/ lunes 21 de septiembre de 2020

Bazar de la Cultura | Los sismos y el patrimonio cultural

El patrimonio cultural de todo el mundo tiene un enemigo natural en la intemperie y en transcurso de las décadas. En La Habana un enemigo constante es el mar; en muchas ciudades mexicanas, entre ellas la capital, los sismos representan una amenaza impredecible pero siempre al acecho. Los terremotos de 1985 sentenciaron los murales de Carlos Mérida en el Multifamiliar Juárez.

Los temblores del 19 y 20 de septiembre de 1985 le dieron la puntilla a la ya agonizante estación de San Lázaro, erigida en el siglo XIX como terminal del Ferrocarril Interoceánico. El Club Amigos del Ferrocarril A. C. trató de convencer a las autoridades de rescatarla para que la terminal de estilo campestre inglés alojase un Museo de los Ferrocarriles. Pero entre 1976 y 1982 estaba en pleno auge el proyecto de los ejes viales y la estación se interponía en el plan.

Un oportuno incendio redujo a ruinas San Lázaro, el eje vial atravesó sus patios y ya nadie pensó en salvar el edificio. Los terremotos aniquilaron sus restos. Hoy solamente queda la centenaria reja de hierro en el multifamiliar de interés social edificado en el sitio donde estuvo la terminal. Es su último vestigio.

Los murales del Centro Nacional de la Secretaría de comunicaciones y Obras Públicas lograron salvarse tras los sismos de 1985. Juan O’Gorman y José Chávez Morado no habían aplicado ninguna pintura, pues no existe procedimiento capaz de resistir a la intemperie indefinidamente.

Los artistas siguieron la misma técnica probada en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria: mosaicos de piedras multicolores colocadas una por una para formar los diseños. Para ello fue indispensable una cuidadosa selección de los minerales. Tal como lo planearon los muralistas, sus obras resistieron la acción de la lluvia y los rayos solares.

Pero el sismo de 2017 dañó nuevamente el conjunto arquitectónico. Desde entonces, el destino de los murales es incierto: se habló de trasladarlos al nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Ya nunca se construirá esa terminal y los vecinos se preguntan si los privarán de las obras de arte que durante décadas enriquecieron su entorno urbano.

Porque el patrimonio cultural tiene otro gran enemigo: la especulación urbana. La antigua Octava Delegación de Policía, en Obrero Mundial y Cuauhtémoc, estaba catalogada como inmueble con valor artístico, pero el gobierno de Miguel Ángel Mancera permitió su demolición total. Sus voceros alegaron que nunca se enteraron de que el inmueble tuviera valor cultural.

Los “desarrolladores” no se detienen ante nada. Se acostumbraron a actuar con impunidad y atenerse a los hechos consumados. A ellos no les importa si una casa es art déco, funcionalista o colonial. Pero, a diferencia de los sismos, a estos especuladores se les puede y se les debe contener.



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El patrimonio cultural de todo el mundo tiene un enemigo natural en la intemperie y en transcurso de las décadas. En La Habana un enemigo constante es el mar; en muchas ciudades mexicanas, entre ellas la capital, los sismos representan una amenaza impredecible pero siempre al acecho. Los terremotos de 1985 sentenciaron los murales de Carlos Mérida en el Multifamiliar Juárez.

Los temblores del 19 y 20 de septiembre de 1985 le dieron la puntilla a la ya agonizante estación de San Lázaro, erigida en el siglo XIX como terminal del Ferrocarril Interoceánico. El Club Amigos del Ferrocarril A. C. trató de convencer a las autoridades de rescatarla para que la terminal de estilo campestre inglés alojase un Museo de los Ferrocarriles. Pero entre 1976 y 1982 estaba en pleno auge el proyecto de los ejes viales y la estación se interponía en el plan.

Un oportuno incendio redujo a ruinas San Lázaro, el eje vial atravesó sus patios y ya nadie pensó en salvar el edificio. Los terremotos aniquilaron sus restos. Hoy solamente queda la centenaria reja de hierro en el multifamiliar de interés social edificado en el sitio donde estuvo la terminal. Es su último vestigio.

Los murales del Centro Nacional de la Secretaría de comunicaciones y Obras Públicas lograron salvarse tras los sismos de 1985. Juan O’Gorman y José Chávez Morado no habían aplicado ninguna pintura, pues no existe procedimiento capaz de resistir a la intemperie indefinidamente.

Los artistas siguieron la misma técnica probada en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria: mosaicos de piedras multicolores colocadas una por una para formar los diseños. Para ello fue indispensable una cuidadosa selección de los minerales. Tal como lo planearon los muralistas, sus obras resistieron la acción de la lluvia y los rayos solares.

Pero el sismo de 2017 dañó nuevamente el conjunto arquitectónico. Desde entonces, el destino de los murales es incierto: se habló de trasladarlos al nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Ya nunca se construirá esa terminal y los vecinos se preguntan si los privarán de las obras de arte que durante décadas enriquecieron su entorno urbano.

Porque el patrimonio cultural tiene otro gran enemigo: la especulación urbana. La antigua Octava Delegación de Policía, en Obrero Mundial y Cuauhtémoc, estaba catalogada como inmueble con valor artístico, pero el gobierno de Miguel Ángel Mancera permitió su demolición total. Sus voceros alegaron que nunca se enteraron de que el inmueble tuviera valor cultural.

Los “desarrolladores” no se detienen ante nada. Se acostumbraron a actuar con impunidad y atenerse a los hechos consumados. A ellos no les importa si una casa es art déco, funcionalista o colonial. Pero, a diferencia de los sismos, a estos especuladores se les puede y se les debe contener.



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