/ domingo 16 de diciembre de 2018

CDMX y Venecia: ciudades hermanadas por el agua

En el mundo existen dos ciudades hermanas, cada una en un continente distinto y separadas por un mar y un Océano. Una es la legendaria ciudad de México-Tenochtitlán. La otra, Venecia, la “Perla del Adriático”, la ciudad medieval que emergió del mar.

Los primeros que lo advirtieron fueron los españoles cuando, a finales del siglo XV, sus ojos febriles, extasiados, admiraron desde lo alto del parteaguas entre los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl la majestuosidad del espectáculo que ofrecía la capital del Imperio Mexica. Bernal Díaz del Castillo evocará: “Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua… nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas del libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua y todos de calicanto y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían ‘era entre sueños’”. Y uno se pregunta ¿cómo no habrá sido de bella nuestra ciudad que hasta Nezahualcóyotl lo reconocía?: “Flores de luz erguidas abren sus corolas / donde se tiende el musgo acuático, aquí en México, / plácidamente están ensanchándose, / y en medio del musgo y de los matices / está tendida la ciudad de Tenochtitlan”.

\u0009Al paso del tiempo y conocerse la noticia de su paralelismo, la leyenda se extendió y universalizó. En el siglo XVI, Fray Bernardino de Sahagún abonará a ella cuando, en su obra Historia de las cosas de la Nueva España, asiente que México era “otra Venecia”. Otra Venecia, como diría a su vez Porracci Tommasso: “fundada por Dios… con su santísima mano, donde otras son fundadas por los hombres”, mientras Fray Bartolomé de Las Casas, suscribirá la comparación México-Véneta en su Apologética historia. No obstante, durante la centuria siguiente serán sobre todo los literatos quienes sigan cultivando este paralelismo, como Miguel de Cervantes y Lope de Vega. El primero, al referirse al personaje central de El licenciado Vidriera quien, “embarcándose en Ancona, fue a Venecia, ciudad que, a no haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en él semejante: merced al cielo y al gran Hernando Cortés, que conquistó la gran Méjico, para que la gran Venecia tuviese en alguna manera quien se le opusiese”. El segundo, en 1638, cuando en su comedia El piadoso veneciano, el capitán Castellanos exclama: “México y Venecia son dos ciudades celebradas, porque, sobre el mar fundadas con notable perfeción [sic], son ciudades y son naves”. Y así llegamos al siglo XVIII, en que el símil seguirá cultivándose en la propia Nueva España, como fue el caso del poeta Francisco Ruiz de León quien en su obra Hernandia, afirmó: “No se jacte Venecia decantada, / que a Neptuno su histriada cuna debe, / que Mexico Imperial, mas celebrada, / en mejor golfo de cristal se mueve”.

Sí, dos ciudades que surgieron del contacto directo con el agua. Una, la americana, cuando sus pobladores decidieron ocupar el islote que se encontraba en el centro del Lago de Texcoco en el que, según cuenta la leyenda, vieron a un águila, devorando a una serpiente, parada sobre un nopal. La otra, europea, cuando sus primeros pobladores, huyendo de los pueblos barbáricos que devastaron sus ciudades: Padua, Aquilea, Altino y Oderzo, entre otras, decidieron instalarse en la zona transicional entre el mar y la tierra firme. Solo que mientras una logró convivir con las aguas del mar, gracias a la innovación constructiva de un diseño urbanístico único en su tipo, al grado de haberse convertido en la reina del Mar Adriático aún antes de convertirse en la Serenissima Republica di Venezia, la otra lo hizo sacrificando paulatinamente las aguas de los lagos que le rodeaban a través de un largo proceso de desecación.

Sin embargo, a más de medio milenio de distancia, ambas vuelven a enfrentar un destino común. Pese a todos los esfuerzos de la más avanzada ingeniería conocida, Venecia se hunde. El maravilloso sistema palafítico que la hizo emerger, esplendorosa, durante casi dos milenios por sobre las aguas adriáticas, cada año sucumbe, paulatina e inexorablemente, ante el inclemente aumento en los niveles del agua en los mares, debido al cambio climático: su amenaza fatal. La Ciudad de México, heredera de México-Tenochtitlan, a su vez, paga las consecuencias de haber creído estar haciendo lo correcto al ir contra la naturaleza hidrológica del hábitat lacustre en que se asentó y también se hunde, con una velocidad aún mayor que su hermana italiana. Lo grave es que hubo quien lo advirtió, y ese personaje fue Alejandro von Humboldt, cuando en su diario de viaje dijo: “creo que se ha querido forzar a la naturaleza, ya que el antiguo México era como Venecia, lleno de canales. Se ha deseado desecar todo, hacer una Villa de tierra firme y para lograr ese objetivo se ha intentado esterilizar de una vez y para siempre el valle, hacer correr el agua de los lagos. ¡Cuánto más bella sería la ciudad, llena de canales…!”. Sí, cuánto más bella sería, sin duda, pero sobre todo: cuánto más segura.

Venecia hoy enfrenta al mar. La Ciudad de México, una de las urbes más riesgosas en el mundo, a la falta de sus aguas así como a las subsidencias, inundaciones, sismos, fallas y reactivación de sus volcanes. Ambas, ciudades hermanas, están en peligro de extinción y su lucha es contra el tiempo. ¿Podrán sobrevivir?


