infancia actualmente recluida por su propio bien.