/ martes 1 de octubre de 2019

Bazar de la Cultura | Un encuentro con Yvonne Domenge

Por: Juan Amael Vizuet

En su mayoría, los mejores monumentos públicos mexicanos de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI han sidoaquellosinscritos en los movimientos modernos. Sus creadores se alejaron de lo figurativo para expresarse a través de la armonía de líneas sintéticas y el dinamismo de los volúmenes. Precisamente así eran las piezas de Yvonne Domenge.

En el documental dedicado a ella por el Museo de Arte Moderno, la creadora asevera: “Mi escultura se basa en una expresión espiritual de la realidad”. Era cierto; en sus obras se recreaba todo lo existente en la naturaleza: una galaxia, un arrecife coralino, un microorganismo.

Domenge fue una artista moderna en el mejor de los sentidos; era una de las mayores representantes internacionales de la vertiente surgida con las vanguardias europeas, como De Stijl(“El Estilo”) y la Bauhaus (“Casa de la construcción”).

Los vanguardistas coexistieron con la estilización figurativa hoy denominada art déco; pero mientras en el art déco las formas se reconocen al instante, en las creaciones no figurativas tales formas quedan ausentes.

Para crear un monumento a Bach en 1928, Henri Nouveau no modeló la efigie del gran compositor: a través de una secuencia delíneasangularesrepresentó en tres dimensiones la gráfica sonora de los compases 52 al 53 de Fuga en mi bemol menor. La armonía musical se convirtió en una escultura también armoniosa.

Yvonne Domenge expresaba las armonías del cosmos y de los reinos naturales mediante sus creaciones aparentemente abstractas. En realidad, cada obra de la artista capitalina era simbolista, pero en forma contemporánea: en vez de las alegorías figurativas de otras épocas, Domenge manifestaba las relaciones funcionales entre los elementos dinámicos del universo.

Este reportero tuvo la fortuna de sostener una larga entrevista con Yvonne Domenge en el estudio de la artista, en Tizapán, San Ángel, gracias a la mediación de un buen amigo.

En la biblioteca de la escultora figuraban varias obras de Julio Verne. No era sorprendente: así como el novelista se basaba en la ciencia para imaginar sus Viajes extraordinarios, Domenge construía sus esculturas a partir de un estudio riguroso de la geometría espacial, del orden matemático presente en las formas naturales.

Desde luego, también el arte figurativo exige el dominio de la geometría, como lo muestra la perspectiva central en La Última Cena de Leonardo da Vinci.

Domenge se granjeaba simpatías por la sencillez en su trato: su obra había recorrido el mundo, era una de las artistas más respetadas del orbe. Mas siempre expresaba su gratitud hacia los maestros de diversos oficios, como la herrería y la ebanistería.

Su desaparición nos priva de una creadora que dedicó su vida a otorgarle grandeza e identidad a los espacios públicos.

Por: Juan Amael Vizuet

En su mayoría, los mejores monumentos públicos mexicanos de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI han sidoaquellosinscritos en los movimientos modernos. Sus creadores se alejaron de lo figurativo para expresarse a través de la armonía de líneas sintéticas y el dinamismo de los volúmenes. Precisamente así eran las piezas de Yvonne Domenge.

En el documental dedicado a ella por el Museo de Arte Moderno, la creadora asevera: “Mi escultura se basa en una expresión espiritual de la realidad”. Era cierto; en sus obras se recreaba todo lo existente en la naturaleza: una galaxia, un arrecife coralino, un microorganismo.

Domenge fue una artista moderna en el mejor de los sentidos; era una de las mayores representantes internacionales de la vertiente surgida con las vanguardias europeas, como De Stijl(“El Estilo”) y la Bauhaus (“Casa de la construcción”).

Los vanguardistas coexistieron con la estilización figurativa hoy denominada art déco; pero mientras en el art déco las formas se reconocen al instante, en las creaciones no figurativas tales formas quedan ausentes.

Para crear un monumento a Bach en 1928, Henri Nouveau no modeló la efigie del gran compositor: a través de una secuencia delíneasangularesrepresentó en tres dimensiones la gráfica sonora de los compases 52 al 53 de Fuga en mi bemol menor. La armonía musical se convirtió en una escultura también armoniosa.

Yvonne Domenge expresaba las armonías del cosmos y de los reinos naturales mediante sus creaciones aparentemente abstractas. En realidad, cada obra de la artista capitalina era simbolista, pero en forma contemporánea: en vez de las alegorías figurativas de otras épocas, Domenge manifestaba las relaciones funcionales entre los elementos dinámicos del universo.

Este reportero tuvo la fortuna de sostener una larga entrevista con Yvonne Domenge en el estudio de la artista, en Tizapán, San Ángel, gracias a la mediación de un buen amigo.

En la biblioteca de la escultora figuraban varias obras de Julio Verne. No era sorprendente: así como el novelista se basaba en la ciencia para imaginar sus Viajes extraordinarios, Domenge construía sus esculturas a partir de un estudio riguroso de la geometría espacial, del orden matemático presente en las formas naturales.

Desde luego, también el arte figurativo exige el dominio de la geometría, como lo muestra la perspectiva central en La Última Cena de Leonardo da Vinci.

Domenge se granjeaba simpatías por la sencillez en su trato: su obra había recorrido el mundo, era una de las artistas más respetadas del orbe. Mas siempre expresaba su gratitud hacia los maestros de diversos oficios, como la herrería y la ebanistería.

Su desaparición nos priva de una creadora que dedicó su vida a otorgarle grandeza e identidad a los espacios públicos.