/ martes 2 de enero de 2018

¿Callejón sin salida?

Lo delicado de la situación del país radica en un hecho insoslayable, generador de todo lo negativo (crisis educativa, bajo crecimiento económico, desempleo, etc.) y que tiene al país, al margen de la publicidad torcida, interesada o vendida, en condiciones que no habíamos vivido desde hace muchos años. Se trata, repitiéndolo una y mil veces, de la violencia, de la inseguridad, de la corrupción, de la criminalidad desbordada y que va en índices alarmantes de la mano del narcotráfico.


Ahora bien, es muy simple lo que se necesita pero muy complicado de obtener. La mayoría si es que no la totalidad de los políticos, incluidos los aspirantes a la presidencia de la República, hacen planes a corto plazo, casi siempre sexenales. Es decir, prometen sin calcular las consecuencias de sus promesas. No es verdad, lo que ignoran creyendo que el pueblo elector es imbécil, remediar a corto plazo y ni siquiera a mediano la ola de violencia desatada, confundiendo remediar con paliar. No es cosa de mitigar, suavizar, o atenuar. Todo lo que oímos en estas horas anuncia una política de ese tipo. No nos presentan soluciones radicales sino intermedias o, algo peor, violadoras de derechos y garantías, abusivas como la Ley de Seguridad Interior (ya en la Suprema Corte de Justicia para resolver su inconstitucionalidad y naturaleza antijurídica). ¿Qué hacer? Yo sostengo que los “tiempos políticos” no están debidamente ajustados a los “tiempos sociales”. Me refiero a la “temporalidad democrática”, a la coincidencia temporal de problemas y soluciones. Sería absurdo que en este sentido, por ejemplo, el político recurriera al ayer y no sólo como cita sino como referencia para aplicarse al nivel de solución. ¿Por qué entonces recurre con tanta frecuencia al futuro (“en seis años resolveré esto o aquello) que es siempre nebuloso e indefinible? Destruir, ya se ha dicho, se hace relativamente en corto tiempo; construir, al contrario, en mucho. Es impostergable, pues, que se construyan las bases, los cimientos de soluciones sociales, que no legales ni institucionales, sólidos y permanentes. El efecto tiene siempre una causa y en la causa se halla la probable solución del problema. ¿Que hay pobreza? La hay. ¿Que hay desigualdad económica? La hay. ¿Qué hay graves deficiencias en materia educativa? Las hay. ¿Qué los índices de recuperación o aceleración económica no son los deseables? No lo son. Se reconoce que estamos emergiendo como una potencia. ¿Pero cuánto tardaremos en llegar a la meta deseada? No en un sexenio. Y en medio de lo anterior la constante e incontrolable violencia, el crimen desbordado, la corrupción, el narcotráfico en plena guerra sin cuartel. He allí el verdadero problema que no se debe pasar por alto. Por eso alarma que no se haya visto hasta ahora en los precandidatos a la presidencia de la República un enfoque analítico, sistemático, de aquéllas lacras sociales que impiden toda clase de progreso. Se refieren a ellas con alarma y preocupación, prometen erradicarlas ignorando las causas motoras. Y caen en el error de que el “tiempo político” (sometido a un sexenio) ignore al “tiempo social”. Y las causas generadoras siguen allí, bullendo en el fondo de las capas sociales, ocultas tras las máscaras terribles de los efectos y defectos. El tema es la reforma moral, de conciencia y de respeto a los valores de nuestra cultura, asunto al que me referiré en próximo artículo. Porque lo evidente es que muchos quieren construir una casa sobre arenas movedizas.


@RaulCarranca

www.facebook.com/despacho.raulcarranca

Lo delicado de la situación del país radica en un hecho insoslayable, generador de todo lo negativo (crisis educativa, bajo crecimiento económico, desempleo, etc.) y que tiene al país, al margen de la publicidad torcida, interesada o vendida, en condiciones que no habíamos vivido desde hace muchos años. Se trata, repitiéndolo una y mil veces, de la violencia, de la inseguridad, de la corrupción, de la criminalidad desbordada y que va en índices alarmantes de la mano del narcotráfico.


Ahora bien, es muy simple lo que se necesita pero muy complicado de obtener. La mayoría si es que no la totalidad de los políticos, incluidos los aspirantes a la presidencia de la República, hacen planes a corto plazo, casi siempre sexenales. Es decir, prometen sin calcular las consecuencias de sus promesas. No es verdad, lo que ignoran creyendo que el pueblo elector es imbécil, remediar a corto plazo y ni siquiera a mediano la ola de violencia desatada, confundiendo remediar con paliar. No es cosa de mitigar, suavizar, o atenuar. Todo lo que oímos en estas horas anuncia una política de ese tipo. No nos presentan soluciones radicales sino intermedias o, algo peor, violadoras de derechos y garantías, abusivas como la Ley de Seguridad Interior (ya en la Suprema Corte de Justicia para resolver su inconstitucionalidad y naturaleza antijurídica). ¿Qué hacer? Yo sostengo que los “tiempos políticos” no están debidamente ajustados a los “tiempos sociales”. Me refiero a la “temporalidad democrática”, a la coincidencia temporal de problemas y soluciones. Sería absurdo que en este sentido, por ejemplo, el político recurriera al ayer y no sólo como cita sino como referencia para aplicarse al nivel de solución. ¿Por qué entonces recurre con tanta frecuencia al futuro (“en seis años resolveré esto o aquello) que es siempre nebuloso e indefinible? Destruir, ya se ha dicho, se hace relativamente en corto tiempo; construir, al contrario, en mucho. Es impostergable, pues, que se construyan las bases, los cimientos de soluciones sociales, que no legales ni institucionales, sólidos y permanentes. El efecto tiene siempre una causa y en la causa se halla la probable solución del problema. ¿Que hay pobreza? La hay. ¿Que hay desigualdad económica? La hay. ¿Qué hay graves deficiencias en materia educativa? Las hay. ¿Qué los índices de recuperación o aceleración económica no son los deseables? No lo son. Se reconoce que estamos emergiendo como una potencia. ¿Pero cuánto tardaremos en llegar a la meta deseada? No en un sexenio. Y en medio de lo anterior la constante e incontrolable violencia, el crimen desbordado, la corrupción, el narcotráfico en plena guerra sin cuartel. He allí el verdadero problema que no se debe pasar por alto. Por eso alarma que no se haya visto hasta ahora en los precandidatos a la presidencia de la República un enfoque analítico, sistemático, de aquéllas lacras sociales que impiden toda clase de progreso. Se refieren a ellas con alarma y preocupación, prometen erradicarlas ignorando las causas motoras. Y caen en el error de que el “tiempo político” (sometido a un sexenio) ignore al “tiempo social”. Y las causas generadoras siguen allí, bullendo en el fondo de las capas sociales, ocultas tras las máscaras terribles de los efectos y defectos. El tema es la reforma moral, de conciencia y de respeto a los valores de nuestra cultura, asunto al que me referiré en próximo artículo. Porque lo evidente es que muchos quieren construir una casa sobre arenas movedizas.


@RaulCarranca

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