/ jueves 23 de noviembre de 2017

Calderón y Peña: el desastre

1. Violencias sin límite. Los recientes asesinatos, entre ellos el de un defensor de derechos humanos y su hijo en Baja California Sur, han puesto de manifiesto que el duelo de homicidios en los gobiernos de Calderón y Peña está reñido. Sus gobiernos sintetizan la ineptitud y la negligencia. Hasta los datos oficiales estallan y los desnudan: 121 mil 163 homicidios entre 20O7 y 2012 en el sexenio panista, 117 mil hasta el quinto año del gobierno de Peña y 32 mil desaparecidos, según la secretaria de gobernación e INEGI. Un genocidio a cuenta gotas, diría Raúl Zaffaroni

Calderón, tosco y burdo, construyó y fomentó su llamada “guerra contra el narcotráfico”, la cual fue un baño de sangre amparado en la alarma social incubada y construida por las fuerzas estatales. La complicidad con la delincuencia fue documentada ampliamente en su momento. Los hombres encargados en el calderonato de la policía y el ministerio público federal mostraron su enorme incapacidad. Ambos fueron premiados. Uno goza de la vida, se dice que en Miami y, el otro, cobra como ministro de la Suprema Corte.

Las arbitrariedades cometidas por el grupo compacto de Calderón fueron uno de los signos que caracterizó al gobierno panista. Ahora, el panista se pasea por todos lados con un desenfado impresionante. Y por si algo faltara, somos testigosdel entreguismo de sus exempleados, ahora senadores.

Pero más allá de ésta alianza política, de suyo importante, lo que subyace entre ambas administraciones es la coincidencia conceptual y práctica para encarar a la criminalidad y a las violencias. Este es el meollo del asunto para tratar de explicar el estrepitoso fracaso del discurso peñista.

2. El falso deslinde priista. Una y otra vez el actual inquilino de Los Pinos insistió en que su gobierno sustentaba una “nueva estrategia” para combatir, especialmente, al narcotráfico. Para adornar su discurso “novedoso” Peña anunció al inicio de su gobierno, en Aguascalientes, que pondría en marcha un Programa de Prevención Social del Delito y la Violencia, con lo cual, decía, su administración se alejaba del paradigma “sólo punitivo”; en realidad, fue un simple catálogo de acciones superficiales que no atacaban los factores de riesgo que originan las conductas delictivas y violentas, particularmente entre las juventudes. Además de la notable debilidad metodológica de dicho programa, el presupuesto asignado reflejo su carácter cosmético. Las distancias monetarias entre lo destinado a las políticas reactivas y represivas y al susodicho programita eran abismales. Una prueba de su carácter demagógico y efímero fue que hace dos años desapareció del presupuesto federal y, para 2018 se le asignaron únicamente 300 millones de pesos, migajas para apenas mantener a una burocracia parasitaria y con ello darle plataforma a Osorio Chong en sus huecos discursos. No más.

Epílogo. La simetría entre las políticas públicas de Calderón y Peña son más que evidentes: incrementos de presupuesto al ejército, a la marina y la policía federal para contener la deliberada ineficacia policial en los estados; así como la ausencia de una visión poliédrica de la criminalidad por parte del Estado mexicano en sus tres niveles de gobierno. Mientras los ciudadanos de a pie viven en la angustia cotidiana de la criminalidad molecular disparada por la crisis social múltiple y el narco se distribuye el país con su gravísimo saldo de violencia, los partidos se alistan a disputar el poder, con sus plataformas vacías de contenido y su palabrería insultante. El peor de los mundos se profundiza y se avecina.

pedropenaloza@yahoo.com

@pedro_penaloz≠

1. Violencias sin límite. Los recientes asesinatos, entre ellos el de un defensor de derechos humanos y su hijo en Baja California Sur, han puesto de manifiesto que el duelo de homicidios en los gobiernos de Calderón y Peña está reñido. Sus gobiernos sintetizan la ineptitud y la negligencia. Hasta los datos oficiales estallan y los desnudan: 121 mil 163 homicidios entre 20O7 y 2012 en el sexenio panista, 117 mil hasta el quinto año del gobierno de Peña y 32 mil desaparecidos, según la secretaria de gobernación e INEGI. Un genocidio a cuenta gotas, diría Raúl Zaffaroni

Calderón, tosco y burdo, construyó y fomentó su llamada “guerra contra el narcotráfico”, la cual fue un baño de sangre amparado en la alarma social incubada y construida por las fuerzas estatales. La complicidad con la delincuencia fue documentada ampliamente en su momento. Los hombres encargados en el calderonato de la policía y el ministerio público federal mostraron su enorme incapacidad. Ambos fueron premiados. Uno goza de la vida, se dice que en Miami y, el otro, cobra como ministro de la Suprema Corte.

Las arbitrariedades cometidas por el grupo compacto de Calderón fueron uno de los signos que caracterizó al gobierno panista. Ahora, el panista se pasea por todos lados con un desenfado impresionante. Y por si algo faltara, somos testigosdel entreguismo de sus exempleados, ahora senadores.

Pero más allá de ésta alianza política, de suyo importante, lo que subyace entre ambas administraciones es la coincidencia conceptual y práctica para encarar a la criminalidad y a las violencias. Este es el meollo del asunto para tratar de explicar el estrepitoso fracaso del discurso peñista.

2. El falso deslinde priista. Una y otra vez el actual inquilino de Los Pinos insistió en que su gobierno sustentaba una “nueva estrategia” para combatir, especialmente, al narcotráfico. Para adornar su discurso “novedoso” Peña anunció al inicio de su gobierno, en Aguascalientes, que pondría en marcha un Programa de Prevención Social del Delito y la Violencia, con lo cual, decía, su administración se alejaba del paradigma “sólo punitivo”; en realidad, fue un simple catálogo de acciones superficiales que no atacaban los factores de riesgo que originan las conductas delictivas y violentas, particularmente entre las juventudes. Además de la notable debilidad metodológica de dicho programa, el presupuesto asignado reflejo su carácter cosmético. Las distancias monetarias entre lo destinado a las políticas reactivas y represivas y al susodicho programita eran abismales. Una prueba de su carácter demagógico y efímero fue que hace dos años desapareció del presupuesto federal y, para 2018 se le asignaron únicamente 300 millones de pesos, migajas para apenas mantener a una burocracia parasitaria y con ello darle plataforma a Osorio Chong en sus huecos discursos. No más.

Epílogo. La simetría entre las políticas públicas de Calderón y Peña son más que evidentes: incrementos de presupuesto al ejército, a la marina y la policía federal para contener la deliberada ineficacia policial en los estados; así como la ausencia de una visión poliédrica de la criminalidad por parte del Estado mexicano en sus tres niveles de gobierno. Mientras los ciudadanos de a pie viven en la angustia cotidiana de la criminalidad molecular disparada por la crisis social múltiple y el narco se distribuye el país con su gravísimo saldo de violencia, los partidos se alistan a disputar el poder, con sus plataformas vacías de contenido y su palabrería insultante. El peor de los mundos se profundiza y se avecina.

pedropenaloza@yahoo.com

@pedro_penaloz≠

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