/ martes 26 de enero de 2021

Cambio en EU e implicaciones para México

La llegada al poder de Joe Biden sin duda implica un cambio de aires políticos en Estados Unidos, con un proceso de corrección y reparación de los excesos, la irresponsabilidad, el divisionismo y la proliferación de mentiras de la administración de Donald Trump, todo lo cual generó altas dosis de incertidumbre e inestabilidad en ese país y en el mundo.

La toma de protesta dio forma concreta a dicha promesa. Tanto en el discurso, las actitudes y los símbolos, como en una serie de órdenes ejecutivas de enorme trascendencia. Una perspectiva completamente distinta a la que vimos cuando Trump asumió el cargo en 2017, con señales ominosas en particular para México. Ahora, la nota dominante fue el llamado de unidad en torno a valores, retos y aspiraciones compartidas entre los estadounidenses, con una invitación similar al mundo; hace cuatro años, la hostilidad y la estridencia.

Desde luego, la polarización y las tensiones socioeconómicas que vive Estados Unidos no cesan en automático. Sin embargo, debe ayudar mucho el empeño de reconciliar y sanar heridas desde el liderazgo político. De hecho, como lo han resaltado diversos analistas, la victoria de Biden y su toma de protesta son un ejemplo de cómo es factible resistir y salir adelante de fenómenos que se han reproducido por todo el mundo: populismos, polarización, posverdad, corrosión de las instituciones democráticas.

Al respecto, me quedo con tres frases del discurso inaugural que dicen mucho sobre este desafío de nuestros tiempos: “la política no tiene por qué ser un fuego furioso que destruye todo a su paso”, “debemos rechazar una cultura en la que los hechos mismos son manipulados e incluso fabricados” y “podemos unir fuerzas, detener los gritos y bajar la temperatura”.

Eso es igualmente aplicable para las tensiones internacionales, que crecieron en el periodo de Trump, con desencuentros recurrentes con aliados naturales y relaciones estratégicas: Unión Europea, OTAN, China y, por supuesto, México, sobre todo durante el último tramo del sexenio anterior y los primeros meses del actual, cuando las tensiones escalaron hasta el ultimátum de imponer aranceles ruinosos a las exportaciones de México como chantaje para colaborar con una política migratoria inhumana.

Sería de esperar, en adelante, un trato más digno y una apuesta al diálogo y la negociación por vías institucionales. La puerta está abierta: entre los 17 decretos firmados en el primer día en la Casa Blanca están el freno al muro fronterizo; el refuerzo del programa DACA que protege de deportación a residentes que llegaron a Estados Unidos siendo niños, perfilando una ruta a la ciudadanía; la anulación de una orden que impulsaba esfuerzos agresivos para deportar inmigrantes indocumentados. Sin duda, buenas noticias para los mexicanos, de ambos lados de la frontera, tras la ignominia que se extendió desde las campañas electorales de 2016.

Hay una oportunidad a partir de una actitud y un enfoque de más diplomacia, responsabilidad y mesura, y Biden no sólo llega con esas señales de decencia, sino con un equipo experimentado, de profesionales de carrera.

Por la intensidad y la complejidad de la relación bilateral, las nuevas circunstancias tampoco aseguran un tiempo libre de problemas, desencuentros y litigios. Sin embargo, sí es posible establecer bases, términos y condiciones para que haya un mínimo de estabilidad y certidumbre. Por supuesto, siempre que desde este lado también se busque eso.

En todo caso, es claro que veremos relaciones más diversificadas, en función de lo diversas que son las interacciones a nivel gobiernos, empresas y sociedades, más allá de los intereses y estilos de sus mandatarios, lo cual acaparó la atención en el periodo Trump.

Para México, es crucial que Estados Unidos salga delante de sus desafíos, con una economía en recuperación y una perspectiva política de más certidumbre. Simplemente pensemos en que nuestra recuperación económica dependerá en gran medida de lo que suceda allá. El paquete de 1.9 billones de dólares y otras acciones recién impulsadas por Biden podrían tener efectos colaterales muy favorables para nuestro sector exportador y las remesas.

En lo referente al T-MEC, afortunadamente está fuera de peligro, pero con la nueva administración y la mayoría bicameral, podemos dar por descontada una supervisión más estricta de los compromisos asumidos, sobre todo en materia laboral y de inversiones.

Un área de muy probables conflictos es la de energía. Biden ha colocado a la transición energética como prioridad estratégica de su país. La integridad de las inversiones estadounidenses en la materia, particularmente en energías limpias, estará bajo puntual seguimiento y disposición para defender los intereses correspondientes. De manera similar, el tema de la seguridad seguirá siendo fuente de tensiones.

En todos los rubros de la agenda bilateral se presenta la oportunidad de una renovación en el trato, el diálogo, la institucionalidad bilateral para encontrar fórmulas adecuadas para un ganar-ganar. La clave: entender el momento que vive Estados Unidos y cuál es el sentido y la profundidad de las prioridades del nuevo gobierno, y a partir de ello buscar sinergias. México no puede simplemente ver a otro lado, como un vecino distante.

