/ miércoles 3 de octubre de 2018

Centro de barrio

Represiones

Nací a principios del mes de octubre, el mismo mes del día que no se olvida.

Nací el mismo año de la matanza del Jueves de Corpus Cristi.

Cuando tramité mi primer pasaporte, en 1980, fui con mis padres a la oficina de Tlatelolco. Mi padre describió algo que había pasado en ese lugar pocos años atrás. Sólo tengo el recuerdo de la frase “Eran ríos de sangre”. A mis ocho años no entendí nada.

En 1988, de 16 años, fui golpeado por siete granaderos.

Durante un mitin de escuelas de arte, tomamos la calle, entonces era la salida de 5 de Mayo, hoy es un espacio peatonal frente al Palacio de Bellas Artes. El reclamo era que estábamos bloqueando la circulación vehicular, pero al replegarnos al área peatonal los granaderos siguieron avanzando hacia nosotros. La manifestación quedó disuelta, yo terminé en el piso y rodeado de granaderos, alguien gritó “pateénlo”.

Después de las elecciones de 1988, participé en las manifestaciones en defensa del voto. En una de ellas, cuando Cuauhtémoc Cárdenas fue a Ciudad Universitaria, marchamos hasta el Congreso de la Unión, donde se conformaba el Colegio Electoral. En la Colonia del Valle nos esperaban los granaderos. El ambiente se tensó y empezaron las invitaciones a “No caer en provocaciones”; nuevamente sentí la posibilidad de un enfrentamiento con la policía.

A lo largo de mis 47 años he podido presenciar distintas formas de represión en todo el país: campesinos, sindicalistas, estudiantes, vecinos. No es la simple acción de un cuerpo de defensa de la policía apegado a protocolos.

Al contrario, en mi vida profesional he estado de cerca de jefes de la policía de la Ciudad de México y el Estado de México y escuché a uno de ellos hablar de la imposibilidad de contar con protocolos. No comparto la demanda del 68 de “desaparición del cuerpo de granaderos”, pues estoy convencido de que es necesario y posible que actúen con criterios de defensa y no de represión política.

Sin embargo, puedo sentirme satisfecho de nunca haber sido detenido por motivos políticos. En los últimos días he vuelto a leer Los días y los años , de Luís González de Alba y La noche de Tlatelolcode Elena Poniatowska.

Mis participaciones en movimientos sociales me resultan nada frente a lo que vivieron los líderes del 68, los presos de Lecumberri, o quienes fueron torturados, desaparecidos o asesinados por motivos políticos.

Justamente, la desaparición de 43 jóvenes en Guerrero en 2014 nos recuerda que la palabra “represión” sigue viva en el léxico de los mexicanos. Sé que podría no haber una motivación política en los hechos de Ayotzinapa, pero tengo presente la mañana del 20 de noviembre de ese año. Había anticipado a mi esposa que iría a la marcha esa tarde; ella, extranjera, percibía un ambiente tenso, pero yo también sabía que era una marcha distinta. No era sólo Ayotzinapa, era también Tlatlaya, era el escándalo de la Casa Blanca y un presidente que debió haber renunciado, por inepto y deshonesto.

La marcha del 20 de noviembre terminó con el desalojo del Zócalo. Yo volví a casa como todos los días, pero al menos 11 personas no lo hicieron: fueron detenidas arbitrariamente. El Estado Mexicano sigue teniendo el cromosoma de la represión, 50 años después.

Por cierto, la semana pasada, el Congreso de Veracruz prohibió los “memes”.

Represiones

Nací a principios del mes de octubre, el mismo mes del día que no se olvida.

Nací el mismo año de la matanza del Jueves de Corpus Cristi.

Cuando tramité mi primer pasaporte, en 1980, fui con mis padres a la oficina de Tlatelolco. Mi padre describió algo que había pasado en ese lugar pocos años atrás. Sólo tengo el recuerdo de la frase “Eran ríos de sangre”. A mis ocho años no entendí nada.

En 1988, de 16 años, fui golpeado por siete granaderos.

Durante un mitin de escuelas de arte, tomamos la calle, entonces era la salida de 5 de Mayo, hoy es un espacio peatonal frente al Palacio de Bellas Artes. El reclamo era que estábamos bloqueando la circulación vehicular, pero al replegarnos al área peatonal los granaderos siguieron avanzando hacia nosotros. La manifestación quedó disuelta, yo terminé en el piso y rodeado de granaderos, alguien gritó “pateénlo”.

Después de las elecciones de 1988, participé en las manifestaciones en defensa del voto. En una de ellas, cuando Cuauhtémoc Cárdenas fue a Ciudad Universitaria, marchamos hasta el Congreso de la Unión, donde se conformaba el Colegio Electoral. En la Colonia del Valle nos esperaban los granaderos. El ambiente se tensó y empezaron las invitaciones a “No caer en provocaciones”; nuevamente sentí la posibilidad de un enfrentamiento con la policía.

A lo largo de mis 47 años he podido presenciar distintas formas de represión en todo el país: campesinos, sindicalistas, estudiantes, vecinos. No es la simple acción de un cuerpo de defensa de la policía apegado a protocolos.

Al contrario, en mi vida profesional he estado de cerca de jefes de la policía de la Ciudad de México y el Estado de México y escuché a uno de ellos hablar de la imposibilidad de contar con protocolos. No comparto la demanda del 68 de “desaparición del cuerpo de granaderos”, pues estoy convencido de que es necesario y posible que actúen con criterios de defensa y no de represión política.

Sin embargo, puedo sentirme satisfecho de nunca haber sido detenido por motivos políticos. En los últimos días he vuelto a leer Los días y los años , de Luís González de Alba y La noche de Tlatelolcode Elena Poniatowska.

Mis participaciones en movimientos sociales me resultan nada frente a lo que vivieron los líderes del 68, los presos de Lecumberri, o quienes fueron torturados, desaparecidos o asesinados por motivos políticos.

Justamente, la desaparición de 43 jóvenes en Guerrero en 2014 nos recuerda que la palabra “represión” sigue viva en el léxico de los mexicanos. Sé que podría no haber una motivación política en los hechos de Ayotzinapa, pero tengo presente la mañana del 20 de noviembre de ese año. Había anticipado a mi esposa que iría a la marcha esa tarde; ella, extranjera, percibía un ambiente tenso, pero yo también sabía que era una marcha distinta. No era sólo Ayotzinapa, era también Tlatlaya, era el escándalo de la Casa Blanca y un presidente que debió haber renunciado, por inepto y deshonesto.

La marcha del 20 de noviembre terminó con el desalojo del Zócalo. Yo volví a casa como todos los días, pero al menos 11 personas no lo hicieron: fueron detenidas arbitrariamente. El Estado Mexicano sigue teniendo el cromosoma de la represión, 50 años después.

Por cierto, la semana pasada, el Congreso de Veracruz prohibió los “memes”.

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