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli



En el mundo existen dos ciudades hermanas, cada una en un continente distinto y separadas por un mar y un Océano. Una es la legendaria ciudad de México-Tenochtitlán. La otra, Venecia, la “Perla del Adriático”, la ciudad medieval que emergió del mar.

Los primeros que lo advirtieron fueron los españoles cuando, a finales del siglo XV, sus ojos febriles, extasiados, admiraron desde lo alto del parteaguas entre los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl la majestuosidad del espectáculo que ofrecía la capital del Imperio Mexica. Bernal Díaz del Castillo evocará: “Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua… nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas del libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua y todos de calicanto y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían ‘era entre sueños’”. Y uno se pregunta ¿cómo no habrá sido de bella nuestra ciudad que hasta Nezahualcóyotl lo reconocía?: “Flores de luz erguidas abren sus corolas / donde se tiende el musgo acuático, aquí en México, / plácidamente están ensanchándose, / y en medio del musgo y de los matices / está tendida la ciudad de Tenochtitlan”.

\u0009Al paso del tiempo y conocerse la noticia de su paralelismo, la leyenda se extendió y universalizó. En el siglo XVI, Fray Bernardino de Sahagún abonará a ella cuando, en su obra Historia de las cosas de la Nueva España, asiente que México era “otra Venecia”. Otra Venecia, como diría a su vez Porracci Tommasso: “fundada por Dios… con su santísima mano, donde otras son fundadas por los hombres”, mientras Fray Bartolomé de Las Casas, suscribirá la comparación México-Véneta en su Apologética historia. No obstante, durante la centuria siguiente serán sobre todo los literatos quienes sigan cultivando este paralelismo, como Miguel de Cervantes y Lope de Vega. El primero, al referirse al personaje central de El licenciado Vidriera quien, “embarcándose en Ancona, fue a Venecia, ciudad que, a no haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en él semejante: merced al cielo y al gran Hernando Cortés, que conquistó la gran Méjico, para que la gran Venecia tuviese en alguna manera quien se le opusiese”. El segundo, en 1638, cuando en su comedia El piadoso veneciano, el capitán Castellanos exclama: “México y Venecia son dos ciudades celebradas, porque, sobre el mar fundadas con notable perfeción [sic], son ciudades y son naves”. Y así llegamos al siglo XVIII, en que el símil seguirá cultivándose en la propia Nueva España, como fue el caso del poeta Francisco Ruiz de León quien en su obra Hernandia, afirmó: “No se jacte Venecia decantada, / que a Neptuno su histriada cuna debe, / que Mexico Imperial, mas celebrada, / en mejor golfo de cristal se mueve”.

Sí, dos ciudades que surgieron del contacto directo con el agua. Una, la americana, cuando sus pobladores decidieron ocupar el islote que se encontraba en el centro del Lago de Texcoco en el que, según cuenta la leyenda, vieron a un águila, devorando a una serpiente, parada sobre un nopal. La otra, europea, cuando sus primeros pobladores, huyendo de los pueblos barbáricos que devastaron sus ciudades: Padua, Aquilea, Altino y Oderzo, entre otras, decidieron instalarse en la zona transicional entre el mar y la tierra firme. Solo que mientras una logró convivir con las aguas del mar, gracias a la innovación constructiva de un diseño urbanístico único en su tipo, al grado de haberse convertido en la reina del Mar Adriático aún antes de convertirse en la Serenissima Republica di Venezia, la otra lo hizo sacrificando paulatinamente las aguas de los lagos que le rodeaban a través de un largo proceso de desecación.

Sin embargo, a más de medio milenio de distancia, ambas vuelven a enfrentar un destino común. Pese a todos los esfuerzos de la más avanzada ingeniería conocida, Venecia se hunde. El maravilloso sistema palafítico que la hizo emerger, esplendorosa, durante casi dos milenios por sobre las aguas adriáticas, cada año sucumbe, paulatina e inexorablemente, ante el inclemente aumento en los niveles del agua en los mares, debido al cambio climático: su amenaza fatal. La Ciudad de México, heredera de México-Tenochtitlan, a su vez, paga las consecuencias de haber creído estar haciendo lo correcto al ir contra la naturaleza hidrológica del hábitat lacustre en que se asentó y también se hunde, con una velocidad aún mayor que su hermana italiana. Lo grave es que hubo quien lo advirtió, y ese personaje fue Alejandro von Humboldt, cuando en su diario de viaje dijo: “creo que se ha querido forzar a la naturaleza, ya que el antiguo México era como Venecia, lleno de canales. Se ha deseado desecar todo, hacer una Villa de tierra firme y para lograr ese objetivo se ha intentado esterilizar de una vez y para siempre el valle, hacer correr el agua de los lagos. ¡Cuánto más bella sería la ciudad, llena de canales…!”. Sí, cuánto más bella sería, sin duda, pero sobre todo: cuánto más segura.

Venecia hoy enfrenta al mar. La Ciudad de México, una de las urbes más riesgosas en el mundo, a la falta de sus aguas así como a las subsidencias, inundaciones, sismos, fallas y reactivación de sus volcanes. Ambas, ciudades hermanas, están en peligro de extinción y su lucha es contra el tiempo. ¿Podrán sobrevivir?


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli