/ miércoles 4 de octubre de 2017

Cae en Nevada el discurso de Trump

Si el masacrador del concierto Country de Las Vegas hubiera resultado ser un prietito hispano o un llamado Sirham Bishara o algo así, el twit de Donald Trump estaría activo clamando la expulsión de cientos de miles de migrantes y de todo aquel que atente contra la perfecta democracia de su América.

Pero el autor de la matanza perpetrada desde un hotel de Las Vegas era un norteamericano jubilado, adorador de la diosa del juego en los casinos de la pecaminosa Meca del azar, un rico coleccionista de armas, blanco por supuesto, y espécimen de la supremacía a la que tanto admira el presidente de los Estados Unidos.

En la Unión Americana se juega una carrera de relevos en las que llevan la punta los autores de asesinatos colectivos, perturbados mentales asaltados de pronto por el mal del odio que se disputan la fama pública con sus siniestras acciones. En justicia, el gobierno de Donald Trump debería indemnizar a las familias de los muertos y heridos en el estadio de Las Vegas porque son víctimas de un fenómeno natural; no de un temblor o de un huracán, sino de la demencia que se enseñorea en esa sociedad. Stephen Paddock se anotó con su reciente hazaña, una especie de record Guiness al superar el saldo de muertos en esa negra historia de los Estados Unidos.

El ya difunto Paddock era un norteamericano típico. Las circunstancias en las que se produjo la masacre de Nevada muestran la descomposición y la ruina moral de una parte de la sociedad estadounidense. El asesino se registró en el hotel tres días antes del crimen masivo llevando diez maletas con más de 20 armas automáticas de alto poder, sin despertar sospecha o al menos curiosidad de la administración. Cazador habitual, el asesino era un experimentado tirador, experto en el manejo de las armas y con una puntería aguzada para matar y herir, desde una gran altura a decenas de personas a las que escogió como blanco seguro.

La acción de Stephen Paddock podría generar para Donald Trump un dilema que pone en juego uno de los fundamentos de su gobierno. La campaña del hoy presidente tuvo, entre otros, el apoyo económico de los grandes intereses en torno a la poderosa Asociación del Rifle que reúne a las empresas dedicadas al comercio de las armas. Desde ahora resurge en la Unión Americana la discusión sobre la enmienda constitucional que permite a todo ciudadano adquirir y portar armamento que en otros países, por su alto poder, es considerado de uso exclusivo del ejército y las fuerzas de seguridad. Para Donald Trump, ceder a la presión de los sectores que demandan la eliminación de esa permisividad en el uso de las armas y su comercio y exportación constituiría un problema frente a esos intereses que lo apoyaron para llegar a la presidencia. Un cambio en la política del comercio de armas representaría para Trump uno más de los problemas que enfrenta por el retiro o el alejamiento de otros sectores, incluidos algunos de su propio partido, que le han retirado su respaldo.

Mientras tanto, la xenofobia, el nacionalismo fundamentalista y la proclividad hacia el supremacismo del gobierno de Donald Trump sufren un descalabro al quedar en evidencia que no son sólo los grupos de migrantes los causantes de la inseguridad, la zozobra y el miedo en el que se debate la población de los Estados Unidos ante el riesgo de que en cualquier momento, en cualquier concentración, en cualquier calle se produzcan nuevos eventos de la sin razón y la demencia que han azolado a su población.

El discurso de Trump por una América históricamente formada por la migración de la que él mismo es producto, sufre así un duro revés, tal vez insuperable. El odio social, racial o religioso no es privativo de país ni región alguna del mundo.

Srio28@prodigy.net.mx

Si el masacrador del concierto Country de Las Vegas hubiera resultado ser un prietito hispano o un llamado Sirham Bishara o algo así, el twit de Donald Trump estaría activo clamando la expulsión de cientos de miles de migrantes y de todo aquel que atente contra la perfecta democracia de su América.

Pero el autor de la matanza perpetrada desde un hotel de Las Vegas era un norteamericano jubilado, adorador de la diosa del juego en los casinos de la pecaminosa Meca del azar, un rico coleccionista de armas, blanco por supuesto, y espécimen de la supremacía a la que tanto admira el presidente de los Estados Unidos.

En la Unión Americana se juega una carrera de relevos en las que llevan la punta los autores de asesinatos colectivos, perturbados mentales asaltados de pronto por el mal del odio que se disputan la fama pública con sus siniestras acciones. En justicia, el gobierno de Donald Trump debería indemnizar a las familias de los muertos y heridos en el estadio de Las Vegas porque son víctimas de un fenómeno natural; no de un temblor o de un huracán, sino de la demencia que se enseñorea en esa sociedad. Stephen Paddock se anotó con su reciente hazaña, una especie de record Guiness al superar el saldo de muertos en esa negra historia de los Estados Unidos.

El ya difunto Paddock era un norteamericano típico. Las circunstancias en las que se produjo la masacre de Nevada muestran la descomposición y la ruina moral de una parte de la sociedad estadounidense. El asesino se registró en el hotel tres días antes del crimen masivo llevando diez maletas con más de 20 armas automáticas de alto poder, sin despertar sospecha o al menos curiosidad de la administración. Cazador habitual, el asesino era un experimentado tirador, experto en el manejo de las armas y con una puntería aguzada para matar y herir, desde una gran altura a decenas de personas a las que escogió como blanco seguro.

La acción de Stephen Paddock podría generar para Donald Trump un dilema que pone en juego uno de los fundamentos de su gobierno. La campaña del hoy presidente tuvo, entre otros, el apoyo económico de los grandes intereses en torno a la poderosa Asociación del Rifle que reúne a las empresas dedicadas al comercio de las armas. Desde ahora resurge en la Unión Americana la discusión sobre la enmienda constitucional que permite a todo ciudadano adquirir y portar armamento que en otros países, por su alto poder, es considerado de uso exclusivo del ejército y las fuerzas de seguridad. Para Donald Trump, ceder a la presión de los sectores que demandan la eliminación de esa permisividad en el uso de las armas y su comercio y exportación constituiría un problema frente a esos intereses que lo apoyaron para llegar a la presidencia. Un cambio en la política del comercio de armas representaría para Trump uno más de los problemas que enfrenta por el retiro o el alejamiento de otros sectores, incluidos algunos de su propio partido, que le han retirado su respaldo.

Mientras tanto, la xenofobia, el nacionalismo fundamentalista y la proclividad hacia el supremacismo del gobierno de Donald Trump sufren un descalabro al quedar en evidencia que no son sólo los grupos de migrantes los causantes de la inseguridad, la zozobra y el miedo en el que se debate la población de los Estados Unidos ante el riesgo de que en cualquier momento, en cualquier concentración, en cualquier calle se produzcan nuevos eventos de la sin razón y la demencia que han azolado a su población.

El discurso de Trump por una América históricamente formada por la migración de la que él mismo es producto, sufre así un duro revés, tal vez insuperable. El odio social, racial o religioso no es privativo de país ni región alguna del mundo.

Srio28@prodigy.net.mx