/ jueves 3 de marzo de 2022

Cable Diplomático | El mayor riesgo 

Cuando creímos que el año 2022 sería mejor, resulta que quizá nos equivocamos. Pensamos que sería probable que fueran mejores estos meses que todo aquello que vivimos en los últimos dos años, pero quizá erramos nuevamente. ¿El tema central? La injusta invasión de Rusia contra Ucrania y la condenable guerra, por ende. Si bien la pandemia continuará subrepticiamente colándose en nuestras vidas, los noticieros están enfocados en lo que pasa en Ucrania con imágenes y testimonios sobre la terrible destrucción que Rusia está provocando en diversas ciudades de aquel país y con ello, nos coloca a todos en el borde del peligro de un escalamiento a una conflagración mundial (si es que no estamos en esta desde ya).

Y dicho lo anterior, una de las cosas que más me llama la atención es la forma en que este conflicto se está utilizando para hacer política interna en Estados Unidos (y en México). Por supuesto que no es de forma cínicamente abierta que sucede lo anterior, pero lo que trato de decir es que la polarización interna parece no tener un límite de hasta dónde puede llegar. Algunos podrían decir que no necesariamente es así, que hay muestras de apoyo unificado condenando la invasión y que por lo mismo, no tendríamos nada de qué preocuparnos, pero en realidad, si vamos más allá de las cosas inmediatas, creo que de cualquier forma se sigue utilizando el conflicto exterior para hacer política interior y golpear al adversario.

¿Hasta donde habremos llegado que incluso algo tan terrible como la guerra se utiliza para dañar a los “contrarios” políticamente hablando? ¿No es eso justamente lo que se busca evitar y condenar? Precisamente la decisión de un gobernante autocrático y autoritario que ha decidido invadir a un país vecino y reprimir las muestras de inconformidad en su propia casa. Y creo que precisamente cuando hablamos de estos regímenes tan poco democráticos, debemos tener cuidado de no repetir errores comunes, como por ejemplo, la desaparición de todo diálogo político y la necesaria capacidad de dirimir las diferencias en contextos más civilizados y no por el uso de la fuerza.

¿Cuál es el mayor riesgo entonces? Por supuesto que la guerra tiene costos altísimos y muchos de ellos habrán de tener repercusiones mundiales; pero más allá de estos, si hablamos en términos regionales, el costo más grande que estamos pagando en América es la terrible división y la falta de consenso, la enorme brecha y polarización, y el enorme abismo que se abre frente a nosotros, haciendo imposible la civilidad entre ciudadanos, todo ello sin escatimar si se tiene que usar incluso como pretexto la guerra que tanto se condena: ¡enorme contradicción!

Si observamos la forma en que la sociedad política está fracturada en Estados Unidos y en México podemos hacer un análisis de por qué los gobernantes autoritarios piensan que los países occidentales no tienen oportunidad de triunfar. Quizá el faro de esperanza en todo este embrollo es la unidad mostrada hasta el momento por líderes, sociedades y gobiernos para hacer frente al tirano. Ojalá de esta misma forma pudiésemos encontrar coincidencias y no las diferencias que nos separan, porque no hay mayor riesgo que una nación que apuesta contra sí misma.

Cuando creímos que el año 2022 sería mejor, resulta que quizá nos equivocamos. Pensamos que sería probable que fueran mejores estos meses que todo aquello que vivimos en los últimos dos años, pero quizá erramos nuevamente. ¿El tema central? La injusta invasión de Rusia contra Ucrania y la condenable guerra, por ende. Si bien la pandemia continuará subrepticiamente colándose en nuestras vidas, los noticieros están enfocados en lo que pasa en Ucrania con imágenes y testimonios sobre la terrible destrucción que Rusia está provocando en diversas ciudades de aquel país y con ello, nos coloca a todos en el borde del peligro de un escalamiento a una conflagración mundial (si es que no estamos en esta desde ya).

Y dicho lo anterior, una de las cosas que más me llama la atención es la forma en que este conflicto se está utilizando para hacer política interna en Estados Unidos (y en México). Por supuesto que no es de forma cínicamente abierta que sucede lo anterior, pero lo que trato de decir es que la polarización interna parece no tener un límite de hasta dónde puede llegar. Algunos podrían decir que no necesariamente es así, que hay muestras de apoyo unificado condenando la invasión y que por lo mismo, no tendríamos nada de qué preocuparnos, pero en realidad, si vamos más allá de las cosas inmediatas, creo que de cualquier forma se sigue utilizando el conflicto exterior para hacer política interior y golpear al adversario.

¿Hasta donde habremos llegado que incluso algo tan terrible como la guerra se utiliza para dañar a los “contrarios” políticamente hablando? ¿No es eso justamente lo que se busca evitar y condenar? Precisamente la decisión de un gobernante autocrático y autoritario que ha decidido invadir a un país vecino y reprimir las muestras de inconformidad en su propia casa. Y creo que precisamente cuando hablamos de estos regímenes tan poco democráticos, debemos tener cuidado de no repetir errores comunes, como por ejemplo, la desaparición de todo diálogo político y la necesaria capacidad de dirimir las diferencias en contextos más civilizados y no por el uso de la fuerza.

¿Cuál es el mayor riesgo entonces? Por supuesto que la guerra tiene costos altísimos y muchos de ellos habrán de tener repercusiones mundiales; pero más allá de estos, si hablamos en términos regionales, el costo más grande que estamos pagando en América es la terrible división y la falta de consenso, la enorme brecha y polarización, y el enorme abismo que se abre frente a nosotros, haciendo imposible la civilidad entre ciudadanos, todo ello sin escatimar si se tiene que usar incluso como pretexto la guerra que tanto se condena: ¡enorme contradicción!

Si observamos la forma en que la sociedad política está fracturada en Estados Unidos y en México podemos hacer un análisis de por qué los gobernantes autoritarios piensan que los países occidentales no tienen oportunidad de triunfar. Quizá el faro de esperanza en todo este embrollo es la unidad mostrada hasta el momento por líderes, sociedades y gobiernos para hacer frente al tirano. Ojalá de esta misma forma pudiésemos encontrar coincidencias y no las diferencias que nos separan, porque no hay mayor riesgo que una nación que apuesta contra sí misma.