/ martes 31 de mayo de 2022

Cecilia Monzón

A diferencia de otras ocasiones, me costó mucho trabajo escribir este texto, le di vueltas, me inventé otros quehaceres, pensé incluso en otros temas, pero sabía que debía escribir sobre el feminicidio de Cecilia Monzón y cómo, a pesar de la rabia que me inunda, hacer que su muerte no sea en vano, que no se olvide su asesinato con la indignación del siguiente, cómo gritar “ni una más” sin que nos falte “ni una menos”.


Hace diez días asesinaron en Puebla a Cecilia Monzón, amiga y compañera feminista, abogada defensora de mujeres, y a pesar de ser una mujer conocida y reconocida en el medio político y el activismo, a la fecha no se sabe nada sobre los responsables de su muerte. Durante estos diez días han matado al menos a un centenar más de mujeres, casos menos sonados pero marcados igualmente con el signo de la impunidad, esa que alienta a quienes saben que pueden asesinar a una mujer pues no habrá consecuencias.


El caso de Cecilia nos duele a quienes la conocimos, pues además de su lamentable pérdida, pone en evidencia -sin lugar a dudas- que ninguna mujer está a salvo: ni una que sabe de derecho y hace valer sus derechos, ni la que lucha por ellos, ni la profesionista, la estudiante o la activista; ni la madre, la esposa, o la hija; ni vieja, joven o niña; ni la de una posición acomodada, ni la que apenas tiene lo básico para vivir; ni blancas, mestizas o indígenas; la vida de todas las mujeres está en riesgo y desde hace años asesinan diariamente a 10 u 11 en promedio. Lo que menos esperamos es que una de las nuestras, como Cecilia, forme parte de esta estadística, pero ahí quedo su cuerpo baleado, a plena luz del día, en su vehículo, en medio de una calle transitada.


Ya basta, cuántas más serán suficientes, cuánto dolor de familiares, amistades, hijas e hijos se tiene que acumular para que las autoridades del Estado mexicano reaccionen y vean que no están haciendo lo suficiente, ni lo necesario, para garantizar a las mujeres el derecho a una vida libre de violencia.


A Cecilia y a las mujeres víctimas de feminicidio las mataron asesinos pero también el Estado, que no hizo lo que está en su ámbito de acción para evitar su muerte. El asesinato de Cecilia demuestra perfectamente la responsabilidad que tuvieron las autoridades en Puebla pues, aunque había acudido a solicitar medidas de protección al sentir su vida amenazada, no la protegieron. Por ello, al momento de fincar responsabilidades se debe incluir a aquellas autoridades de “procuración de justicia” que fueron omisas o negligentes, para que jueces determinen sanciones que contemplen medidas de no repetición, eso significa que la manera de hacer justicia a Cecilia es haciendo que las cosas cambien, y que ninguna mujer que acuda a solicitar medidas de protección o cautelares, quede en la indefensión.


Como estas medidas, hay muchas omisiones por parte del Estado que ponen en mayor riesgo a las mujeres, por ejemplo: casi a mitad del 2022 y los recursos para los Refugios para mujeres víctimas de violencias, siguen sin bajar y éstos tienen que operar con la voluntad de quienes ahí colaboran y que saben que su labor es fundamental para poner a salvo a las mujeres que ahí llegan huyendo de condiciones de violencia extrema.


Hacer justicia a Cecilia implica saber la verdad, quién y porqué la asesinaron; requiere sanciones con todas las agravantes reconocidas en la ley para que no haya impunidad; pero también es preciso demandar que las autoridades de todos los niveles de gobierno, de los tres poderes, realicen todas las medidas que están contempladas en las leyes para prevenir, atender y sancionar las violencias contra las mujeres, con presupuestos suficientes, personal capacitado y comprometido, con coordinación entre autoridades, con especialistas de la academia y la sociedad civil, y con familiares de las víctimas. Atacar la violencia requiere el involucramiento de todas y todos, pues ninguna está a salvo.

