/ miércoles 7 de noviembre de 2018

Centro de barrio | Agua común, agua de nadie

En materia de agua hemos tenido un ideal comunista. En las tuberías, tanta agua como sea posible; del grifo, tanta agua como sea necesaria. La realidad es que en nuestra sociedad vemos todo tipo de hábitos a pesar de decenas de campañas en las últimas décadas: riego de plantas por la mañana, fugas, lavado de autos a manguerazo y conciertos de regadera.

Desde que era niño, el agua es un problema. Entonces, el agua llegaba a los tinacos de la casa sin necesidad de bomba. Ahora, como muchos, en más de una ocasión he tenido que conseguir una pipa de agua, lo cual no deja de ser un absurdo: las pipas se abastecen de la misma red, llenan las cisternas y los usos del agua son generalmente los mismos, claro, más padecen quienes no cuentan con cisterna.

Con el reciente cierre del Cutzamala, sí hubo un esfuerzo colectivo por reducir el consumo, pero al final de cuentas esto tenderá a normalizarse. Puede haber elementos culturales que nos lleven a reducir el consumo, pero hasta el momento los patrones de uso del agua varían de familia en familia, y a veces no tiene tanto que ver con el ingreso sino con la disponibilidad.

Cuando no existen los elementos culturales para reducir al mínimo el consumo, sólo se pueden compensar de una forma: precio. Sí, estoy hablando de terminar con la era del agua barata, sea o no un tema popular. También pienso que si en una vivienda el agua llega por tandeo, ésta debería ser gratis. Quien nunca o casi nunca tenga agua, debería estar exento del pago de la misma. Pero quienes tengan disponibilidad permanente deberían pagar más de lo que pagan hoy día, reponiendo no sólo el costo de traer agua potable y suministrarla hasta los domicilios, sino su posterior tratamiento y ayudar a financiar acciones de restauración de la cuenca.

Hoy la tarifa va acompañada de subsidios, según la zona de la ciudad y considerando niveles de ingreso. Sin embargo, el suministro de agua ha sido un problema por más de medio siglo y seguimos sin una ruta para resolverlo.

Este tema, además, crea una contradicción con políticas públicas deseables, como la densificación en las zonas centrales y en el entorno de estaciones del transporte público, que son también zonas con carencia de agua potable.

Mi postura es franca: reducir el subsidio, en función de la disponibilidad del agua. Defiendo este criterio de forma general, obviamente partiendo de un mínimo de consumo para afectar lo menos posible a las familias de menores ingresos y/o con tandeo, que sin embargo son las que más terminan pagando por la carencia de agua, al tener que comprar agua embotellada, refrescos y pipas.

Necesitamos lograr condiciones tales en las que todos contemos con agua entubada en nuestras viviendas, escuelas o centros de trabajo, pero existan los incentivos para reforzar su cuidado. Quienes tengan consumos excesivos, que paguen por reponer el agua que consumen, en la misma calidad que la reciben.

Con decisiones e incentivos adecuados, el agua no debería ser un problema público como lo es en la Ciudad de México, y como lo seguirá siendo si nos mantenemos en el criterio simplista de gritar “no al alza en las tarifas del agua”, o peor aún: “no a la privatización” cuando tan sólo se privatiza facturación y control de fugas.

En materia de agua hemos tenido un ideal comunista. En las tuberías, tanta agua como sea posible; del grifo, tanta agua como sea necesaria. La realidad es que en nuestra sociedad vemos todo tipo de hábitos a pesar de decenas de campañas en las últimas décadas: riego de plantas por la mañana, fugas, lavado de autos a manguerazo y conciertos de regadera.

Desde que era niño, el agua es un problema. Entonces, el agua llegaba a los tinacos de la casa sin necesidad de bomba. Ahora, como muchos, en más de una ocasión he tenido que conseguir una pipa de agua, lo cual no deja de ser un absurdo: las pipas se abastecen de la misma red, llenan las cisternas y los usos del agua son generalmente los mismos, claro, más padecen quienes no cuentan con cisterna.

Con el reciente cierre del Cutzamala, sí hubo un esfuerzo colectivo por reducir el consumo, pero al final de cuentas esto tenderá a normalizarse. Puede haber elementos culturales que nos lleven a reducir el consumo, pero hasta el momento los patrones de uso del agua varían de familia en familia, y a veces no tiene tanto que ver con el ingreso sino con la disponibilidad.

Cuando no existen los elementos culturales para reducir al mínimo el consumo, sólo se pueden compensar de una forma: precio. Sí, estoy hablando de terminar con la era del agua barata, sea o no un tema popular. También pienso que si en una vivienda el agua llega por tandeo, ésta debería ser gratis. Quien nunca o casi nunca tenga agua, debería estar exento del pago de la misma. Pero quienes tengan disponibilidad permanente deberían pagar más de lo que pagan hoy día, reponiendo no sólo el costo de traer agua potable y suministrarla hasta los domicilios, sino su posterior tratamiento y ayudar a financiar acciones de restauración de la cuenca.

Hoy la tarifa va acompañada de subsidios, según la zona de la ciudad y considerando niveles de ingreso. Sin embargo, el suministro de agua ha sido un problema por más de medio siglo y seguimos sin una ruta para resolverlo.

Este tema, además, crea una contradicción con políticas públicas deseables, como la densificación en las zonas centrales y en el entorno de estaciones del transporte público, que son también zonas con carencia de agua potable.

Mi postura es franca: reducir el subsidio, en función de la disponibilidad del agua. Defiendo este criterio de forma general, obviamente partiendo de un mínimo de consumo para afectar lo menos posible a las familias de menores ingresos y/o con tandeo, que sin embargo son las que más terminan pagando por la carencia de agua, al tener que comprar agua embotellada, refrescos y pipas.

Necesitamos lograr condiciones tales en las que todos contemos con agua entubada en nuestras viviendas, escuelas o centros de trabajo, pero existan los incentivos para reforzar su cuidado. Quienes tengan consumos excesivos, que paguen por reponer el agua que consumen, en la misma calidad que la reciben.

Con decisiones e incentivos adecuados, el agua no debería ser un problema público como lo es en la Ciudad de México, y como lo seguirá siendo si nos mantenemos en el criterio simplista de gritar “no al alza en las tarifas del agua”, o peor aún: “no a la privatización” cuando tan sólo se privatiza facturación y control de fugas.

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