/ jueves 24 de marzo de 2022

Cable Diplomático | Sobre el cambio 

Las noticias no dejan de fluir sobre la guerra en Ucrania. Además la pandemia de COVID sigue haciendo de las suyas todavía y nos recuerda que vivimos en momentos y tiempos complicados. La economía, la política, las relaciones internacionales, la sociedad y lo que nos rodea se encuentra en constante movimiento. En ese sentido creo que jamás nos imaginamos hace dos años que en marzo de 2022 viviríamos las cosas que nos está tocando vivir.

En lo personal recuerdo que hace un año justamente fui diagnosticado con COVID19 y la pasé mal. Los últimos días del mes de marzo y los primeros de abril tuve síntomas bastante fuertes y tuve que ir al hospital. Si bien no sucedió nada más grave, por lo cual me siento muy afortunado, debo admitir que sentí temor en ese momento y durante los momentos más difíciles eché a volar mi imaginación sobre lo que podría hacer y lograr si conseguía sanar. Me tardé en sentirme bien, sobretodo por la fatiga terrible que sentía y la “confusión” mental que esta terrible enfermedad provoca; la tos y la congestión en el pecho me duró meses y mi cuerpo tuvo que aprender a regular su temperatura nuevamente. En fin, lo que trato de decir es que la enfermedad llegó sin avisar y sin mucho preámbulo, causó estragos en mi vida.

Me siento sumamente agradecido porque pude sanar y estar bien. Pero si hace un año me hubieran preguntado y me hubiesen pedido un ejercicio de imaginación sobre dónde iba a estar un año después y cuáles serían las circunstancias que estaríamos viviendo en términos colectivos, jamás hubiera planteado el escenario actual; quizá nadie lo hubiera hecho y pocos habrían atinado a dar un panorama preciso.

Pero esa es exactamente la constante durante todo este tiempo. Desde finales de febrero de 2020 el mundo empezó a cambiar y no nos pidió permiso. Aun para aquellas personas que sienten aversión al cambio y que preferirían no modificar su rutina, la realidad es que las circunstancias nos arrasaron y siguen haciéndolo. ¿Cuál es la moraleja de esta historia, si es que hay una? Por supuesto que la hay: el cambio es inevitable, inclusive si nos resistimos a él. Tenemos solamente dos opciones: asumirlo o negarlo (y quizá, al negarlo, sufrir con ello, porque no podemos detenerlo). El cambio, como dice aquella frase famosa, no es ni bueno ni malo, sino que es simplemente lo que es. ¿Qué sentido adquiere, positivo o negativo? ¿de qué depende? La respuesta es que la única respuesta está en nosotros. Mientras más nos confrontamos con la realidad, más difícil será que las cosas estén bien. La realidad no es estática y por ende, las únicas opciones son la frustración de no poder controlar algo inherente a nuestra existencia, o bien, por el contrario asumir que las cosas son así y asumir el cambio como la única constante de nuestra vida, a pesar que nos sintamos desprevenidos para ello. Mejor lo segundo; y esto se aplica al individuo, a nuestra sociedad, a nuestra economía y a nuestro país.

Las noticias no dejan de fluir sobre la guerra en Ucrania. Además la pandemia de COVID sigue haciendo de las suyas todavía y nos recuerda que vivimos en momentos y tiempos complicados. La economía, la política, las relaciones internacionales, la sociedad y lo que nos rodea se encuentra en constante movimiento. En ese sentido creo que jamás nos imaginamos hace dos años que en marzo de 2022 viviríamos las cosas que nos está tocando vivir.

En lo personal recuerdo que hace un año justamente fui diagnosticado con COVID19 y la pasé mal. Los últimos días del mes de marzo y los primeros de abril tuve síntomas bastante fuertes y tuve que ir al hospital. Si bien no sucedió nada más grave, por lo cual me siento muy afortunado, debo admitir que sentí temor en ese momento y durante los momentos más difíciles eché a volar mi imaginación sobre lo que podría hacer y lograr si conseguía sanar. Me tardé en sentirme bien, sobretodo por la fatiga terrible que sentía y la “confusión” mental que esta terrible enfermedad provoca; la tos y la congestión en el pecho me duró meses y mi cuerpo tuvo que aprender a regular su temperatura nuevamente. En fin, lo que trato de decir es que la enfermedad llegó sin avisar y sin mucho preámbulo, causó estragos en mi vida.

Me siento sumamente agradecido porque pude sanar y estar bien. Pero si hace un año me hubieran preguntado y me hubiesen pedido un ejercicio de imaginación sobre dónde iba a estar un año después y cuáles serían las circunstancias que estaríamos viviendo en términos colectivos, jamás hubiera planteado el escenario actual; quizá nadie lo hubiera hecho y pocos habrían atinado a dar un panorama preciso.

Pero esa es exactamente la constante durante todo este tiempo. Desde finales de febrero de 2020 el mundo empezó a cambiar y no nos pidió permiso. Aun para aquellas personas que sienten aversión al cambio y que preferirían no modificar su rutina, la realidad es que las circunstancias nos arrasaron y siguen haciéndolo. ¿Cuál es la moraleja de esta historia, si es que hay una? Por supuesto que la hay: el cambio es inevitable, inclusive si nos resistimos a él. Tenemos solamente dos opciones: asumirlo o negarlo (y quizá, al negarlo, sufrir con ello, porque no podemos detenerlo). El cambio, como dice aquella frase famosa, no es ni bueno ni malo, sino que es simplemente lo que es. ¿Qué sentido adquiere, positivo o negativo? ¿de qué depende? La respuesta es que la única respuesta está en nosotros. Mientras más nos confrontamos con la realidad, más difícil será que las cosas estén bien. La realidad no es estática y por ende, las únicas opciones son la frustración de no poder controlar algo inherente a nuestra existencia, o bien, por el contrario asumir que las cosas son así y asumir el cambio como la única constante de nuestra vida, a pesar que nos sintamos desprevenidos para ello. Mejor lo segundo; y esto se aplica al individuo, a nuestra sociedad, a nuestra economía y a nuestro país.