/ viernes 23 de julio de 2021

Capital social  

Uno de los activos más grandes que tenemos como nación somos nosotros mismos. No solo por el promedio de edad o ese bono demográfico que tanto nos ayudará en los próximos años y en la eventual salida de esta pandemia, sino por la forma en que nos organizamos en comunidad y los valores que compartimos.

Invertir, en todos los sentidos, en nuestro desarrollo personal y en el que tiene que ver con nuestras familias es formar un capital social que nos ayuda mucho, en particular a las generaciones con las que debemos conectarnos la mayor parte del tiempo.

Porque los retos cotidianos no son tan distintos a los que tendemos como nación y es, a partir de nuestro entorno más inmediato, como podemos resolverlos. Si desde nuestra organización más cercana estamos bien preparados para cualquier eventualidad, entonces lo estaremos en un marco mucho más grande de participación civil.

Por eso es importante enfocarnos en fortalecer los vínculos más próximos y aquellos que nos unen con las generaciones que vienen detrás de nosotros y con las que compartimos mucho más de lo que creemos. Así se enriquecen las comunidades y se pueden desarrollar de mejor manera.

Dialogar como hábito ciudadano y sobre nuestras principales necesidades permite que podamos encontrar soluciones inmediatas que nos involucran a todos. Lo vemos con aquellos requerimientos que son el día a día de nuestras demandas vecinales: contar con espacios públicos, buen mantenimiento de calles y banquetas, alumbrado en funcionamiento y recolección de basura constante, entre otras.

Muchos espacios públicos se convirtieron en una extensión de nuestro hogar por esta emergencia sanitaria y, de pronto, vimos que estar afuera de nuestras viviendas es también un ejercicio de participación y de involucramiento en lo que ocurre dentro de nuestra comunidad.

Bueno, pues colaborar entre todos con el mantenimiento periódico de esos espacios redunda en la salud física y mental que debemos preservar y hacer crecer en los próximos meses y años, además de los beneficios que acarrea en los más jóvenes durante este periodo de vacaciones.

Apoyar para que los servicios públicos básicos funcionen sin demasiados contratiempos también fortalecer el tejido social y la colaboración. Es intervenir, a la par de que hacemos notar lo que nos hace falta para tener un mejor nivel de vida, a partir de crear las condiciones en las que nuestros vecindarios abren sus espacios para que la mayoría los disfrute. Eso es lo que cambia hábitos y comportamientos para que el entorno impulse de manera natural el crecimiento del capital humano y comunitario. Este es un recurso valioso que nosotros podemos consolidar, gracias a la voluntad y el compromiso que siempre ha estado presente en los valores sociales que nos identifican y nos hacen coincidir.

Cada estado de la República cuenta con esas conexiones sociales por medio de las que logra la solidaridad y la empatía necesarias para hacerse fuerte ante las adversidades, a través de formas de coordinación que nacen en el comedor o en la cocina de nuestras casas.

Ahí en donde empezamos a tejer de nuevo los lazos que nos ayudan a que, desde los más jóvenes y hasta los que viven en plenitud, tengan un papel indispensable en la comunidad y, en consecuencia, una aportación fundamental para que tengamos sociedades unidas e inteligentes.

Hagamos el ejercicio. Pongamos en práctica desde este momento el conversar con nuestras familias, parejas, vecinos, amigos, lo que podemos hacer de la puerta hacia dentro y de la puerta hacia fuera para vivir con tranquilidad. Son muchas cosas y no cuestan, o cuestan poco. Limpiar nuestras áreas comunes, cuidar plantas, iniciar una hortaliza, establecer un espacio para la lectura o el descanso comunitario, son sugerencias que pueden volverse lecciones de convivencia y detonar muchas ventajas para acumular rendimientos en ese capital tan necesario que somos nosotros y nuestras comunidades.

Ahí esta el valor auténtico de sociedades que aprovechan sus valores, su voluntad, hacen compromisos en conjunto y toman decisiones que las vuelven inteligentes y perseverantes. Ese es el capital que debemos estar buscando a diario.