A diferencia de otras ocasiones, me costó mucho trabajo escribir este texto, le di vueltas, me inventé otros quehaceres, pensé incluso en otros temas, pero sabía que debía escribir sobre el feminicidio de Cecilia Monzón y cómo, a pesar de la rabia que me inunda, hacer que su muerte no sea en vano, que no se olvide su asesinato con la indignación del siguiente, cómo gritar “ni una más” sin que nos falte “ni una menos”.


Hace diez días asesinaron en Puebla a Cecilia Monzón, amiga y compañera feminista, abogada defensora de mujeres, y a pesar de ser una mujer conocida y reconocida en el medio político y el activismo, a la fecha no se sabe nada sobre los responsables de su muerte. Durante estos diez días han matado al menos a un centenar más de mujeres, casos menos sonados pero marcados igualmente con el signo de la impunidad, esa que alienta a quienes saben que pueden asesinar a una mujer pues no habrá consecuencias.


El caso de Cecilia nos duele a quienes la conocimos, pues además de su lamentable pérdida, pone en evidencia -sin lugar a dudas- que ninguna mujer está a salvo: ni una que sabe de derecho y hace valer sus derechos, ni la que lucha por ellos, ni la profesionista, la estudiante o la activista; ni la madre, la esposa, o la hija; ni vieja, joven o niña; ni la de una posición acomodada, ni la que apenas tiene lo básico para vivir; ni blancas, mestizas o indígenas; la vida de todas las mujeres está en riesgo y desde hace años asesinan diariamente a 10 u 11 en promedio. Lo que menos esperamos es que una de las nuestras, como Cecilia, forme parte de esta estadística, pero ahí quedo su cuerpo baleado, a plena luz del día, en su vehículo, en medio de una calle transitada.


Ya basta, cuántas más serán suficientes, cuánto dolor de familiares, amistades, hijas e hijos se tiene que acumular para que las autoridades del Estado mexicano reaccionen y vean que no están haciendo lo suficiente, ni lo necesario, para garantizar a las mujeres el derecho a una vida libre de violencia.


A Cecilia y a las mujeres víctimas de feminicidio las mataron asesinos pero también el Estado, que no hizo lo que está en su ámbito de acción para evitar su muerte. El asesinato de Cecilia demuestra perfectamente la responsabilidad que tuvieron las autoridades en Puebla pues, aunque había acudido a solicitar medidas de protección al sentir su vida amenazada, no la protegieron. Por ello, al momento de fincar responsabilidades se debe incluir a aquellas autoridades de “procuración de justicia” que fueron omisas o negligentes, para que jueces determinen sanciones que contemplen medidas de no repetición, eso significa que la manera de hacer justicia a Cecilia es haciendo que las cosas cambien, y que ninguna mujer que acuda a solicitar medidas de protección o cautelares, quede en la indefensión.


Como estas medidas, hay muchas omisiones por parte del Estado que ponen en mayor riesgo a las mujeres, por ejemplo: casi a mitad del 2022 y los recursos para los Refugios para mujeres víctimas de violencias, siguen sin bajar y éstos tienen que operar con la voluntad de quienes ahí colaboran y que saben que su labor es fundamental para poner a salvo a las mujeres que ahí llegan huyendo de condiciones de violencia extrema.


Hacer justicia a Cecilia implica saber la verdad, quién y porqué la asesinaron; requiere sanciones con todas las agravantes reconocidas en la ley para que no haya impunidad; pero también es preciso demandar que las autoridades de todos los niveles de gobierno, de los tres poderes, realicen todas las medidas que están contempladas en las leyes para prevenir, atender y sancionar las violencias contra las mujeres, con presupuestos suficientes, personal capacitado y comprometido, con coordinación entre autoridades, con especialistas de la academia y la sociedad civil, y con familiares de las víctimas. Atacar la violencia requiere el involucramiento de todas y todos, pues ninguna está a salvo.

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