/ jueves 10 de marzo de 2022

Cable Diplomático | Jugar con fuego 

El mundo ha vuelto a entrar a una etapa complicada en la historia y como bien sabemos, esta es cíclica, tiende a repetirse porque los jugadores no son los mismos y quienes toman decisiones hoy en día no recuerdan las atrocidades del pasado. Bien dice el dicho que “nadie experimenta en cabeza ajena” y no se equivoca, pero cuando tantas vidas están en peligro y estamos al borde de una guerra nuclear que puede tener un desenlace fatídico para todos, lo anterior resulta prioritario. ¿Cómo mantener el optimismo, la cabeza en alto, la mente clara ante momentos tan difíciles? Es precisamente en este tiempo cuando se necesitan líderes globales capaces de entender el contexto y de dimensionar las consecuencias de las decisiones que tomarán en próximos días.

Rusia ha dicho que Estados Unidos le declaró la “guerra económica” y que tiene que pensar muy seriamente lo que hará de ahora en adelante, porque se está quedando sin salidas. En la teoría política se dice que nunca se debe arrinconar a un adversario al grado de dejarle sin salidas, porque su única salida sería combatir con todo su poder para asegurar su supervivencia. Lo malo de este asunto es que ese poder involucra armas nucleares. Pero además en manos de una persona que claramente no está dispuesta a detenerse ante nada y que teme, más que cualquier otra cosa, una humillación. Por tal motivo, Estados Unidos y Europa tienen que tener en orden los alcances y las rutas por las que habrán de transitar en próximos días para evitar una conflagración de alcance global.

Esto nos lleva a pensar y hacer una reflexión sobre lo siguiente: el mundo ya había estado en esta misma situación antes. La Guerra Fría se trató de esto precisamente: la política de contención, de “destrucción mutua asegurada”, de cómo tomar decisiones de forma inteligente para evitar el fin de nuestra era. Y pareciera que a mucha gente se le olvida, pero aunque cueste trabajo, necesitamos entender que la historia debe aprenderse para evitar repetirse.

Esta es una lección importante para todo quien busque gobernar: hay oportunidades de aquilatar los momentos históricos si logramos entender el pasado. A pesar de que no se puede experimentar en cabeza ajena, es preciso hacerlo para tratar de evitar fatalidades. ¿Cuántos males podríamos ahorrarnos si pudiéramos aprender de la experiencia y del camino que otros han recorrido para advertirnos de los peligros que yacen de frente?

Pienso en una serie e infinidad de ejemplos donde, además de una posible guerra nuclear que debe evitarse a toda cosa, hay muchos otros asuntos cotidianos a nivel local y regional que podríamos tomar en consideración en nuestra toma de decisiones. ¿Qué sería de nuestro país si cada tres o seis años aprendemos la lección del pasado y dejamos de empezar desde cero todo el tiempo y utilizamos la experiencia acumulada a nuestro favor? Quizá se requiera que veamos las cosas de forma menos polarizada, menos dividida, de forma menos ideológica y más pragmática. Al final de cuentas, como en la política global, lo que está en juego es nuestra historia misma y nuestra supervivencia: no nos equivoquemos.

El mundo ha vuelto a entrar a una etapa complicada en la historia y como bien sabemos, esta es cíclica, tiende a repetirse porque los jugadores no son los mismos y quienes toman decisiones hoy en día no recuerdan las atrocidades del pasado. Bien dice el dicho que “nadie experimenta en cabeza ajena” y no se equivoca, pero cuando tantas vidas están en peligro y estamos al borde de una guerra nuclear que puede tener un desenlace fatídico para todos, lo anterior resulta prioritario. ¿Cómo mantener el optimismo, la cabeza en alto, la mente clara ante momentos tan difíciles? Es precisamente en este tiempo cuando se necesitan líderes globales capaces de entender el contexto y de dimensionar las consecuencias de las decisiones que tomarán en próximos días.

Rusia ha dicho que Estados Unidos le declaró la “guerra económica” y que tiene que pensar muy seriamente lo que hará de ahora en adelante, porque se está quedando sin salidas. En la teoría política se dice que nunca se debe arrinconar a un adversario al grado de dejarle sin salidas, porque su única salida sería combatir con todo su poder para asegurar su supervivencia. Lo malo de este asunto es que ese poder involucra armas nucleares. Pero además en manos de una persona que claramente no está dispuesta a detenerse ante nada y que teme, más que cualquier otra cosa, una humillación. Por tal motivo, Estados Unidos y Europa tienen que tener en orden los alcances y las rutas por las que habrán de transitar en próximos días para evitar una conflagración de alcance global.

Esto nos lleva a pensar y hacer una reflexión sobre lo siguiente: el mundo ya había estado en esta misma situación antes. La Guerra Fría se trató de esto precisamente: la política de contención, de “destrucción mutua asegurada”, de cómo tomar decisiones de forma inteligente para evitar el fin de nuestra era. Y pareciera que a mucha gente se le olvida, pero aunque cueste trabajo, necesitamos entender que la historia debe aprenderse para evitar repetirse.

Esta es una lección importante para todo quien busque gobernar: hay oportunidades de aquilatar los momentos históricos si logramos entender el pasado. A pesar de que no se puede experimentar en cabeza ajena, es preciso hacerlo para tratar de evitar fatalidades. ¿Cuántos males podríamos ahorrarnos si pudiéramos aprender de la experiencia y del camino que otros han recorrido para advertirnos de los peligros que yacen de frente?

Pienso en una serie e infinidad de ejemplos donde, además de una posible guerra nuclear que debe evitarse a toda cosa, hay muchos otros asuntos cotidianos a nivel local y regional que podríamos tomar en consideración en nuestra toma de decisiones. ¿Qué sería de nuestro país si cada tres o seis años aprendemos la lección del pasado y dejamos de empezar desde cero todo el tiempo y utilizamos la experiencia acumulada a nuestro favor? Quizá se requiera que veamos las cosas de forma menos polarizada, menos dividida, de forma menos ideológica y más pragmática. Al final de cuentas, como en la política global, lo que está en juego es nuestra historia misma y nuestra supervivencia: no nos equivoquemos.