/ martes 24 de marzo de 2020

Bazar de la Cultura | ¿Se salvará el mural sentenciado?

Por: Juan Amael Vizzuett Olvera


“¿En dónde está?” preguntó la titular del gobierno capitalino, doctora Claudia Sheinbaum, cuando le informamos respecto al abandonado mural Los ferrocarrileros, de Francisco Eppens Helguera, en el ruinoso centro deportivo, otrora motivo de orgullo para el gremio del riel. Los mosaicos se desprenden uno a uno desde hace décadas y la imagen se desvanece. “Lo salvamos” respondió la mandataria.

El breve diálogo se desarrolló durante la reciente inauguración de la Avenida Ceylán, en la colonia Ferrería, de Azcapotzalco. La gobernante capitalina presidió el acto en la calle Colombo y aprovechamos para hablarle sobre la obra plástica, uno de los últimos ejemplos del movimiento muralista.

Los trabajos en Ceylán incluyeron una innovación urbanística: murales a lo largo de la arteria, sobre las bardas que limitan una unidad habitacional, el tren suburbano y algunas instalaciones industriales. Previamente el personal de overol había eliminado las pintas vandálicas; luego, con la técnica del aerosol, surgieron las imágenes figurativas.

Gacelas, elefantes, aves, tortugas marinas, delfines, motivos vegetales, inmensos rostros humanos. De inmediato se experimentó un cambio radical en el entorno. Dejó de inspirar las sensaciones de deterioro, abandono, agravio, amenaza y decadencia asociadas al vandalismo.

Los trayectos cotidianos, a pie, en bicicleta, en transporte público, en coche particular, se volvieron más gratos para todos. Porque el pavimento sólido, la iluminación eficaz y la flora de ornato no bastan. Se necesita el arte, el arte público.

Lo escribió Tolstoi: “Si no tuviéramos la capacidad de conmovernos con los sentimientos ajenos por medio del arte, seríamos más salvajes aún, estaríamos separados uno de otro, nos mostraríamos hostiles a nuestros semejantes. De ahí resulta que el arte es un asunto de los más importante, tan importante como el mismo lenguaje.”

Este principio se conoce desde la antigüedad. Siempre existió el arte público en las diferentes civilizaciones; el movimiento mural mexicano retomó la tradición, pero con la gente común como uno de los grandes protagonistas de sus obras.

Los nuevos murales en Ceylán sufrirán el embate de la intemperie; sus materiales modernos resistirán por un tiempo, no para siempre. Un antílope veloz ya sufrió el primer flechazo vandálico.

Eppens Helguera resolvió su mural en mosaicos para volverlo casi inmune a los elementos; el pórtico modernista aseguró una protección casi perfecta. Hasta que la privatización de los ferrocarriles sentenció al deportivo que durante generaciones había elevado la calidad de vida del gremio y enriquecido la avenida.

Hoy la maleza oculta el mural mientras el deportivo se desmorona. El INBA sólo cubrió la pieza… ¿Salvará finalmente el gobierno capitalino esta obra de arte?

Por: Juan Amael Vizzuett Olvera


“¿En dónde está?” preguntó la titular del gobierno capitalino, doctora Claudia Sheinbaum, cuando le informamos respecto al abandonado mural Los ferrocarrileros, de Francisco Eppens Helguera, en el ruinoso centro deportivo, otrora motivo de orgullo para el gremio del riel. Los mosaicos se desprenden uno a uno desde hace décadas y la imagen se desvanece. “Lo salvamos” respondió la mandataria.

El breve diálogo se desarrolló durante la reciente inauguración de la Avenida Ceylán, en la colonia Ferrería, de Azcapotzalco. La gobernante capitalina presidió el acto en la calle Colombo y aprovechamos para hablarle sobre la obra plástica, uno de los últimos ejemplos del movimiento muralista.

Los trabajos en Ceylán incluyeron una innovación urbanística: murales a lo largo de la arteria, sobre las bardas que limitan una unidad habitacional, el tren suburbano y algunas instalaciones industriales. Previamente el personal de overol había eliminado las pintas vandálicas; luego, con la técnica del aerosol, surgieron las imágenes figurativas.

Gacelas, elefantes, aves, tortugas marinas, delfines, motivos vegetales, inmensos rostros humanos. De inmediato se experimentó un cambio radical en el entorno. Dejó de inspirar las sensaciones de deterioro, abandono, agravio, amenaza y decadencia asociadas al vandalismo.

Los trayectos cotidianos, a pie, en bicicleta, en transporte público, en coche particular, se volvieron más gratos para todos. Porque el pavimento sólido, la iluminación eficaz y la flora de ornato no bastan. Se necesita el arte, el arte público.

Lo escribió Tolstoi: “Si no tuviéramos la capacidad de conmovernos con los sentimientos ajenos por medio del arte, seríamos más salvajes aún, estaríamos separados uno de otro, nos mostraríamos hostiles a nuestros semejantes. De ahí resulta que el arte es un asunto de los más importante, tan importante como el mismo lenguaje.”

Este principio se conoce desde la antigüedad. Siempre existió el arte público en las diferentes civilizaciones; el movimiento mural mexicano retomó la tradición, pero con la gente común como uno de los grandes protagonistas de sus obras.

Los nuevos murales en Ceylán sufrirán el embate de la intemperie; sus materiales modernos resistirán por un tiempo, no para siempre. Un antílope veloz ya sufrió el primer flechazo vandálico.

Eppens Helguera resolvió su mural en mosaicos para volverlo casi inmune a los elementos; el pórtico modernista aseguró una protección casi perfecta. Hasta que la privatización de los ferrocarriles sentenció al deportivo que durante generaciones había elevado la calidad de vida del gremio y enriquecido la avenida.

Hoy la maleza oculta el mural mientras el deportivo se desmorona. El INBA sólo cubrió la pieza… ¿Salvará finalmente el gobierno capitalino esta obra de arte?