Uno de los activos más grandes que tenemos como nación somos nosotros mismos. No solo por el promedio de edad o ese bono demográfico que tanto nos ayudará en los próximos años y en la eventual salida de esta pandemia, sino por la forma en que nos organizamos en comunidad y los valores que compartimos.

Invertir, en todos los sentidos, en nuestro desarrollo personal y en el que tiene que ver con nuestras familias es formar un capital social que nos ayuda mucho, en particular a las generaciones con las que debemos conectarnos la mayor parte del tiempo.

Porque los retos cotidianos no son tan distintos a los que tendemos como nación y es, a partir de nuestro entorno más inmediato, como podemos resolverlos. Si desde nuestra organización más cercana estamos bien preparados para cualquier eventualidad, entonces lo estaremos en un marco mucho más grande de participación civil.

Por eso es importante enfocarnos en fortalecer los vínculos más próximos y aquellos que nos unen con las generaciones que vienen detrás de nosotros y con las que compartimos mucho más de lo que creemos. Así se enriquecen las comunidades y se pueden desarrollar de mejor manera.

Dialogar como hábito ciudadano y sobre nuestras principales necesidades permite que podamos encontrar soluciones inmediatas que nos involucran a todos. Lo vemos con aquellos requerimientos que son el día a día de nuestras demandas vecinales: contar con espacios públicos, buen mantenimiento de calles y banquetas, alumbrado en funcionamiento y recolección de basura constante, entre otras.

Muchos espacios públicos se convirtieron en una extensión de nuestro hogar por esta emergencia sanitaria y, de pronto, vimos que estar afuera de nuestras viviendas es también un ejercicio de participación y de involucramiento en lo que ocurre dentro de nuestra comunidad.

Bueno, pues colaborar entre todos con el mantenimiento periódico de esos espacios redunda en la salud física y mental que debemos preservar y hacer crecer en los próximos meses y años, además de los beneficios que acarrea en los más jóvenes durante este periodo de vacaciones.

Apoyar para que los servicios públicos básicos funcionen sin demasiados contratiempos también fortalecer el tejido social y la colaboración. Es intervenir, a la par de que hacemos notar lo que nos hace falta para tener un mejor nivel de vida, a partir de crear las condiciones en las que nuestros vecindarios abren sus espacios para que la mayoría los disfrute. Eso es lo que cambia hábitos y comportamientos para que el entorno impulse de manera natural el crecimiento del capital humano y comunitario. Este es un recurso valioso que nosotros podemos consolidar, gracias a la voluntad y el compromiso que siempre ha estado presente en los valores sociales que nos identifican y nos hacen coincidir.

Cada estado de la República cuenta con esas conexiones sociales por medio de las que logra la solidaridad y la empatía necesarias para hacerse fuerte ante las adversidades, a través de formas de coordinación que nacen en el comedor o en la cocina de nuestras casas.

Ahí en donde empezamos a tejer de nuevo los lazos que nos ayudan a que, desde los más jóvenes y hasta los que viven en plenitud, tengan un papel indispensable en la comunidad y, en consecuencia, una aportación fundamental para que tengamos sociedades unidas e inteligentes.

Hagamos el ejercicio. Pongamos en práctica desde este momento el conversar con nuestras familias, parejas, vecinos, amigos, lo que podemos hacer de la puerta hacia dentro y de la puerta hacia fuera para vivir con tranquilidad. Son muchas cosas y no cuestan, o cuestan poco. Limpiar nuestras áreas comunes, cuidar plantas, iniciar una hortaliza, establecer un espacio para la lectura o el descanso comunitario, son sugerencias que pueden volverse lecciones de convivencia y detonar muchas ventajas para acumular rendimientos en ese capital tan necesario que somos nosotros y nuestras comunidades.

Ahí esta el valor auténtico de sociedades que aprovechan sus valores, su voluntad, hacen compromisos en conjunto y toman decisiones que las vuelven inteligentes y perseverantes. Ese es el capital que debemos estar buscando a diario.

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