La llegada al poder de Joe Biden sin duda implica un cambio de aires políticos en Estados Unidos, con un proceso de corrección y reparación de los excesos, la irresponsabilidad, el divisionismo y la proliferación de mentiras de la administración de Donald Trump, todo lo cual generó altas dosis de incertidumbre e inestabilidad en ese país y en el mundo.

La toma de protesta dio forma concreta a dicha promesa. Tanto en el discurso, las actitudes y los símbolos, como en una serie de órdenes ejecutivas de enorme trascendencia. Una perspectiva completamente distinta a la que vimos cuando Trump asumió el cargo en 2017, con señales ominosas en particular para México. Ahora, la nota dominante fue el llamado de unidad en torno a valores, retos y aspiraciones compartidas entre los estadounidenses, con una invitación similar al mundo; hace cuatro años, la hostilidad y la estridencia.

Desde luego, la polarización y las tensiones socioeconómicas que vive Estados Unidos no cesan en automático. Sin embargo, debe ayudar mucho el empeño de reconciliar y sanar heridas desde el liderazgo político. De hecho, como lo han resaltado diversos analistas, la victoria de Biden y su toma de protesta son un ejemplo de cómo es factible resistir y salir adelante de fenómenos que se han reproducido por todo el mundo: populismos, polarización, posverdad, corrosión de las instituciones democráticas.

Al respecto, me quedo con tres frases del discurso inaugural que dicen mucho sobre este desafío de nuestros tiempos: “la política no tiene por qué ser un fuego furioso que destruye todo a su paso”, “debemos rechazar una cultura en la que los hechos mismos son manipulados e incluso fabricados” y “podemos unir fuerzas, detener los gritos y bajar la temperatura”.

Eso es igualmente aplicable para las tensiones internacionales, que crecieron en el periodo de Trump, con desencuentros recurrentes con aliados naturales y relaciones estratégicas: Unión Europea, OTAN, China y, por supuesto, México, sobre todo durante el último tramo del sexenio anterior y los primeros meses del actual, cuando las tensiones escalaron hasta el ultimátum de imponer aranceles ruinosos a las exportaciones de México como chantaje para colaborar con una política migratoria inhumana.

Sería de esperar, en adelante, un trato más digno y una apuesta al diálogo y la negociación por vías institucionales. La puerta está abierta: entre los 17 decretos firmados en el primer día en la Casa Blanca están el freno al muro fronterizo; el refuerzo del programa DACA que protege de deportación a residentes que llegaron a Estados Unidos siendo niños, perfilando una ruta a la ciudadanía; la anulación de una orden que impulsaba esfuerzos agresivos para deportar inmigrantes indocumentados. Sin duda, buenas noticias para los mexicanos, de ambos lados de la frontera, tras la ignominia que se extendió desde las campañas electorales de 2016.

Hay una oportunidad a partir de una actitud y un enfoque de más diplomacia, responsabilidad y mesura, y Biden no sólo llega con esas señales de decencia, sino con un equipo experimentado, de profesionales de carrera.

Por la intensidad y la complejidad de la relación bilateral, las nuevas circunstancias tampoco aseguran un tiempo libre de problemas, desencuentros y litigios. Sin embargo, sí es posible establecer bases, términos y condiciones para que haya un mínimo de estabilidad y certidumbre. Por supuesto, siempre que desde este lado también se busque eso.

En todo caso, es claro que veremos relaciones más diversificadas, en función de lo diversas que son las interacciones a nivel gobiernos, empresas y sociedades, más allá de los intereses y estilos de sus mandatarios, lo cual acaparó la atención en el periodo Trump.

Para México, es crucial que Estados Unidos salga delante de sus desafíos, con una economía en recuperación y una perspectiva política de más certidumbre. Simplemente pensemos en que nuestra recuperación económica dependerá en gran medida de lo que suceda allá. El paquete de 1.9 billones de dólares y otras acciones recién impulsadas por Biden podrían tener efectos colaterales muy favorables para nuestro sector exportador y las remesas.

En lo referente al T-MEC, afortunadamente está fuera de peligro, pero con la nueva administración y la mayoría bicameral, podemos dar por descontada una supervisión más estricta de los compromisos asumidos, sobre todo en materia laboral y de inversiones.

Un área de muy probables conflictos es la de energía. Biden ha colocado a la transición energética como prioridad estratégica de su país. La integridad de las inversiones estadounidenses en la materia, particularmente en energías limpias, estará bajo puntual seguimiento y disposición para defender los intereses correspondientes. De manera similar, el tema de la seguridad seguirá siendo fuente de tensiones.

En todos los rubros de la agenda bilateral se presenta la oportunidad de una renovación en el trato, el diálogo, la institucionalidad bilateral para encontrar fórmulas adecuadas para un ganar-ganar. La clave: entender el momento que vive Estados Unidos y cuál es el sentido y la profundidad de las prioridades del nuevo gobierno, y a partir de ello buscar sinergias. México no puede simplemente ver a otro lado, como un vecino distante.