/ lunes 29 de junio de 2020

Bazar de la Cultura | ¿Y si se cancela el proyecto Chapultepec?

Por: Juan Amael Vizzuett

La decisión más sensata en este periodo de crisis sanitaria mundial sería cancelar el oneroso proyecto que, para el Bosque de Chapultepec, el Gobierno Federal le ha confiado a es vendedor de espejismos llamado Gabriel Orozco.

No era racional destinar un presupuesto de diez mil millones de pesos a un proyecto que nunca se presentó a la consideración de la sociedad; un plan que se concibió desde unas cúpulas deslumbradas con el oropel del supuesto arte contemporáneo.

Con la emergencia por el Covid-19, se volvió indefendible la quimera que Gabriel Orozco y sus socios le vendieron al nuevo gobierno. Sin recato alguno, el astuto creador de cajas de zapatos a precio de diamantes anuncia que su proyecto sigue viento en popa.

Esta administración ha tenido aciertos que no se le deben de regatear; por el contrario, merecen el apoyo de la ciudadanía. Pero en el ámbito cultural ha ido de tropiezo en tropiezo. El mayor de todos sus yerros será este proyecto, que puede dañar en forma permanente una zona de recreación popular de inapreciable valor histórico.

No se convocó a un concurso, no se consultó a la ciudadanía, no se organizaron foros para discutir un proyecto. Las autoridades compraron la fama de un personaje impulsado por el mercado de las galerías.

Modesto, Gabriel Orozco da a entender que, después de su intervención, el Bosque de Chapultepec encontrará su verdadera grandeza. Conforme a su habitual retórica, anuncia que expresará “nuestra biocultura” y los visitantes experimentarán un “diálogo con la contemporaneidad mexicana”.

No tiene caso tratar de desentrañar el significado de tales alegatos; así es el neolenguaje del “arte” contemporáneo, ése que el agudo Antonio García Villarán ha bautizado como hamparte, y que controla el mercado de las galerías privadas, así como los espacios tanto en las ferias como en los museos subvencionados con recursos públicos.

Cajas de zapatos vacías, pelusa recogida de una lavadora, maltrechos balones llaneros y un esqueleto de ballena colgante son algunas de las “obras históricas” de este astro de las galerías, a quien los incautos llaman “Orozco” sin advertir que solamente al muralista jalisciense se le puede mencionar así.

La secretaria del ramo, Alejandra Frausto Guerrero, ha cometido pifias muy graves como arruinar el Centenario de Emiliano Zapata o estropear “el día del Niño y la Niña” con una obra de propaganda, tan impropia para la infancia como una película de Emmanuel.

El proyecto “titánico”, según palabras del propio Gabriel Orozco, se ha beneficiado de la complicidad de una crítica complaciente y de unos medios que hace tiempo se creyeron el engaño “contemporáneo”.

Un gran “pabellón” para el “arte contemporáneo” en la zona más codiciada de la capital será el premio para los impulsores del proyecto.

Por: Juan Amael Vizzuett

La decisión más sensata en este periodo de crisis sanitaria mundial sería cancelar el oneroso proyecto que, para el Bosque de Chapultepec, el Gobierno Federal le ha confiado a es vendedor de espejismos llamado Gabriel Orozco.

No era racional destinar un presupuesto de diez mil millones de pesos a un proyecto que nunca se presentó a la consideración de la sociedad; un plan que se concibió desde unas cúpulas deslumbradas con el oropel del supuesto arte contemporáneo.

Con la emergencia por el Covid-19, se volvió indefendible la quimera que Gabriel Orozco y sus socios le vendieron al nuevo gobierno. Sin recato alguno, el astuto creador de cajas de zapatos a precio de diamantes anuncia que su proyecto sigue viento en popa.

Esta administración ha tenido aciertos que no se le deben de regatear; por el contrario, merecen el apoyo de la ciudadanía. Pero en el ámbito cultural ha ido de tropiezo en tropiezo. El mayor de todos sus yerros será este proyecto, que puede dañar en forma permanente una zona de recreación popular de inapreciable valor histórico.

No se convocó a un concurso, no se consultó a la ciudadanía, no se organizaron foros para discutir un proyecto. Las autoridades compraron la fama de un personaje impulsado por el mercado de las galerías.

Modesto, Gabriel Orozco da a entender que, después de su intervención, el Bosque de Chapultepec encontrará su verdadera grandeza. Conforme a su habitual retórica, anuncia que expresará “nuestra biocultura” y los visitantes experimentarán un “diálogo con la contemporaneidad mexicana”.

No tiene caso tratar de desentrañar el significado de tales alegatos; así es el neolenguaje del “arte” contemporáneo, ése que el agudo Antonio García Villarán ha bautizado como hamparte, y que controla el mercado de las galerías privadas, así como los espacios tanto en las ferias como en los museos subvencionados con recursos públicos.

Cajas de zapatos vacías, pelusa recogida de una lavadora, maltrechos balones llaneros y un esqueleto de ballena colgante son algunas de las “obras históricas” de este astro de las galerías, a quien los incautos llaman “Orozco” sin advertir que solamente al muralista jalisciense se le puede mencionar así.

La secretaria del ramo, Alejandra Frausto Guerrero, ha cometido pifias muy graves como arruinar el Centenario de Emiliano Zapata o estropear “el día del Niño y la Niña” con una obra de propaganda, tan impropia para la infancia como una película de Emmanuel.

El proyecto “titánico”, según palabras del propio Gabriel Orozco, se ha beneficiado de la complicidad de una crítica complaciente y de unos medios que hace tiempo se creyeron el engaño “contemporáneo”.

Un gran “pabellón” para el “arte contemporáneo” en la zona más codiciada de la capital será el premio para los impulsores del proyecto.