/ miércoles 11 de abril de 2018

Centro de barrio | La tecnología versus la necesidad

Un error muy frecuente en las estrategias de mejora del transporte público es encontrar la tecnología y luego el problema a resolver. El favorito de este error es el monorriel.

Cuanto político hace sus pininos hablando de ciudad, empieza a proponer monorrieles y cosas peores. Las empresas que promueven estas tecnologías invierten mucho en el cabildeo de sus propuestas y llegan a las oficinas de los candidatos y los funcionarios a venderles cuentas de vidrio y más de uno cae.

Como en un famoso capítulo de los Simpson , en el que un vendedor de monorrieles los convence de construir uno en Springfield, que al final no va a ningún lado y termina no funcionando, los monorrieles pueden ser un fracaso. Por eso soy escéptico.

El Metrobús es una solución tosca, pero bastante probada ya. En la Ciudad de México iniciamos la primera línea en 2005, en el mejor corredor, Insurgentes, y ahora contamos ya con siete líneas y un millón de usuarios al día. La gestión de la primera fue complicada, se construyó sin proyecto, los autobuses tenían problemas para entrar a la Glorieta de Insurgentes, la pavimentación del carril se hizo paulatinamente y duró años. Cuando se construyó la segunda línea, la obra permaneció parada meses por problemas con la contratista.

Los problemas en la instrumentación de la línea 7 son cosa de niños comparados con los primeros años de Metrobús, sin embargo, las críticas han sido mucho mayores, y creo que instrumentar las siguientes líneas será cada vez más difícil.

Ahora todos los candidatos están hablando de teleféricos y me parece que sí será necesario construir algunos de estos servicios en la ciudad, pero hay que entender su funcionalidad: pendientes pronunciadas y barrancas. Es la mejor opción para conectar las delegaciones Cuajimalpa, Álvaro Obregón y Magdalena Contreras. Sin embargo, proponerlos en zonas planas es un absurdo.

En Miami existe un Aerotren, es decir, un tren que en vez de estar soportado, está sostenido por una vía que queda en la parte de arriba de la cabina. Solo sería opción en Santa Fe, lo mismo que el monorriel: un circuito que conecte con la estación del tren. Sin embargo, será mucho más barato crear ese circuito con autobuses de bajas emisiones. Cuando el político se enamora de una solución es incapaz de compararla con otras posibilidades.

Esos proyectos que lucen majestuosos en Youtube no lo son tanto en la instrumentación.

Al final de cuentas, la mayoría de los desplazamientos son relativamente cortos y pueden hacerse por medios no motorizados o con una sola ruta de autobús. Los autobuses siguen operando como microbuses. Parece menos atractivo mejorar los servicios ordinarios, pero es allí donde vamos a mejorar la gran mayoría de viajes. Para las zonas de montaña los teleféricos sí son opción pero deben ir acompañados de conectividad con el transporte masivo y de mejoras al espacio público.

Las ampliaciones del metro son sumamente caras, 100 millones de dólares el kilómetro salvo que el trazo sea muy sencillo (por ejemplo, ampliar la línea 2 de Tasqueña al Estadio Azteca). Quien presuma 100 kilómetros en un sexenio debe tener claro de dónde sacará los 180 mil millones de pesos que costaría su construcción.

Mejorar el transporte público es simple: tomar decisiones apegadas a mejores prácticas y no a genialidades.

Un error muy frecuente en las estrategias de mejora del transporte público es encontrar la tecnología y luego el problema a resolver. El favorito de este error es el monorriel.

Cuanto político hace sus pininos hablando de ciudad, empieza a proponer monorrieles y cosas peores. Las empresas que promueven estas tecnologías invierten mucho en el cabildeo de sus propuestas y llegan a las oficinas de los candidatos y los funcionarios a venderles cuentas de vidrio y más de uno cae.

Como en un famoso capítulo de los Simpson , en el que un vendedor de monorrieles los convence de construir uno en Springfield, que al final no va a ningún lado y termina no funcionando, los monorrieles pueden ser un fracaso. Por eso soy escéptico.

El Metrobús es una solución tosca, pero bastante probada ya. En la Ciudad de México iniciamos la primera línea en 2005, en el mejor corredor, Insurgentes, y ahora contamos ya con siete líneas y un millón de usuarios al día. La gestión de la primera fue complicada, se construyó sin proyecto, los autobuses tenían problemas para entrar a la Glorieta de Insurgentes, la pavimentación del carril se hizo paulatinamente y duró años. Cuando se construyó la segunda línea, la obra permaneció parada meses por problemas con la contratista.

Los problemas en la instrumentación de la línea 7 son cosa de niños comparados con los primeros años de Metrobús, sin embargo, las críticas han sido mucho mayores, y creo que instrumentar las siguientes líneas será cada vez más difícil.

Ahora todos los candidatos están hablando de teleféricos y me parece que sí será necesario construir algunos de estos servicios en la ciudad, pero hay que entender su funcionalidad: pendientes pronunciadas y barrancas. Es la mejor opción para conectar las delegaciones Cuajimalpa, Álvaro Obregón y Magdalena Contreras. Sin embargo, proponerlos en zonas planas es un absurdo.

En Miami existe un Aerotren, es decir, un tren que en vez de estar soportado, está sostenido por una vía que queda en la parte de arriba de la cabina. Solo sería opción en Santa Fe, lo mismo que el monorriel: un circuito que conecte con la estación del tren. Sin embargo, será mucho más barato crear ese circuito con autobuses de bajas emisiones. Cuando el político se enamora de una solución es incapaz de compararla con otras posibilidades.

Esos proyectos que lucen majestuosos en Youtube no lo son tanto en la instrumentación.

Al final de cuentas, la mayoría de los desplazamientos son relativamente cortos y pueden hacerse por medios no motorizados o con una sola ruta de autobús. Los autobuses siguen operando como microbuses. Parece menos atractivo mejorar los servicios ordinarios, pero es allí donde vamos a mejorar la gran mayoría de viajes. Para las zonas de montaña los teleféricos sí son opción pero deben ir acompañados de conectividad con el transporte masivo y de mejoras al espacio público.

Las ampliaciones del metro son sumamente caras, 100 millones de dólares el kilómetro salvo que el trazo sea muy sencillo (por ejemplo, ampliar la línea 2 de Tasqueña al Estadio Azteca). Quien presuma 100 kilómetros en un sexenio debe tener claro de dónde sacará los 180 mil millones de pesos que costaría su construcción.

Mejorar el transporte público es simple: tomar decisiones apegadas a mejores prácticas y no a genialidades.

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