/ jueves 3 de mayo de 2018

Candidatos humildes o engreídos

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Ya estamos hartos de tanta propaganda electoral. Lo que más molesta es el tono de las afirmaciones que hacen los candidatos, tanto los presidenciables como los de otros niveles. Se proponen como los únicos que saben lo que se debe hacer, como los que tienen la solución a todos los problemas que nos aquejan; por tanto, como la mejor opción. Se insultan, se desprecian, se calumnian, intentan destruir a los otros y quedarse con el puesto al que aspiran. Pareciera que todos los demás, menos ellos, son corruptos, ignorantes, despreciables, incapaces, desechables por consiguiente. Nadie se muestra humilde; nadie reconoce sus limitaciones y sus errores; nadie valora lo bueno que los demás tienen; nadie aprende de los otros, sino que los otros deben aprender de él. No se escuchan, sino que están pendientes de los errores ajenos, para criticarlos y noquearlos. ¿Hay candidatos humildes, sabios, maduros, abiertos a aprender de los demás, o todos son orgullosos, engreídos, agresivos, impositivos?

Una persona sabia y madura, es la que tiene apertura para escuchar con serenidad a los demás, para aprender de ellos, para analizar los propios puntos de vista y estar dispuesto a cambiarlos o matizarlos. Para esto, se requiere mucha humildad. De esto depende la grandeza de alguien. Los engreídos, los que se imaginan tener siempre y en todo la razón, esos no están dispuestos a escuchar, a valorar opciones diferentes, a aprender de los demás. Se hacen insoportables, orgullosos, vanidosos y prepotentes. Si les dices sus verdades, arremeten contra ti, te descalifican y quisieran deshacerte.

Pensar

El Papa Francisco, en su exhortación sobre La alegría del amor, dice algo que es muy importante para la vida en familia, pero que vale también para la política y los procesos electorales: “A veces ocurre que los supuestamente más adelantados, se vuelven arrogantes e insoportables. La actitud de humildad aparece aquí como algo que es parte del amor, porque para poder comprender, disculpar o servir a los demás de corazón, es indispensable sanar el orgullo y cultivar la humildad. Jesús recordaba a sus discípulos que en el mundo del poder cada uno trata de dominar a otro, y por eso les dice: «No ha de ser así entre vosotros» (Mt 20,26). La lógica del amor cristiano no es la de quien se siente más que otros y necesita hacerles sentir su poder, sino que «el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mt 20,27). En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competición para ver quién es más inteligente o poderoso, porque esa lógica acaba con el amor. También para la familia (y la política) es este consejo: «Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (1 P 5,5)” (AL 98).

Y en una de sus homilías en Santa Marta, dijo: “Si buscamos en nuestra vida, en nuestras actitudes, ¡cuántas veces el argumento de nuestras conversaciones es juzgar a los otros! Quizá en forma natural nos nace decir: Eso no está bien. Pero, ¿quién te ha hecho juez? Juzgar a los demás es algo feo, porque el único juez es el Señor. Jesús reconoce esta tendencia nuestra a juzgar a los otros y nos avisó: Estate atento, porque en la medida en la que tú juzgas, serás juzgado” (26-II-2018).

Actuar

Seamos sabios para escuchar, humildes para reconocer nuestras limitaciones, sencillos para cambiar actitudes y opiniones, maduros para aprender de los demás. Así, se ennoblece la política.

Obispo Emérito de SCLC

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Ya estamos hartos de tanta propaganda electoral. Lo que más molesta es el tono de las afirmaciones que hacen los candidatos, tanto los presidenciables como los de otros niveles. Se proponen como los únicos que saben lo que se debe hacer, como los que tienen la solución a todos los problemas que nos aquejan; por tanto, como la mejor opción. Se insultan, se desprecian, se calumnian, intentan destruir a los otros y quedarse con el puesto al que aspiran. Pareciera que todos los demás, menos ellos, son corruptos, ignorantes, despreciables, incapaces, desechables por consiguiente. Nadie se muestra humilde; nadie reconoce sus limitaciones y sus errores; nadie valora lo bueno que los demás tienen; nadie aprende de los otros, sino que los otros deben aprender de él. No se escuchan, sino que están pendientes de los errores ajenos, para criticarlos y noquearlos. ¿Hay candidatos humildes, sabios, maduros, abiertos a aprender de los demás, o todos son orgullosos, engreídos, agresivos, impositivos?

Una persona sabia y madura, es la que tiene apertura para escuchar con serenidad a los demás, para aprender de ellos, para analizar los propios puntos de vista y estar dispuesto a cambiarlos o matizarlos. Para esto, se requiere mucha humildad. De esto depende la grandeza de alguien. Los engreídos, los que se imaginan tener siempre y en todo la razón, esos no están dispuestos a escuchar, a valorar opciones diferentes, a aprender de los demás. Se hacen insoportables, orgullosos, vanidosos y prepotentes. Si les dices sus verdades, arremeten contra ti, te descalifican y quisieran deshacerte.

Pensar

El Papa Francisco, en su exhortación sobre La alegría del amor, dice algo que es muy importante para la vida en familia, pero que vale también para la política y los procesos electorales: “A veces ocurre que los supuestamente más adelantados, se vuelven arrogantes e insoportables. La actitud de humildad aparece aquí como algo que es parte del amor, porque para poder comprender, disculpar o servir a los demás de corazón, es indispensable sanar el orgullo y cultivar la humildad. Jesús recordaba a sus discípulos que en el mundo del poder cada uno trata de dominar a otro, y por eso les dice: «No ha de ser así entre vosotros» (Mt 20,26). La lógica del amor cristiano no es la de quien se siente más que otros y necesita hacerles sentir su poder, sino que «el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mt 20,27). En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos sobre otros, o la competición para ver quién es más inteligente o poderoso, porque esa lógica acaba con el amor. También para la familia (y la política) es este consejo: «Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (1 P 5,5)” (AL 98).

Y en una de sus homilías en Santa Marta, dijo: “Si buscamos en nuestra vida, en nuestras actitudes, ¡cuántas veces el argumento de nuestras conversaciones es juzgar a los otros! Quizá en forma natural nos nace decir: Eso no está bien. Pero, ¿quién te ha hecho juez? Juzgar a los demás es algo feo, porque el único juez es el Señor. Jesús reconoce esta tendencia nuestra a juzgar a los otros y nos avisó: Estate atento, porque en la medida en la que tú juzgas, serás juzgado” (26-II-2018).

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Seamos sabios para escuchar, humildes para reconocer nuestras limitaciones, sencillos para cambiar actitudes y opiniones, maduros para aprender de los demás. Así, se ennoblece la política.

Obispo Emérito de SCLC