/ martes 22 de enero de 2019

Bazar de la Cultura | Sin dejar huella: no cuenten el final

La narrativa policial en el cine y la novela es un vehículo para explorar la complejidad humana cuando llega a situaciones extremas. Sin dejar huella (Francia, 2018), de Erick Zonca, sigue la tradición del género en el contexto contemporáneo.

Si bien los hechos acaecen en París, reflejan una realidad universal. Sin dejar huella se estrenará el viernes 25 de enero en las salas capitalinas. La clave en la intriga es mantener inaccesible la solución del caso.

El estilo francófono es muy riguroso en este aspecto. Los lectores del autor belga Georges Simenon, por ejemplo, van de novela en novela como detectives aficionados, sin conseguir adelantársele al inspector Maigret en su labor de desentrañar los misterios y descubrir al culpable.

Zonca logra lo propio en Sin dejar huella. El comandante François Visconti (Vincent Cassel) investiga la desaparición del adolescente Dany Arnault. No hay pistas. Visconti debe indagar una ruta nunca imaginada por los clásicos: ¿acaso adoctrinó y reclutó alguna organización terrorista al joven vía internet?

Mientras acomete las pesquisas, el comandante debe arrostrar sus propios conflictos: el alcoholismo, los malos pasos de su hijo, la confrontación con sus superiores.

La familia Arnault es igualmente un hervidero de secretos. La madre del joven extraviado (Sandrine Kiberlain) parece haberse sumergido en un estado de trance, mientras el profesor de Dany, Yan Bellaile (Romain Duris) se muestra sospechosamente ansioso de ayudar en la investigación.

El proceso saca a la luz los pecados de cada personaje. Bellaile es un erudito en literatura, pero ello no lo vuelve más sabio, recto ni lúcido. Tampoco más sano ni más feliz que el común de los mortales. El conocimiento en sí mismo no es necesariamente liberador.

La tensión dramática, el suspenso y el misterio son los ejes de la cinta. El cine europeo y en particular el francés, tienden a contener la violencia física, a diferencia de otras industrias fílmicas.

No hay una mitificación del delincuente, a la manera de las series sobre traficantes seductores y ostentosos: los criminales son seres lamentables. Siempre destruyen, siempre se destruyen.

Vincent Cassel es uno de los mejores intérpretes del mundo; su colaboración con Duris y Sandrine Kiberlain es toda una cátedra de actuación, contenida la mayor parte del tiempo, estrujante en los instantes claves. En cuanto a Kiberlain, es una de las actrices más respetadas de Europa.

Aún se recuerda su impresionante papel en Mujer en venta (Francia, 1998), de Laetitia Masson. El mundo saludó entonces a una nueva figura.

No adelantemos más acerca de Sin dejar huella. No se debe sabotear el suspenso ni la intriga. Sólo resta recomendarla sin reservas y sugerirles a quienes ya la vieron durante el Tour del Cine Francés: “No cuenten el final”.

La narrativa policial en el cine y la novela es un vehículo para explorar la complejidad humana cuando llega a situaciones extremas. Sin dejar huella (Francia, 2018), de Erick Zonca, sigue la tradición del género en el contexto contemporáneo.

Si bien los hechos acaecen en París, reflejan una realidad universal. Sin dejar huella se estrenará el viernes 25 de enero en las salas capitalinas. La clave en la intriga es mantener inaccesible la solución del caso.

El estilo francófono es muy riguroso en este aspecto. Los lectores del autor belga Georges Simenon, por ejemplo, van de novela en novela como detectives aficionados, sin conseguir adelantársele al inspector Maigret en su labor de desentrañar los misterios y descubrir al culpable.

Zonca logra lo propio en Sin dejar huella. El comandante François Visconti (Vincent Cassel) investiga la desaparición del adolescente Dany Arnault. No hay pistas. Visconti debe indagar una ruta nunca imaginada por los clásicos: ¿acaso adoctrinó y reclutó alguna organización terrorista al joven vía internet?

Mientras acomete las pesquisas, el comandante debe arrostrar sus propios conflictos: el alcoholismo, los malos pasos de su hijo, la confrontación con sus superiores.

La familia Arnault es igualmente un hervidero de secretos. La madre del joven extraviado (Sandrine Kiberlain) parece haberse sumergido en un estado de trance, mientras el profesor de Dany, Yan Bellaile (Romain Duris) se muestra sospechosamente ansioso de ayudar en la investigación.

El proceso saca a la luz los pecados de cada personaje. Bellaile es un erudito en literatura, pero ello no lo vuelve más sabio, recto ni lúcido. Tampoco más sano ni más feliz que el común de los mortales. El conocimiento en sí mismo no es necesariamente liberador.

La tensión dramática, el suspenso y el misterio son los ejes de la cinta. El cine europeo y en particular el francés, tienden a contener la violencia física, a diferencia de otras industrias fílmicas.

No hay una mitificación del delincuente, a la manera de las series sobre traficantes seductores y ostentosos: los criminales son seres lamentables. Siempre destruyen, siempre se destruyen.

Vincent Cassel es uno de los mejores intérpretes del mundo; su colaboración con Duris y Sandrine Kiberlain es toda una cátedra de actuación, contenida la mayor parte del tiempo, estrujante en los instantes claves. En cuanto a Kiberlain, es una de las actrices más respetadas de Europa.

Aún se recuerda su impresionante papel en Mujer en venta (Francia, 1998), de Laetitia Masson. El mundo saludó entonces a una nueva figura.

No adelantemos más acerca de Sin dejar huella. No se debe sabotear el suspenso ni la intriga. Sólo resta recomendarla sin reservas y sugerirles a quienes ya la vieron durante el Tour del Cine Francés: “No cuenten el final”.