/ martes 9 de julio de 2019

Bazar de la Cultura | Ópera prima Limonada, la otra inmigración

Por: Juan Amael Vizuet

Cuando los primeros inmigrantes ingleses llegaron a Norteamérica, en el siglo XVII, nadie les exigió pasaportes ni visas. Carta de residencia tampoco. Las tribus del Nuevo Mundo ayudaron sin reservas a los recién llegados. Gracias a esa generosidad, los llamados Padres Peregrinos sobrevivieron.

Los inmigrantes del siglo XXI no encuentran ya nativos hospitalarios. A veces descubren una completa xenofobia latente o abierta, con todos los peligros a ella asociados.

La enfermera Mara (Malina Manovici) cobra conciencia de su condición golpe a golpe en la ópera prima de Ioana Uricaru, Limonada. Un sueño agridulce (Rumania, 2018), proyectada durante el 39o Foro Internacional de la Cineteca, del 4 al 9 de julio.

En México, las noticias sobre la emigración a Estados Unidos se abocan a los paisanos y a los aspirantes que provienen de Centroamérica, las Antillas o el África. Se olvida a quienes llegan de la Europa Oriental, espoleados por la ruina en la economía y la calidad de vida desde la caída de sus viejos sistemas.

En el país natal de Mara, el porcentaje de la población pobre se catapultó del seis al 59 por ciento. La joven se decide a emigrar a EU y a solicitar su residencia porque en Rumania no hay futuro alguno para su pequeño hijo Dragos (Milan Hurduc).

Conocemos a Mara cuando su adaptación a las reglas estadounidenses progresa sin contratiempos. En apariencia. Su matrimonio civil con Daniel (Dylan ScottSmith) le abre la puerta para llevar a buen término el trámite de residencia; la venta de su departamento en Bucarest le proporciona un respaldo financiero y Dragos resulta un alumno brillante, a quien la escuela recibe como un prospecto prometedor.

Mas el mito fundacional, “una nueva tierra prometida para crear un piadoso país de justicia y libertad” encierra múltiples contradicciones: un inmigrante es la presa potencial de todos los abusos de poder. Si se trata de una mujer joven, los peligros se acrecientan.

“¿Es un apellido árabe?” le pregunta un policía a Mara cuando ella da su nombre completo. “Todos quieren emigrar a EU porque es un gran país y muchos se aprovechan sin dar nada a cambio”, pontifica el funcionario migratorio.

Éstos y muchos otros agravios deliberados o involuntarios son el pan cotidiano de Mara; sin embargo, le esperan situaciones mucho más amargas, de ahí el título de la cinta.

Uno de los logros de la película es el nivel de las actuaciones; el guion consigue momentos muy tensos a partir de los diálogos entre quien ejerce el poder y quien lo padece.

Uricaru se basó en sus propias experiencias y en múltiples entrevistas con migrantes de su país. La identificación con Mara es natural.

Por algunos momentos, esta cinta puede recordar los sinsabores de Rafael Améndola Campusano (David Silva) en Espaldas mojadas (México, 1955), de Alejandro Galindo.

Por: Juan Amael Vizuet

Cuando los primeros inmigrantes ingleses llegaron a Norteamérica, en el siglo XVII, nadie les exigió pasaportes ni visas. Carta de residencia tampoco. Las tribus del Nuevo Mundo ayudaron sin reservas a los recién llegados. Gracias a esa generosidad, los llamados Padres Peregrinos sobrevivieron.

Los inmigrantes del siglo XXI no encuentran ya nativos hospitalarios. A veces descubren una completa xenofobia latente o abierta, con todos los peligros a ella asociados.

La enfermera Mara (Malina Manovici) cobra conciencia de su condición golpe a golpe en la ópera prima de Ioana Uricaru, Limonada. Un sueño agridulce (Rumania, 2018), proyectada durante el 39o Foro Internacional de la Cineteca, del 4 al 9 de julio.

En México, las noticias sobre la emigración a Estados Unidos se abocan a los paisanos y a los aspirantes que provienen de Centroamérica, las Antillas o el África. Se olvida a quienes llegan de la Europa Oriental, espoleados por la ruina en la economía y la calidad de vida desde la caída de sus viejos sistemas.

En el país natal de Mara, el porcentaje de la población pobre se catapultó del seis al 59 por ciento. La joven se decide a emigrar a EU y a solicitar su residencia porque en Rumania no hay futuro alguno para su pequeño hijo Dragos (Milan Hurduc).

Conocemos a Mara cuando su adaptación a las reglas estadounidenses progresa sin contratiempos. En apariencia. Su matrimonio civil con Daniel (Dylan ScottSmith) le abre la puerta para llevar a buen término el trámite de residencia; la venta de su departamento en Bucarest le proporciona un respaldo financiero y Dragos resulta un alumno brillante, a quien la escuela recibe como un prospecto prometedor.

Mas el mito fundacional, “una nueva tierra prometida para crear un piadoso país de justicia y libertad” encierra múltiples contradicciones: un inmigrante es la presa potencial de todos los abusos de poder. Si se trata de una mujer joven, los peligros se acrecientan.

“¿Es un apellido árabe?” le pregunta un policía a Mara cuando ella da su nombre completo. “Todos quieren emigrar a EU porque es un gran país y muchos se aprovechan sin dar nada a cambio”, pontifica el funcionario migratorio.

Éstos y muchos otros agravios deliberados o involuntarios son el pan cotidiano de Mara; sin embargo, le esperan situaciones mucho más amargas, de ahí el título de la cinta.

Uno de los logros de la película es el nivel de las actuaciones; el guion consigue momentos muy tensos a partir de los diálogos entre quien ejerce el poder y quien lo padece.

Uricaru se basó en sus propias experiencias y en múltiples entrevistas con migrantes de su país. La identificación con Mara es natural.

Por algunos momentos, esta cinta puede recordar los sinsabores de Rafael Améndola Campusano (David Silva) en Espaldas mojadas (México, 1955), de Alejandro Galindo.